Contacto angelical

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No sé qué fue. Sólo sé que hubo algo diferente en esa despedida. Algo mágico en ese simple "buenas noches". Muy cargado de emociones. Siempre me pareció notarlo en determinados momentos. Pero nunca tan intenso como entonces. En esos seis años nunca algo fue tan emotivo como esa simple despedida. "Hasta mañana, cariño", fue mi respuesta antes de colgar el teléfono. No podía imaginarme lo que sucedería tras aquello.

Un mal presentimiento se ciñó a mis huesos. Siempre me dijeron que tenía genes de bruja. Mis predicciones rara vez se equivocaban. Al día siguiente, esperé en mi casa, tal como me pidió. Pasaban los minutos. 10 más y tendría que irme sin poder esperarle. Y así fue. Tras ocho interminables horas sin saber nada de él, recorrí la distancia que me separaba de su lugar de trabajo. Cuando pregunté por él nadie le había visto desde el día anterior. Corrí hasta su casa. Toqué el timbre varias veces. Cuando nadie respondió, una oleada de pánico me invadió. Abrí la puerta con mi llave de repuesto.

Los numerosos volúmenes traducidos del Latín se amontonaban en el suelo del salón, el cual amenazaba con doblarse bajo el peso. "Traducido por Alejandro López", leían las portadas. Avancé por el pasillo llamándole. Sin respuesta. Avancé por el pasillo oscuro, llamando su nombre. Un ruido a mi espalda me hizo gritar. Un par de ronroneos después, me di cuenta de que Max, su gato, se frotaba contra mis tobillos. "Condenado gato", pensé, tratando de tranquilizar los apresurados latidos de mi corazón. Cuando lo conseguí, acaricié al gato entre las orejas y bajo el hocico. Maulló y corrió pasillo abajo. Le seguí hasta que escuché un quejido lastimero y amargo. Descubrí que la habitación de Alondra tenía la puerta abierta.

-¡Alondra! ¿Estás en casa?

Otro quejido seguido de un sollozo me indicó que había alguien allí. Abrí la puerta, revelando un olor nauseabundo.

-¡Alex! ¿Qué sucede?

Con lágrimas recorriendo su cara, señaló la cama. Me tapé la boca, horrorizada, y llevé mi mano izquierda a mi colgante de cuarzo de forma instintiva. Murmuré una pequeña oración.

-¿Qué... qué le ha pasado?

-Yo... la encontré colgada de la ventana en la madrugada.

-Dios mío...

-Lull, ¿qué hago? Es... era mi hermanita, mi niña...

Escuchar el diminutivo de mi nombre en su boca me produjo un escalofrío. Nadie me llamaba Lull. A ojos de todo el mundo mi nombre era Lulabell.

-Alex... ¿avisaste a alguien?

-No. No me he podido mover de aquí.

-Bien, voy a llamar a emergencias.

-De acuerdo, Lull.

Tras hacerlo, me arrodillé junto a Alex. Cerré los ojos, esperando sentir la caricia de alivio que solía sentir cuando un ser cercano abandonaba el plano terrenal. Ahí estaba. La caricia del alma que te ofrece su consuelo.

-Ella es un espíritu ahora. O, como yo digo, una nueva estrella en el firmamento.

-¿Qué...?

-La he sentido subir. Sin embargo...

-¿Sin embargo? Sin embargo, ¿qué?

-Sentí mucha ira en ella. La quiso proyectar sobre alguien, pero no le dio tiempo.

Percibí un sentimiento oscuro caer sobre la casa.

-Bueno, Alex. Deberías dormir. Yo me ocuparé de mi pequeña cuñadita.

-No puedo dormir.

-Aunque no dudo de la eficacia de la química y la ciencia, preferiría probar con una infusión de hierbas.

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