Para muchos el hospital era un lugar en el que los días pasaban en un parpadeo, sin embargo, para Oliver no era así. Él estaba acostumbrado a la soledad y a una rutina, sin embargo, ya nada era como quería. Si bien, la rutina hospitalaria era mas que exacta, se sentía prisionero y hasta no poder valerse por sí mismo su jefe no permitiría que le dieran el alta. Oliver sonrió con esa idea, incluso su jefe sabía que no existía nadie que lo cuidara en casa y era por eso que había pagado por una lujosa habitación para que lo atendieran.
Suspiró, completamente solo en aquella habitación y pensó "¿Qué hubiera pasado si hubiese sido amable con aquel muchacho?" En la reclusión entre esas cuatro paredes Oliver se había acostumbrado a soñar despierto y comenzó a imaginar las cálidas conversaciones que tendría con ese chico, probablemente sentado en el cómodo sofá gris junto a su camilla, tal vez le mostraría programas basura de televisión o le comentaría cosas de su trabajo de medio tiempo o de la universidad. Definitivamente era una persona feliz, perteneciente al mundo de las cosas claras, limpias y luminosas, donde el peor sufrimiento era reprobar un examen. La sonrisa que se había formado en el rostro de Oliver desapareció enseguida al darse cuenta que él no era parte de ese mundo, nunca lo sería, siempre estaría al fondo de un sucio y oscuro pozo sin la mínima esperanza de que sus dedos tocaran aquella cálida luz que se podía ver en la cima.
Oliver recordó unos días lejanos, Dión ya lo había adoptado y había comenzado a entrenarlo; en aquellos tiempos Oliver seguía teniendo esperanzas de poder pertenecer al mundo de las sonrisas y tardes cálidas en el café de la esquina. Nunca había sido bueno haciendo amigos, y ya había cambiado de escuela en diversas ocasiones debido al "trabajo" de Dión. Al llegar a aquella escuela en los suburbios de alguna ciudad, Oliver se presentó a sus compañeros y se sentó junto a una chica de grandes y redondos ojos verdes, sus mejillas regordetas le daban una apariencia inocente y su sonrisa te decía enseguida que era una persona amable.
La niña insistió en ser amiga del chico nuevo y lo consiguió. Tal vez no era el tipo de amistad con fuertes lazos que uno esperaría, pero ella estaba ahí para él y Oliver comenzaba a sentirse feliz, a pensar que tenía más oportunidades, que podía alcanzar a tocar aquella luz que tanto anhelaba. Sin embargo, enseguida se dio cuenta de que ensuciaba todo lo que tocaba.
Debido a su apariencia frágil y desaliñada siempre se metían con él, y a pesar de que nunca dañaban a su amiga, cuando esta salió en defensa de Oliver, los abusones se atrevieron a agredir a la única persona que en aquel entonces le estaba brindando esperanza al menor. Oliver se dio cuenta de lo que pasaba cuando escuchaba a su amiga gritar y pudo observar a un montón de otros chicos a su alrededor, mirándolo con horror, como si fuera un monstruo. Observó al abusón que gritaba frente a él con un bolígrafo enterrado. Oliver había sido cauto de no apuntar a ningún órgano vital, solo quería asustarlo para que nunca más se metiera con su amiga, sin embargo, los demás no sabían eso. No era normal que un niño de 12 años supiera eso.
El rostro de horror y los gritos de aquella niña de dulce rostro y grandes ojos nunca se borraron de su mente. Al otro día nadie se acercó a él, todos los miraban con miedo, la semana siguiente, no volvió a aquella escuela. Oliver comprendió que él no era normal y que no podía tener el privilegio siquiera de fingir que lo era.
ESTÁS LEYENDO
Sunflower
Action"Lo malo de los girasoles es que son efímeros, sólo sobreviven las estaciones cálidas" Oliver, un asesino profesional, que siempre había intentado ocultar sus sentires se ve encandilado por el brillo de un muchacho que lo hace conocer por primera ve...