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Seis de Febrero de dos mil diecinueve 

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Seis de Febrero de dos mil diecinueve 

Había estado creyendo frecuentemente que el ritmo de las cosas me habían estado pareciendo... ¿diferente?

No lo sabía, pero sí, algo inusual quizá, para no exagerar en una historia que puede que sólo haya sido el producto de una dolorosa fantasía pigmentada de colores que no acababan de matizar en mi vida. Recuerdo aquel mismo nudo en el pecho y un escalofrío casi perceptible antes de llegar como una ráfaga a mi cuerpo, me hace regresar a aquellos días que nunca deseé verlos transcurrir como lo hicieron, y después de todo sólo me pregunto:

¿En qué estaba pensando? O quizá la pregunta era...

¿ Por qué quería pensarlo?

Lo cierto es que, había esto creyendo demasiadas cosas bonitas y ella lo hacía sencillo. Muy sencillo y decidí caer en la trampa, que yo mismo había puesto a la palma de mi mano.

Porque no la conocía, porque no dudé ni un segundo, y eso está mal.

Estuvo mal pensar que su sonrisa ocultaba a la chica de la que me enamoraría sin pensarlo dos veces.

La veía caminar por los pasillos del Instituto todas las semanas de Junio, la escuchaba a lo lejos mientras mis oídos no se percataban más que de su voz y de sus risas en compañía. Una y otra vez, día tras día, semana tras semana. Estaba gritando, moría por poder entablar una conversación con ella, más que las simples miradas que compartía conmigo unos segundos de vez en cuando al pasar frente a mí, los segundos más felices de mi vida. No podía evitarlo.

Y tomé la decisión, en mi habitación, mientras sonreía por ella como nunca mirando al techo. Le escribiría una carta.

Nadie sabía de esto en el Instituto y tampoco quería que se enterara nadie, no podía enviársela con ninguno de mis compañeros, eso era seguro. Luego de escribir todo lo que había querido decirle a la chica de deslumbrante sonrisa, se la envié anónimamente con un profesor de confianza, sabía que el secreto estaría a salvo de esa manera.

Al día siguiente, ya la carta estaba en sus manos, los nervios a millón recorrían mi cuerpo y una palpitante duda permanecía en mi pecho. La escuché hablar con sus amigos de la carta, estaba felíz, por Dios, ella estaba felíz y yo había sido el motivo de esa sonrisa. Y esas sensaciones jamás esperas verlas venir, aunque realmente las esperas.

Quise escribir la carta a mano, a mi caligrafía, de alguna manera quería que supiera la originalidad de mis sentimientos y entré en pánico.

¿Cómo se me había ocurrido tal barbaridad?

Pensé, supongo que eran una de las cosas que piensas que son increíbles al momento que llegan a tu mente y decides hacerlas antes de que pienses lo contrario, al igual que todo en el mundo, un total juego de albedrío.

Un día después, miércoles para ser exactos, ella tenía educación física por lo que llevaba su uniforme, fue el día que quise decirle que había sido el escritor de tales palabras, antes de que otra persona conociera mi caligrafía y me delatara. Era un riesgo, uno que quería tomar, porque sería más... ¿Romántico?

La miré a casi dos metros cuando venía en rápidos pasos hacia las escaleras de donde yo venía, estaba nervioso, demasiado. Y Tarareando unas palabras como si fuera la primera vez que hablaba en mi vida intenté detenerla:

—¡Hola! - Dije al fin.

—¡Hola! -Respondió ella, deteniéndose y por fin, nuestras miradas conectaron.

—Sabes que... yo...-tragué saliva- sólo quería saber si... la profesora te...

—¡¿Fuiste tú?!- Dijo de una vez, haciéndome sonrojar, sentí el calor en mi camisa, el sudor en mi frente.

—Sí - respondí sonriendo tanto como ella.

Ella sin parar de sonreír, mirándome, se acercó, y sin pensarlo, me abrazó unos segundos, volvió a mirarme y terminó diciendo:

—Gracias, qué hermosas palabras. - dijo antes de subir las escaleras.

Desde ese momento, ninguno de mis días volverían a ser iguales, ahora sabía que ella me miraría diferente cada vez que caminara por el pasillo con sus amigas y nuestras miradas cruzaran.

No sé si le contó a sus amigas de mi confesión, no sé si alguien más que ella y yo sabía de esos sentimientos y los siguientes meses fueron parte de una historia de la que me gustaría haber sido parte más tiempo, pero las historias reales son tan distantes de lo que alguien puede llegar a soñar alguna que vez, que sin siquiera cerrar los ojos puede convertirse en múltiples espinas sólo para llevar una rosa que está destinada a marchitarse con el pasar del tiempo.

Pero igual me dejé guiar por cada sensación que hacía latir a mi corazón más rápido cada que me dirigía un "Hola, ¿Cómo estás?"

¿Hasta qué punto llegaba a percatarme del sufrimiento que todo aquello me provocaba?

El 14 de febrero del siguiente año, ningún sentimiento podría compararse a sentir algo dentro de ti acabando en llamas o congelándose al punto de no volver a sentir la misma sensibilidad tan fácilmente.

Su corazón le pertenecía a alguien más.

Ese 14 de febrero, ella no asistió a clases, puse los auriculares en mis oídos, y miré al techo de mi habitación nuevamente, con algo diferente a una sonrisa en mi rostro, las lágrimas eran más reales de lo que hubiese imaginado.

Y fue cuando me di cuenta de que no es necesario estar en una relación para que te rompan el corazón de esa manera, creo que lo más doloroso fue darme cuenta de que aquella chica no tenía la culpa, de que aquella ajena sonrisa era lo que más me lastimaba y decidí creerle, lo cierto es que hay sentimientos tan inexplicables que se transforman en una ráfaga, de la que no escapas volviendo a la realidad, de la que no huyes viviendo en ilusiones. Puede ser el presentimiento de encontrar algo diferente tras lo que ya es perceptible sin paredes, sin muros que atravesar o facetas que descifrar... pero las mentiras son dolorosas aunque ilusionen y las verdades más sanas aunque decepcionen.

Y decidí que mis propias mentiras aunque ella era la única verdad que tenía que ver.

♥6/14♥

San solterin [Hablando con los solteros]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora