Capítulo 9

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Salió de aquella casa con la rabia invadiendo su cuerpo, decidió dirigirse a la capital del pueblo, quizás allí podría encontrar hospedaje, o en su defecto, un taxi que la llevara a la ciudad más cercana.

Llevaba sus maletas con dificultad, estaba cansada y su cabello tapándole la cara no ayudaba mucho.

—¡Oye preciosa! ¿¡Necesitas ayuda!?—escucho una voz un tanto aguda gritarle.

La rabia que tenía solo subió a tope al escuchar tal comentario, así que se volteó con las intenciones de darle una bofetada a quien lo había dicho y seguir su camino. Giró sobre sus talones, pero su sorpresa fue tan grande al ver de quién se trataba, que todo el enojo se transformó en nerviosismo.

—¡Oh por dios! ¡No es cierto maldita sea, eres tú!—grito Nancy y fue corriendo a ella.

Mael Larios Isordia, la joven más hermosa que Nancy había encontrado en su vida. La última vez que había hablado con ella, fue para confirmar que no tenía ningún parentesco con Miriam.

Mael corrió para saludar a Nancy y ayudarla con sus maletas.

—Casi te desmayas después de verme, por dios mujer, que bien te han tratado los años.—dijó Mael para después abrazar a Nancy.

Nancy dió una pequeña pero amarga risa ante el comentario de su amiga.

—Bueno no hay que exagerar, pero dime ¿Aún vives aquí?—preguntó Nancy.

Mael dió una fuerte carcajada y Nancy se unió a su risa.

—¡Por dios! Cómo se te ocurre decir eso, por supuesto que no, bueno no después del escándalo que hubo luego de que te marcharas.—respondió Mael.

—¿Qué fue lo qué pasó? Creí que tú madre y todo el pueblo había superado nuestro pecado.—contestó Nancy de forma un poco sarcástica.

—Si; bueno es algo un poco extraño, pero ven te ayudo con tus maletas ¿Vas con tu madre?—cuestionó Mael.

—De hecho de ahí es de dónde huí, así que la respuesta es no.—dijo Nancy con algo de pena.

—Entonces vamos a mi antigua casa, estoy quedándome también unos días, y hay suficiente espacio para ambas.— Ofreció Mael.

Nancy lo pensó un poco, pero no podía desperdiciar la oportunidad, llevaba años que no la veía, y ambas tenían mucho de que hablar

Nancy llevaba un corazón roto, y si sabía quién podía repararlo, estaba justo frente a la persona indicada.

Mael la ayudó con las maletas y caminaron por las pintorescas calles del pueblo, mientras reían animadamente, un silencio muy perturbador las acecho, conocían bien el lugar frente al que se habían detenido, el sol pintando el atardecer, y el viento moviendo la pequeña bandera al centro del lugar, hacían que toda esa escena pareciera sacada de una película, pero no sabían de qué clase.

"El claustro de María", las letras parecían hacerse cada vez más grandes frente a sus ojos, y el sonido parecía detenerse a su alrededor, sentían miedo, y no sabían siquiera porqué. La lluvia de recuerdos las invadía a ambas, Nancy contenía sus lágrimas, y Mael contenía su coraje.

—¿Puedo ayudarlas en algo señoritas?—preguntó una vez que ya conocían.

Cada vello en la piel de Nancy se erizo, los escalofríos y la invadieron y sus manos temblaban. Mael no pudo aguantar más y volteó para mirar fijamente a los ojos a la dueña de esa voz.

—No señora, no necesitamos nada, solo queríamos descansar un rato.—Respondio Mael con mirada retadora.

—¡Oh santo cielo! Pero si yo la conozco a usted, señorita Larios es un gusto verla después de tantos años.—Contesto la mujer que había hablado en un inicio.

Se trataba de Patricia Aval Medina, una vieja maestra, quién había Sido la encargada del infierno de Mael y de Nancy en ese pueblo. La mujer que ambas más odiaban, junto con todos los idiotas que se habían atrevido a lastimarlas.

—Si soy yo, lastima que no pueda decir lo mismo.—espetó Mael con desprecio.

Tomó a Nancy de la mano y trató de guiarla lo más lejos de esa mujer, pero no pudo, Nancy se había quedado petrificada en ese lugar, sus pies no respondían y su corazón parecía que se saldría en cualquier momento de su pecho.

—¿Nancy? ¿Estás bien?—preguntó Mael preocupada.

Pero la pelinegra no respondía, ninguna extremidad de su cuerpo parecía obedecerla.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudar señorita Larios?—cuestionó Patricia.

—¡En largarse de aquí!—gritó Mael molesta.

La mayor hizo caso omiso al grito de Mael, y en su lugar tocó el hombro de Nancy para dirigirse a ella.

—¿Señorita se siente bien? ¿Puedo ayudarla en algo?—inquirió Patricia.

Y cuando la mayor término de hablar, la mano de Nancy se levantó y se estrelló estrepitosamente contra la mejilla de Patricia.

—¡No vuelva a tocarme maldita vieja! ¡Alejese de mí no quiero tenerla cerca!—grito Nancy con desesperación.

La mayor sobó su mejilla tratando de entender, pero en cuanto miró a la pelinegra a los ojos todo quedó muy claro.

Las piernas de Nancy comenzaban a temblar, y Mael necesitaba sacarla de ahí lo más rápido posible, pero no sabía cómo. La mente de Nancy se nubla a por el shock, sus emociones comenzaron a afectar su cuerpo, y sentía que en cualquier momento se desvanecería.

Con las manos temblorosas tomó su teléfono de su bolsa y marcó uno de los números.

Llamada en curso.

—¿Hola? ¿Pasa algo?¿dónde estás? ¿Por qué no me has contestado?

—Ven por mí.

—Claro, ¿Dónde estás? ¿Estás bien?

—En el infierno, ven rápido.

Fin de la llamada.

Nancy intentó respirar, pero parecía que sus pulmones se cerraban y su ansiedad no daba para más.

—Santo cielo, señorita Ledesma, necesita entrar a la escuela, ahí podemos atenderla.

—¡No quiero nada de usted! ¡Solo larguese!

Mael siguió observando a Nancy y de un momento a otro su cerebro funcionó otra vez en pro de los recuerdos.

Tomó a Nancy de la mano, y sujeto bien las maletas, y la obligó a correr, tanto como los pies le permitían, la obligó a correr hasta que estuvieron algunos metros lejos de esa espantosa mujer.

Corrieron sin rumbo alguno, mientras que Nancy recuperaba su estado normal, y al fin tomaba consciencia de lo que hacía, sus pies dolían, pero el alma ya no no.

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⏰ Última actualización: Mar 16, 2019 ⏰

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Entre Las Piernas EquivocadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora