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A modo de introducción a esta cosa, quiero escribir la anécdota sobre quién me dio esta libreta y el por qué de que tenga la primera parte llena de mensajitos lindos para mi, escritos por un Michael de ocho años.

Estábamos en la primaria. Había sido un día como cualquier otro, exceptuando un pequeño detalle; a la salida me encontraba llorando terriblemente. Unos niños se habían burlado de mi, me dijeron cosas horribles... Y como siempre, Michael estaba ahí consolándome, como si de mi ángel de la guarda se tratara. Siempre amé que hiciera ese tipo de cosas, aún sin pedírselo. Esa tarde fui jugar a su casa, pero luego de aquella situación no tenía ánimos para nada.

Estábamos abrazados en el piso, tirados en unas colchonetas que las mamás de Michie siempre ponían cuando íbamos a jugar. Ninguno decía nada, tampoco es como si supiéramos qué decir. Yo seguía notoriamente triste, cosa que él notaba con mucha facilidad. Llego a pensar que él me conoce más a mi que a si mismo. ¿Cómo hace para saber cómo me siento con tan solo dedicarme una mirada? No creo que se haya animado a hacer un pacto con el diablo. Creo que la magia negra no es muy de su estilo.

De la nada, exclamó; «¡Tengo una idea!». Acto seguido, se separó de mi. Me quedé sentado en el piso, mirando cómo rebuscaba entre las cosas de su habitación. Finalmente, pareció haber encontrado la cosa que buscaba. «¡Jerry, no mires!». Extrañado, me di la vuelta, cerrando los ojos por las dudas; «Michie, ¿qué haces...?», «Ya vas a saber, ¡pero no vayas a espiar!».

Aún dado vuelta, pude escuchar cómo se sentaba en su escritorio. Lapices hacían ruido, parecía que estaba dibujando o escribiendo algo. Me quedé en un profundo silencio, como si así estuviera intentando leerle la mente para averiguar qué es lo que planeaba. Pasado un rato, tocó mi hombro. Me di la vuelta y me extendió una gran libreta. ¡Parecía un maldito libro de tan grande que me parecía en ese momento! Aquella libreta no se trata ni más ni menos que de este diario. Tiene un gran anillado negro, a combinación con su tapa y contratapa del mismo opaco color. Lo miré extrañado, a lo que me respondió con una seña, indicándome que lo tomara. Lo hice, abriéndolo para ver la primera página. En ella, había —y hay— un dibujo de nosotros dos, como si estuviéramos en medio de un apocalipsis zombie. No pude evitar sonreír con cierto brillo en mis ojos. Iba a levantar la mirada para agradecerle, pero él ganó primero la palabra; «¡Da vuelta la página!». Obedecí con una gran emoción. Siempre amé por regalos de Michael.

Grande fue mi sorpresa al ver las dos siguientes carillas; estaban llenas de cumplidos y mensajes bonitos. «Cada día dame la libreta apenas entremos a la escuela. En la salida te la devolveré, ¡y estará llena de estos mensajitos! Así podrás recordar que sin importar todo lo malo que te digan los demás, siempre habrá alguien que te quiere, ¡y mucho!».

Aún recuerdo su mueca de preocupación al ver cómo había empezado a llorar otra vez. Lo que al principio no pudo entender, es que esas lágrimas eran de felicidad. Nunca nadie ha hecho algo tan lindo por mi, sinceramente... Sigo sonriendo como idiota cada vez que lo recuerdo.

Y así, día tras día, nos íbamos pasando la libreta. Si algún día estaba muy triste por algo en específico, me la regresaba en el primer recreo, volviéndomela a quitar en el segundo.

Pasados los años, aquello fue algo que dejamos de hacer. Tan solo le entregaba la libreta cuando estaba particularmente decaído, casi al borde de la depresión. Él, siguiendo la tradición, me escribía palabras de apoyo. A la salida me invitaba a su casa, y volvíamos a terminar abrazados en el piso, justo como había pasado aquel día. En realidad, seguimos haciendo estas cosas hasta... Hasta el incidente con el SQUIP.

Y pensar que ahí fue cuando necesité sus palabras de ayuda más que nunca...

Como sea. Esta es la historia sobre esta libreta, la cual sigue teniendo muchísimas hojas vacías. Michael desde siempre hizo la letra chiquita, haciendo que varios cumplidos lograran entrar en una misma carilla. Tan solo espero que nadie vaya a leer lo que pienso escribir aquí... ¡Que vergüenza!

Michie, si por alguna razón lees esto, quiero que sepas que eres el mejor amigo que podré tener alguna vez. Disculpame por todo lo que hice y por todo lo que haré; no te merezco. Te quiero con toda mi alma. Y, por favor, no me digas si leíste o no mi diario... Juro que moriré de pena frente a ti, uh.

¿Hasta luego?, supongo. En realidad, no sé a quién le estoy escribiendo esto... Es estúpido despedirse en el final de un texto que, en principio, solo tú mismo vas a leer. Soy estúpido; ¡Adiós! ♡

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