4 -CHICHIOLINA Y EL INDIGENTE-

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Mí perrita tenía una percepción notable de las cosas y una, no sé si intuición o auténtica racionalidad que la guiaba (y ella me guiaba a mi) hacia el lugar preciso para un propósito que yo aún no me había trazado y, a veces, me preguntaba si Chichiolina adivinaba lo que nos convenía.

Yo, en parte por timidez, pero fundamentalmente por prevención, le temo y le huyo a las multitudes de cualesquier tamaño, porque en un grupo amorfo priva la irracionalidad y tenemos que supeditar nuestro criterio al de una mayoría generalmente convulsa, para poder ser considerados solidarios con el grupo y evitar que los fanáticos nos tilden de desleales y reaccionen a palos contra nosotros. En toda multitud priva el fanatismo y, por tanto, cualquier persona adiestrada o malintencionada y medianamente inteligente puede conducir a la gente adonde los intereses o caprichos de esa persona le convengan.

Seguía paseando a Chichiolina, pero ella tiraba fuertemente de la cuerda con que la sostenía, meneaba alegremente la cola y daba sus agudos ladridos como diciéndome: "VAMOS HACIA ALLA"... En la dirección de un grupo de personas que se veía a nuestra derecha...

Al aproximarnos al grupo oí la discusión de unos jóvenes que iban en la misma dirección caminando a nuestro lado:

---Ese es un loco...

---Estás equivocado, ese es un sabio...

---Yo creo que es un profeta y debemos

escucharlo, hermanos, decía un joven que llevaba una biblia bajo el brazo...

Cada uno afirmaba lo que pensaba y yo cada vez acrecentaba mi curiosidad. Llegamos al sitio escogido por mi perrita y sucedió algo que me dejó más confuso aún: Tres misioneros laicos canadienses, movidos también por la curiosidad, se habían acercado al grupo; dos de ellos conversaban entre sí en inglés (imagino que refiriéndose al curioso personaje que teníamos adelante) y éste, sorprendiéndoles, intervino en su conversación y, según me dijeron ellos, les expresó que él hablaba fluidamente seis idiomas. Ellos se miraron entre sí y establecieron una conversación en el idioma dicho, con aquel señor y, uno de ellos (me imagino que a título de prueba) le habló en francés y... el indigente estableció con él una conversación en el mismo idioma. Recordé a los que discutían cuando entrábamos al lugar: ¿Es loco? ¿Es sabio? ¿Es profeta?...Su condición de indigente me confundía...y sembró en mi las mismas dudas...Pero debo admitir que empecé a sentir admiración por aquel señor que, se veía, tenía un sólido y respetable interior.

Los allí reunidos empezaron a formularle preguntas. Un imprudente, grosero y altanero le preguntó:

---¿Vino usted a aumentar el número de locos

que hay en las calles?

El indigente lo miró con una leve sonrisa en los labios y le respondió:

--- Yo no soy el más llamado para establecer un juicio

sobre mi cordura, porque cualquier opinión sobre

uno mismo siempre resulta parcializada, a menos

que seamos muy sabios y sinceros...No sé si usted

tiene una mente sana y es capaz de razonar y com-

prender y, por supuesto, concluir si soy o no loco,

pero tenga la seguridad que no voy a huir ante su

juicio, "no corro para que no me corran"...Para

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