Siete de Febrero de dos mil diecinueve
Tan fácil, ahora, reseguir con la punta del dedo las marcas, ya prácticamente imperceptibles, que cruzan la piel delicada de la muñeca. Esas pequeñas superficies de tejido nuevo, que salió allí donde era necesario para ocultar una herida. Vieja herida; ahora, solo escuece bajo la piel.
No se las atribuyo a él, estas marcas. Yo mismo sujeté la cuchilla y permití que firmara mi dolor con sangre. Él solo fue... un suceso más.
Era una mala época, no podría decir porqué. Me costaba dormir por las noches y recuperaba esas horas sobre la mesa de la última fila del aula, dejando pasar a través de un sueño ligero e incómodo los aprobados que me hubiesen sacado adelante.
Una mañana, a la salida del instituto, una compañera me convenció para pasar la tarde con ella; en la "calle" dijo, con "amigos". El no tener nada más que hacer aquel día fue la única excusa que obtuve por tal de aceptar, así que lo hice.
Me llevó por las cercanías de uno de esos parques de Barcelona que por el día está lleno de turistas y, por la noche, lleno de gente de los suburbios. Me gustó el ambiente: chicos y chicas de los quince a los treinta y largos, de estéticas punk, cyber goth y algunos con indumentarias más retro goth, al igual que yo.
Es cierto que corría mucho el alcohol por ahí y otras de esas substancias de las que recomiendan siempre mantenerse alejado, pero no era ningún problema si sabías integrarte en la conversación y el ambiente, negando cualquier tipo de droga.
A él le conocí el primer día, no nos encontrábamos en el mismo grupo y sin embargo se acercó a hablarme; era alto, algo mayor que yo, lo recuerdo con su camisa de cuadros rojos y negros, un collar de púas alrededor del cuello, y, absolutamente siempre, un cigarrillo entre los labios. No voy a mencionar su nombre.
Sin excepción, todo lo que me contaba me asombraba, me hacía reír, me idolatraba: encontraba el motivo perfecto para acariciar mis cabellos y alabar su tono, acariciar mi mejilla y mirar a mis ojos como si fuese lo único en el mundo. También me gustaba su desfachatez, no parecía importarle nada y eso era gratificante para una adolescente que, en aquel momento, se creía la única en el mundo con problemas. La excusa perfecta para todo era echarse a reír, y decir:
—¿Y eso qué más da, si te quiero?
Empezamos a quedar a menudo, casi siempre en grupo. Un día, estábamos sentados en círculos y una chica preciosa, sentada a su lado, empezó a liarse lo que yo sabía muy bien que era un porro. En cuanto lo prendió y le dio una calada, se lo pasó a él. Él también aspiró su humo y entonces me lo pasó a mí. Yo estaba dispuesta a pasarlo al siguiente, como hacía todas y cada una de las veces, pero entonces choqué con la mirada desafiante de aquella chica, que había pasado un brazo sospechosamente por encima de los hombros de él.
—¿No te atreves? —preguntó, con perspicacia.
Yo le miré a él, que me devolvió la mirada, como invitándome a hacerlo. Después volví a ella, que seguía desafiándome, entonces lo probé.
A partir de ahí, tan solo recuerdo fragmentos. Recuerdo que su olor era el de la hierba y el tabaco, su sabor, el del vodka y sus besos, una amarga y deliciosa mezcla de ambos; recuerdo que cada noche volvía a casa con el cuello marcado, la camiseta arrugada y la bragueta desabrochada; recuerdo tardes agradables entre sus brazos, pero se pierden en la marea de dolores de cabeza, vomitadas abrazada al cuarto de baño y moratones que no sabía de donde salían. Él no me golpeaba, estoy segura de ello, y, sin embargo, siempre me quedaba ese mal sabor de boca... lanzarnos por una cuesta en monopatín, abrazados, cuando me convencía para escalar a una terraza de uno de los chalés caros de la parte alta de la ciudad, los tropezones que nos dábamos, irremediablemente, cuando teníamos que correr porque sus grafitis se le escapaban de las manos...
Un día me di cuenta de que aquello no podía seguir así. Cada mañana despertaba un poco más rota que la anterior y pese a que le amaba, amaba su locura, su descontrol, sus formas de hacerme perder el juicio... aquel camino acabaría por destruirme como persona.
Quise hablar con él, le pedí que lo entendiese, le repetí una y mil veces que no quería que acabase mal, le supliqué que cambiase por mí... pero no le volví a ver.
Este enero, hizo cinco meses desde nuestra última palabra, aunque conseguí apartarme de él, aún me vuelven sus palabras al oído cada vez que miro las cicatrices de mis muñecas, pero pese al dolor que me ocasionó, fui capaz de salvar algo mucho más importante que un amor de la juventud.
Al fin y al cabo, solo tenía catorce años cuando le conocí.
__________
♥7/14♥
ESTÁS LEYENDO
San solterin [Hablando con los solteros]
RomanceSiempre vemos parejas felices y nos decimos lo lindo que es el amor, pero cuando esa magia se acaba todo el mundo se olvida de estas personas que quedaron con un corazón roto o quizás con más de una historia que contar. Este 14 de febrero es San sol...