sangre.

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El joven pecoso se encontraba en su cuarto, llorando como cada noche. Estaba harto, harto de todo. Tiraba sus cabellos con fuerza, llegando a arrancar algunos. Estaba temblando, por el dolor, por un extraño frío que le helaba la sangre. El cuerpo le dolía, todos y cada uno de los músculos de su espalda lo estaban matando.

Se levantó de la cama, desesperado por su situación. Se dirigió a una de las paredes del cuarto, apoyando sus puños en esta y mirándola por unos eternos segundos con sus muertos ojos. Comenzó a golpearla, al principio sin mucha fuerza. Sus nudillos volvieron a quedar rojos, incluso más de lo que ya estaban. Comenzaron a sangrar; los cortes que se había hecho con el espejo no estaban sanados aún, por lo que pequeñas heridas se volvieron a abrir.

Cansado, se dio la vuelta y se deslizó por la pared hasta quedar en el piso. En el piso, ensangrentado y llorando, tal y como la mugre que era y se sentía.

Ya no aguantaba, estaba cansado. Ni siquiera recordando las hermosas palabras de Betty podía sonreír. Tampoco con las de Michael... Aunque bueno, él mismo terminó diciéndole que daba pena ajena. Aún si lo había dicho estando enojado, tenía razón; es alguien patético.

Se abrazó a si mismo, haciendo todos sus intentos para calmarse. ¿Esto era tener un ataque de pánico? No lo sabía, pero sin duda era algo horrible. Le faltaba el aire, sentía que las paredes de su cuarto se venían sobre él. La habitación daba vueltas, arañaba sus brazos como si intentara aferrarse de ellos para dejar de girar. El corazón le dolía de lo fuerte y rápido que latía.

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