Epílogo 1. Simplemente Jeimy.

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Recordar mi infancia siempre se convierte en algo dulce y melancólico. Cada que recuerdo mi primer día de escuela, me digo a mí misma que la vida es corta, y a veces bella.

Después de haber estudiado medio año en aquel lugar de mis ensueños junto a la abuela. Mamá y yo volvimos a Trujillo a terminar mi primer año de primaria; seis años debía tener con exactitud. Es decir, mi abuelita materna, a quién recuerdo con mucho amor, vivía lejos de nosotros en un pueblito de la sierra liberteña. Mamá me dejó con ella cuando iba a empezar mi primer grado de primaria; fui feliz, aunque estuve lejos de mis papás. Pero mamá me extrañó demasiado, así que a la mitad de año fue a recogerme. Fue un cambio demasiado brusco para mí, que estaba acostumbrada al ambiente tranquilo, a los niños de pueblo, a la pura inocencia e ingenuidad que se respira en la sierra. Los niños de ciudad eran más pícaros y sabiondos, sentí que desencajaba.

Recuerdo que mi nueva escuela en la ciudad de Trujillo era muy grande con lindos tonos en color azul y blanco al igual que el uniforme. Llegamos al salón de primer grado; mamá se despidió de mí y me dejó la lonchera.

Una maestra muy simpática salió a recibirme; todos se quedaron en silencio cuando entré.

—Tenemos una nueva compañera —dijo la maestra de tes muy blanca, cabello lacio y castaño. Me llamaba la atención su particular lunar sobre el labio—. ¿Cuál es tu nombre, pequeña?

—Jeimy —respondí tímidamente.

—¿Jeimy que más?

-—Jeimy, simplemente Jeimy. —Creo que no recordaba mi apellido.

—De acuerdo, ve a sentarte Jeimy.

Mis ojos localizaron rápidamente un asiento junto a la ventana. Se notaba claramente que mis nuevos compañeros eran niños bien acomodados. Y como no, si iban a una escuela privada cristiana. No eran como mis antiguos amigos, de piel morena, mejillas sonrojadas, y sonrisa de par en par. Estos nuevos compañeros me miraban sin disimulo alguno; me hice más pequeña y tímida.

No conocía a nadie excepto a mi prima Sarah, hija de la prima hermana de mi papá, quien le recomendó la escuela.

Para el recreo me paré junto a una columna a mirar como ellos jugaban y retozaban. Extrañaba mucho a mi prima Shantall y mi amiga Paula,

Yo no sabía si identificarme con la costa o con la sierra. No tenía un comportamiento en particular, mi despertar fue en ambas regiones. Tenía recuerdos de aprender a manejar bicicleta en la plaza de armas de Trujillo, como recuerdo haber cogido limas en la huerta junto a mi prima; recuerdo haberme quemado bajo la potente luz del sol en la playa, como recuerdo haberme bañado en los baños termales de la sierra. No tengo el acento marcado de ninguna región, ni tampoco físicamente podría determinarse de donde provengo. Aunque en el fondo de mi corazón, mis recuerdos más hermosos y melancólicos, son de la sierra. Cuando viajo a cualquier parte de la sierra —especialmente la liberteña—, mi corazón late desesperado, una sonrisa tímida se dibuja en mi mejilla y mi respiración regular se ve interrumpida en suspiros.

De tal modo transcurrieron los años, luego mamá me dejó ir y venir sola a la escuela. Me hice amiga de todos mis compañeros. Me hice más unida a mi prima, a veces me quedaba en casa de Sarah una semana y a veces ella iba a la mía. Luego entró a la escuela otra niña nueva: Mara Elena, que luego se volvió mi mejor amiga.

Todo marchaba bien, logré lo que me propuse, comencé a obtener los primeros puestos y ganar muchos concursos de matemática y comunicación para mi escuela. La sub directora siempre me halagaba en formación. Obtuve muchos diplomas que mamá los guardaba como su mayor tesoro. Siempre muy exigente a diferencia de papá, no permitía menos de 20, si sacaba 19 o 18, me retaba.

En el 2007, cuando cursaba la mitad de cuarto de primaria, sucedió algo inesperado —que yo no sé—, y decidieron enviarme a concluir mi cuarto grado de primaria donde la abuela, en mi querido pueblito. ¿Sería como antes?

SIMPLEMENTE JEIMYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora