Se metieron por una ventana. Se abrazaron muy juntos y aguardaron casi sin respirar. Algo se movió entre los pastizales. Unos pasos, yendo y viniendo, quizá dando vueltas en círculo mientras olfateaba. La bestia llevaba un buen rato siguiéndoles el rastro. Escucharon con atención y con el corazón latiendo descontrolado hasta que ya no hubo nada más que escuchar.
−¿Ya? –preguntó el pequeño Dalí, y enseguida se cubrió la boca con ambas manos, porque su voz hizo eco hasta el mismísimo centro de la Tierra.
Su hermano Jota le dio un fuerte puñetazo en el hombro, y ambos se quedaron de nuevo escuchando el silencio, los pájaros, el roce del áspero del viento. Pero no hubo pisadas.
−Perdón, Tata –susurró Dalí.
Jota asintió. Lo ayudó a ponerse en pie. Dalí no lo hacía a propósito, pero muchas veces metía la pata del peor modo en el peor momento. Sin embargo, esta vez corrieron con suerte. El eco se había propagado hacia lo profundo y no hacia fuera; de lo contrario, Jota habría tenido que vérselas cara a cara con esa bestia.
–No pasa nada. Pero deja de llamarme Tata.
–Perdón.
Jota miró a su hermanito con cara de fastidio. Las raíces de los árboles habían reventado el suelo y las paredes de la habitación; sólo se habían conservado enteros algunos azulejos y el color azul en la pintura descascarada, azul o puede que hubiese sido verde. Oscurecería de un momento a otro.
–Creo que pasaremos la noche aquí.
–¿Aquí? –se quejó Dalí.
–¿Tenés una idea mejor?
–¿Podríamos volver?
–¿Estás tonto?
–Quizá nadie se haya enterado de que nos fuimos.
–Dalí, ya te lo expliqué cientos de veces.
–¡Una víbora! –advirtió el pequeño.
Jota desenvainó su daga y de un golpe seco le cortó la cabeza. El cuerpo de la víbora decapitada continuó retorciéndose.
–Bueno, ya tenemos algo que comer.
–Me muero de hambre.
–Y yo igual –asintió Jota sonriendo−. ¿Agarraste la cantimplora?
El pequeño empalideció.
–¡Es que cuando apareció la bestia, salimos corriendo y...!
Jota lanzó un hondo suspiro:
–No importa. –Sujetó a su hermano por los hombros inclinándose a su altura, como en cada vez que debía decirle algo que a la fuerza debería recordar−: Dalí, las pocas cosas que tenemos son muy importantes. De ellas depende que podamos seguir o no con vida.
–No quiero que Tata se muera –dijo el pequeño con los ojos vidriosos.
–Nadie se va a morir. ¡Así que no te pongas a llorar!
Dalí se restregó la cara:
–No estoy llorando –respondió ofendido.
Jota buscó en su mochila, y encendió una linterna del tamaño de un lápiz.
–Vamos a ver qué encontramos. Alguna botella o cualquier frasco que sea útil.
–¡Entendido! –asintió Dalí, y fue tras su hermano, agarrándose por la espalda a su cinturón, igual que una garrapata.
Al fondo de la habitación había un hueco en la pared, con unas escaleras que descendían. Hacia abajo, la verdad, se veía un poco siniestro. Pero ellos estaban acostumbrados a curiosear entre casas abandonadas, devoradas por la naturaleza, el paso del tiempo y el olvido.
–Cuidado con los escalones –le advirtió su hermano en voz baja, iluminando hasta donde alcanzaba a verse.
La escalera los condujo a un pasillo en forma de L con tres habitaciones, una después de la otra. Ninguna tenía puerta, por lo que echaron un vistazo desde el mismo pasillo, sin encontrar nada que pudiesen rescatar. Las raíces habían incluso atravesado las paredes. Bajaron el siguiente tramo de la escalera y se toparon con una puerta cerrada. Jota le dio un topetazo con el hombro y luego una patada. Pero estaba atascada.
−A la cuenta de tres –dijo.
Se trataba de una suerte de ritual de hermanos. Dalí contaba hasta tres alzando el tono de voz como si se tratara del presentador de un programa de concursos, y Jota saltaba una pared, o lanzaba una piedra, robaba algo de comida o hacía lo que fuese necesario hacer. Ahora bien, si incluso contar hasta tres fallaba, entonces el significado para ellos era claro: era imposible y nadie en el mundo podría hacerlo.
−Uno... dos...
−¡Tres! –se sumó Jota, y se lanzó contra la puerta desde el tercer escalón de la escalera.
La puerta no se abrió; sin embargo, la madera se quebró.
−¡Bien hecho! –dijo Dalí arrugando la nariz.
Y Jota asintió imitando el gesto. El resto llevó un poco de esfuerzo, pero fue relativamente sencillo. Empujaron y tiraron de la madera hasta quebrarla del todo. Y así abrieron un hueco en medio de la puerta, similar al que se acostumbraba en algunos sitios para que las mascotas pudieran entrar y salir libremente de las casas.
Sin duda olía a encierro y a humedad, aunque la habitación se había conservado bastante bien. Un muy antiguo automóvil estacionado en medio ocupaba casi todo el espacio. Era el garaje de la casa. Por lo tanto, ellos habían entrado por lo que había sido la terraza, que era lo único que quedaba ahora a nivel del suelo. Quizá se hundió la tierra o un terremoto; quizá aquella casa fuese lo único que quedase de un barrio entero, enterrado y aplastado para siempre bajo toneladas de rocas, tierra y vegetación.
Al automóvil le faltaban los neumáticos y el parabrisas trasero. Revolviendo en los cajones, Jota encontró un martillo y unas pinzas para cortar cables. Había varios tarros de pintura, pero ninguno que pudieran utilizar como cantimplora. Dalí se veía desanimado, quizá esperara encontrar algún tesoro (siempre estaba soñando con encontrar tesoros).
−¿Qué tal si preparo la cena? –preguntó Jota.
El pequeño se encogió de hombros.
−¿No dijiste que tenías hambre? –insistió Jota.
−Bueno, sí –Dalí dio el brazo a torcer.
−Y después podemos dormir en el coche. Yo creo que es una máquina del tiempo. ¿Quién sabe en qué mundo podríamos despertar mañana temprano? ¡Mil años en el futuro!
−¡Cien mil años en el futuro! –se animó Dalí.
−Bueno, pero primero a cenar.
Hicieron una fogata en un rincón, y Jota cortó la víbora, en todo momento enseñándole a su hermano cómo debía hacerse. No fue una gran cena, pero al menos se fueron a dormir con algo en el estómago. Claro que, antes de caer rendido, Dalí estuvo un buen rato girando el volante del automóvil, pasando los cambios, estirando los pies para alcanzar los pedales, presionando todos los botones, viajando a máxima velocidad por una carretera rumbo a las estrellas.
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IMPACTO - el mundo perdido
Science FictionCiencia-ficción. Postapocalíptico. El mundo conocido cambió mucho tras la sorpresa de un gran IMPACTO, que hasta último momento no estaba en los planes de nadie (o tal vez sí). Nuestro planeta, como lo conocimos, ya no existe. Y del otro lado, tenem...