Prólogo

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Escondida entre los cerros a las afueras de un pequeño pueblito lejos de cualquier gran ciudad, había una pequeña cabaña de madera que las liebres miraban con precaución al salir de sus madrigueras debido al constante llanto de un recién nacido. Dentro, iluminados por las viejas ampolletas encendidas gracias a un generador de electricidad, se encontraba una pareja aliviada por haber llegado a aquel refugio. Entre un montón de tarros plásticos y herramientas para la construcción estaba sentada la mujer con grandes ojos color marrón y cabello tan oscuro como aquella noche, cubriéndose del frío con mantas viejas y mohosas cargando entre sus brazos al niño que no dejaba de llorar. Abrió su blusa enseñándole al bebé uno de sus pechos que con ansias buscó y comenzó a succionar.

La delicada mujer, haciendo una mueca de dolor a causa de la succión del niño, observó a su hijo con cariño ¿Cómo era que en un mundo tan cruel y horrible como en el que le había tocado vivir a ella podía existir un ser puro e inocente como ese pequeño? Las manitas del bebé tocaron su piel con delicadeza y abriendo sus ojos grandes por unos segundos, mirando a su madre, los volvió a cerrar concentrado en alimentarse.

Ella pensó que su bebé no viviría su misma vida, ahora todo sería diferente, él podría ser feliz y tener todo lo que ella nunca tuvo, todo con lo que siempre soñó. Acercó su nariz a la coronilla de la cabeza de su hijo cubierta de mechones de cabello oscuro e inhalo el aroma de su pequeño, olía como a sus galletas favoritas, un aroma que sólo tenían los recién nacidos. Recordaba como cuando una de sus compañeras decía que su hijo olía como leche con miel, ella nunca sintió aquel aroma, pero ahora la comprendía, tal vez era que solo una madre podía sentirlo, los bebés tenían el aroma perfecto para cada mamá.

Miró a su esposo que corriendo el visillo de la ventana miraba una y otra vez a la oscuridad de la noche, cargando su rifle, como si ya no se hubieran alejado lo suficiente. Su bebé no tendría que vivir huyendo y asustado como ellos que les había tocado la mala suerte de nacer en la parte del mundo cruel, esa que los noticiarios no quieren que veas, donde la gente no vive, sobrevive y hace cualquier cosa por ello.

―Vamos a estar bien... ― dijo el hombre, más para tranquilizarse a sí mismo, mirando a su esposa y a su hijo junto al bolso lleno de dinero y sus documentos falsificados. ― Nadie conoce este lugar.

La mujer asintió, observando a su bebe dormir con un hilo de leche cayendo por la comisura de sus labios. Sonrió, y apegándolo a su cuerpo comenzó a quitarle los eructos con leves palmaditas en la espalda.

― ¿Se durmió? ― preguntó el hombre al ver como entre sus brazos el bebé lucía más tranquilo que de costumbre.

―Si... mejor apaga la luz.

―Lo haré. ― dijo apagando el generador y quedando en las penumbras.

Aquella noche no había luna que lo dejara distinguir las figuras entre los altos matorrales. Movió una silla frente a la puerta, si alguien entraba lo llenaría de agujeros antes de que siquiera viera a su mujer y su hijo.

Los grillos cantaban y hacían de la espera algo menos tensa. Observó a la mujer que sobre uno de los tarros dormía acunando al niño, estaba cansada y era por culpa de él, si no hubiera cometido tantos errores entonces no tendrían que huir, pero posiblemente el salir de aquel infierno era lo mejor que podían hacer, comenzar una nueva vida en un lugar donde nadie los conociera y tal vez incluso olvidar quienes ellos habían sido.

¿Sería posible olvidar todas las cosas que ambos habían hecho? Tal vez un día recordarían sus pasados de manera graciosa como pasaba en las películas, sin embargo, algo le decía que no sería así, que el peso de sus acciones los perseguiría incluso después de la tumba, pero a su hijo, el viviría como los niños de los comerciales de cereal, lo tendría todo, reiría y sería feliz por él y por su madre que ya tanto habían sufrido ¿Y que mas daba si él no era el padre biológico? El pequeño nunca tenía que saberlo.

SunflowerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora