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    Me he pasado el día encerrada en mi habitación. Tampoco es que me importara mucho, tenía miles de trabajos atrasados y exámenes para los que estudiar. Pero me molestaba el hecho de que mi padre ni siquiera intentara acercarse para hablar conmigo. Me molestaba saber que no había reflexionado, y que tampoco me había hecho nada de almorzar. Sobre todo lo del almuerzo.

Tengo miedo de, que si salgo de la habitación, volvamos a discutir. No quiero pelearme con él, menos cuando se que quien ha hecho mal las cosas he sido yo. Pero, a pesar de que no tengo todo a mi favor, el tampoco tiene derecho a decirme con quién puedo o no puedo juntarme. Le tomará un tiempo, pero se que reflexionará.

Claro que eso no será hoy. Conozco a mi padre mejor que nadie, y sé que debe estar más furioso que de costumbre conmigo. Nunca le he mentido en algo así de grave, jamás le había ocultado cosas. Medito la posibilidad de que tal vez he obrado mal con él, y sé que en cierta forma es quien tiene razón, pero no pienso admitirlo. Si cedo un milimetro, volverá a gritarme y yo terminaré llorando en un rincón y lamentando lo patética que soy.

Escucho como sube la escalera y la puerta de su habitación se cierrra. Detesto que mi padre sea tan terco. Son casi las diez de la noche, y ni siquiera se molestó en desearme buenas noches. Suspiro y cierra mi libro de biología. No puedo concentrarme más. He vivido dentro de mi habitación más de cinco horas seguidas, no puedo seguir hibernando como una ardilla.

Tomo mi celular y reviso mis notificaciones. Hay un par de mensajes del grupo de la escuela, donde discuten sobre si deberíamos exigirles a los profesores dejarnos hacer un Prom. Me río ante su ocurrencia. Es una escuela de señoritas, y la entrada de chicos está prohibida a menos que: seas el padre de alguna alumna o tengas una cita previa con la directora. Sino, no puedes entrar.

El baile de fin de curso siempre es mixto: el chico invita a la chica al baile, o viceversa porque no, y van juntos. Siendo todas mujeres, la escuela jamás celebró un baile de fin de curso. La idea de ellas era invitar gente de otras escuelas, y revelarnos contra las autoridades. Si claro, como si eso fuese a pasar.

De pronto mi teléfono comienza a vibrar y el nombre de Seth aparece en la pantalla. Me muerdo el labio y atiendo sin pensarlo dos veces.

— ¿Hola?— susurro con una sonrisa.

— Hola preciosa.— su voz provoca un cosquilleo en mi estómago.

Adoro sus apodos, no puedo evitarlo.

— ¿No deberías estar dormido?— pregunto sin poder quitar la sonrisa de mi rostro.

Lo oigo reír del otro lado de la línea. Su risa tan melodiosa.

— No puedo dejar de pensar en ti.— confiesa y mi corazón se derrite.

— Yo tampoco.— respondo y suspiro.— Pero no podremos vernos hasta dentro de unos días.

— ¿Es por tu padre? ¿Te prohibió verme?— su voz ya no se oye alegre.

— Bueno, él... no se tomó muy bien el hecho de que le mintiera y me castigó.— me recuesto en el colchón.— No puedo verte a ti ni a Taylor.

— ¿Si sabe que van juntas a la escuela, cierto?

Me río:— No lo había pensado.

Suspira:— ¿Y tú obedecerás?

— Por unos días, creo.— miro el techo y frunzo el ceño molesta.— Aunque no quiero hacerlo.

— Yo no quiero que lo hagas.— dice con un tono de voz triste.— No sé cuanto pueda aguantar sin ti.

— ¿Me extrañas?

— Demasiado.

— Te quiero.

— Yo quiero estar dentro de ti.

Dime Que Me Deseas (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora