—¡Arriba la fiesta! —exclamó el joven de pelo rizado que acababa de entrar por la puerta del apartamento. Su compañero se tapó la cara con la mano para evadir las miradas que estaban recibiendo y se escabulló de su lado sin que tan siquiera se diera cuenta.
La anfitriona de la fiesta observó a los nuevos invitados y se giró con desaprobación hacia su mejor amigo.
—¿Y este tipo quién demonios es? —le preguntó molesta.
—Ni idea —respondió encogiendo los hombros, aunque se apresuró a añadir—: Al amigo que iba con él le invité yo. Supongo que habrán venido los dos. Tranquila, Éponine, tampoco tienen pinta de ser muy chungos, ¿has visto que llevaba camisa?¿Quién lleva camisa a una fiesta?
Éponine suspiró y tomó un trago de la barata cerveza que había comprado en su vaso de plástico. Ella no era una chica de fiestas, pero, como se acababa de mudar, Grantaire tuvo la gran idea de "hacer una fiesta de inauguración". Al principio la sonaba bien: serían ella, su mejor amigo, un par de personas más de la clase de este y quizás algún conocido suyo tomando cerveza u otra bebida alcohólicas y viendo películas antiguas de las que ya nadie se acuerda.
Claramente, nada ocurrió como lo planeado, y esos compañeros de clase de Grantaire y esos conocidos de Éponine, invitaron, asimismo, a amigos y compañeros suyos, y tal y como si fuese una progresión aritmética finita, el número de invitados acabó siendo mayor a cincuenta.
¿Una fiesta sin control parental en la que jóvenes de menos de veinticinco se emborrachan y no tienen que preocuparse de ir a clase al día siguiente porque están en Julio? Esa es, posiblemente, la peor pesadilla de unos vecinos pacíficos que sí que tienen que trabajar por la mañana. Estos mismos trataron de llamarles la atención por el ruido, pero siempre salía la bonachona inquilina del piso de enfrente del de Éponine al descansillo mientras cosía algo y les decía con voz suave: "es una chica dulce y educada que quiere dar una fiesta, ¿acaso vosotros nunca hacíais fiestas? Estoy segura de que sí", y se ponía a contarles historias de su fallecido nieto, de cuánto le quería y de las fiestas que hacía y le contaba después, entusiasmado, a su abuela. Naturalmente, la pareja se aburría de ella y se marchaba de nuevo a intentar dormir, mientras la anciana sacaba una silla, la colocaba delante de su puerta y se ponía a divagar sobre su difunto marido a la vera de su perro, Corchos, que estaba a punto de abandonarla también.
De vuelta a la fiesta: Éponine estaba muy nerviosa. La gente la ponía muy nerviosa. A pesar de que apenas tenía muebles en el piso, siempre pillaba a alguien intentando meterse algún cubierto de plata o algún artículo de joyería bajo la chaqueta; el baño estaba asqueroso: habían meadas por fuera del váter, restos de vómito en el lavabo e incluso un tanga manchado de sangre que no tenía intención de tocar. En cuanto a su cuarto... Bueno, digamos que fue allí para intentar escapar del barullo y acabó encontrándose con una escena no muy agradable que la hizo huir toda prisa.
Tras el último suceso, volvió a irse al salón y se escondió en la esquina en la que apenas llegaba luz, por donde la gente no solía pasar, y sacó el teléfono para mirarse en la cámara. Todo parecía estar en orden ahí: el pelo perfectamente colocado, el maquillaje que no necesitaba retoques, el conjunto que la iba como un guante... ¡Y lo mejor de todo, es que había sabido hacerse la línea del ojo! Ese era, sin duda, el logro del día y de la semana.
Apagó el móvil y se lo guardó de nuevo en el bolsillo de la chaqueta de cuero negra que tanto la gustaba. Dio un paso para atrás buscando la pared y... ¡bum!¡Se encontró con que había una persona!
—¡Perdona! —se disculparon ambos al unísono mientras Éponine se giraba.
Rieron ante su error y la chica negó con la cabeza.
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Troublemaker
FanfictionÉponine Thénadier, una chica que acaba de terminar el instituto y se escapó de casa, yéndose hasta la mismísima capital de Francia, París, para poder cumplir la promesa que se hizo a sí misma de niña. Frédéric Combeferre, hijo del dueño del garito m...