Capítulo 1. Vessalius

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Tenía en aquel entonces diecisiete años, recién había terminado la escuela y, por supuesto, no sabía qué hacer con mi vida. Me relajé los primeros meses del año, y para marzo mi madre ya me había inscrito en una academia preuniversitaria llamada vessalius.

Todos soñábamos con ir a la más prestigiosa universidad de la ciudad, la universidad nacional de Trujillo. Pero no era tan fácil, rendiríamos un examen de admisión, y por cada carrera lanzaban una cierta cantidad de vacantes, veinticinco como máximo. Lo bueno es que había dos oportunidades en el examen ordinario, en marzo y septiembre. En una de esas dos tenía que entrar.

Recuerdo claramente la ropa que usé ese día, una blusa de color amarillo, un pantalón jean hecho por mi madre, y sandalias de tacones.

Llegué con las justas a la dirección que mi mamá me había dado. Era un edificio intimidante, pero viejo. El portero me indicó mi salón, subí con prisa haciendo rin chin chin con mis sandalias de tacón. Me alegró que la puerta esté atrás y no adelante; mi lado introvertido no me hubiera dejado entrar con calma.

Ocupé las últimas filas para no llamar la atención. Mala idea. Había demasiados alumnos y no alcanzaba a ver la clase del profesor. No entendí absolutamente nada.

En el recreo hablé con dos muchachas que leían tanto como yo, pero ambas se conocían de la escuela, así que mentí excluida.

El tercer día llegué temprano, respiré profundamente y subí las escaleras. Me dijeron en la entrada que mi salón definitivo estaría en el cuarto piso.

Tres o cuatro alumnos habían llegado antes que yo. Elegí la segunda fila de la izquierda. Una chica muy particular se sentó junto a mí, y digo particular, por su particular moño tomate justo en la coronilla, y para agregar lo extendía como una calabaza. Parecía que tenía dos cabezas. Quién iba a pensar que aquella excéntrica chica se convertiría en una de mis mejores amigas...

El profesor de lenguaje entró al salón y lo primero que hizo fue poner su nombre en el pizarrón; en seguida empezó su clase.

Amo y amaba el lenguaje, así que presté toda mi atención, pero no conseguía leer claramente lo que escribió en el extremo de la pizarra, por lo que pedí ayuda a la chica del moño enorme.

—Hola, ¿podrías decirme la palabra que dice en el extremo de la pizarra?

—Ah, sí. —La chica volteó hacia la pizarra y luego hacia mí—. Dice: palabras yuxtapuestas.

—Gracias —respondí sonriendo.

Lo cierto es que toda la clase me la pasé molestándola, porque no lograba ver bien el extremo.

—¿Cuál es tu nombre? —le pregunté.

—Natalia, ¿y el tuyo?

Le dije mi nombre y volvimos a la clase. En el recreo hablamos un poco más, bueno, yo hablé más porque ella solo respondía a mis preguntas random. Luego de describir que le gustaban los doramas igual que a mí, pudimos conversar más, y obviamente le recomendé mis favoritos. Le pregunté también en donde vivía y que línea utilizaba para ir a casa. Resulta que ambas podíamos irnos en el mismo carro, así que desde ese día nos fuimos juntas.

A la par nos hicimos amigas de Marcia que yo había conocido el segundo día, de Brandy la chica de lentes, y de Grecia; alta bonita, y con grandes atributos, especialmente el de atrás. Grecia y Natalia ya se conocían de las clases vacacionales, así que tenían más confianza.

Siempre nos sentábamos en las bancas delanteras, por lo que conocimos a los muchachos que se sentaban en ellas también. Brandy se hizo amiga de una chica alta, —un poco más que Grecia—, y especialmente bonita. De cabellos largos y rizados. Sus pestañas naturalmente rizadas protegían unos grandes y llamativos ojos. Un poco más llenita que Grecia, pero igual de atractiva. Brandy nos la presentó como Celeste, y resulta que era de mi misma religión. Así que por ese ámbito nos hicimos más amigas.
Ellas dos tenían otras dos amigas, una de cabello largo, larguísimo, y otra de cabello corto con lentes.

Natalia sabía que cantaba, así que se lo contó a los demás y me hicieron cantar en el recreo. Lo hice sin tantas peticiones y parecía que les gustaba. La amiga de Brandy, —de largo cabello—, giró hacia a mí y halagó lo lindo que cantaba. Sabía que se llamaba Josephine. Me cayó muy muy bien. Mientras su amiga de cabello corto con la que iba a todos lados, se mostraba más antipática.
Un día me senté junto a ella e intenté hacerle la conversación, pero respondía con monosílabos. ¿Pero qué le pasaba a esta chica? Necesitaba ser más feliz.

Repito, quién iba a pensar que esa chica que me caía re mal iba a convertirse en otra de mis mejores amigas...

SIMPLEMENTE JEIMYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora