O1. ᴘʀᴏᴘᴜᴇꜱᴛᴀ

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Bruno Bucciarati, hijo de una pareja de pescadores felizmente casados que viven tranquilamente cerca de las islas de Nápoles.

Él tuvo una infancia cómoda y con mucho amor por parte de ambos de sus padres, él, como cualquier otro niño de pueblo, creció feliz.

A la edad de veinte años, se mudó a Venecia para comenzar su vida adulta.
Maneja una vida sencilla y agradable, se conforma con poco y se sentía boyante.

Tiene un perro blancuzco llamado Abbacchio, que cuenta con peculiares ojos azulados, una mancha morada con forma de gorro arriba en su cabeza y un cuerpo fino. Es un can bastante violento, pero con Bucciarati cerca, éste se mantiene dócil y pasivo.

No sabía exactamente en que estaba pensando al ponerle "cordero" a su mascota, le pareció una idea graciosa y terminó por brindarle ese nombre a su cachorro.

A pesar de la agradable compañía de su compañero canino, Bruno se sentía bastante solo. Tal vez porque estaba acostumbrado a la vida con sus padres o simplemente eran sus ocurrencias pasajeras que siempre estaban ahí para desanimarlo, aún así sentía un vacío extraño en su pecho.

Para despejarse un momento, Bruno salió de su hogar, no sin antes acariciar a su compañero, para poder respirar y de paso conocer más a detalle lo que sería su nuevo hogar por varios años.

Uno de los pasatiempos favoritos de Bruno era la literatura, adoraba leer y escribir poemas para su padre, y para su suerte, dió con una biblioteca cerca de una heladería, era bastante amplía y con un montón de estantes llenos de grandes y, a la vista, pesados libros.

Los ojos del azabache se iluminaron y al entrar respiró hondo. Sintió el aroma a tranquilidad y viejos libros, lo cuál lo relajó bastante, como si aquella biblioteca fuese su hogar.
Cogió un libro titulado "La máscara de piedra".
Trataba sobre una máscara que si colocabas sangre sobre esta y la ubicabas en tu rostro, te convertías en un vampiro.
Le dió un poco de terror la trama y la dejó en su lugar.

- Ese tal Jonathan Joestar está loco... -se comentó a sí mismo refiriéndose al autor.

Bucciarati divagó por casí todo el lugar intentando encontrar algo de su agrado, quizás un texto sobre la época del renacimiento o algún libro de arte romano, incluso un cuento para niños le parecía bien, solo deseaba despejarse.

En su búsqueda se topó con lo que parecía un muchacho, le decoraban brillantes rizos dorados, ojos de un azul intenso, llamativas prendas azules y una fina faz que parecían los de una bella dama.

Bruno quedó maravillado con lo atractivo que era aquel chiquillo, tanto así que se quedó embobado y con la mirada fija en él.

El chico sintió de inmediato la mirada que posaba sobre él los ojos ajenos.

- Disculpa, ¿podrías dejar de hacer eso? -preguntó educadamente, sin quitar la vista de su lectura.

No podía creerlo, hasta su voz era armoniosa, una voz tan suave que desearías escuchar canturreando en tu oído hasta dormir.
No quería fastidiar al chico dorado, pero le era imposible apartar la vista de él.

- ¡Ah! ¡Mi dispiace! Yo... -Bucciarati rápidamente trató de buscar entre sus memorias una excusa válida para aquel incómodo rato- Miraba ese libro... "La máscara de piedra", ¿eh? -dijo finalmente.

- Ah, sí -respondió sonriendo levemente mientras miraba en dirección a Bucciarati-. Esta historia siempre me la contaba mi tío antes de dormir. Me moría de miedo al oírla -río con lo último, eran buenos recuerdos.

Bucciarati sentía como su corazón latía cada vez más rápido, también como su sudor incrementaba al escuchar reír al muchacho.

¿Por que se sentía así de nervioso? Nunca le complicó hacer vida social, era tranquilo y se llevaba bien con la mayoría de personas con las que se relacionaba y al parecer ésto no era muy diferente, entonces, ¿que le ocurría?

- ¿Te... leían un libro así cuando eras pequeño? Va-vaya... -tartamudeó, en parte por sus nervios al hablar con el rubio y por recordar lo aterrador que era aquel libro.

- Bueno, verás... mi tío es arqueólogo, adora todo lo que tenga que ver con las sociedades antiguas, historia y cosas de ese ámbito -el menor dió una pequeña pausa y miró nuevamente el libro que poseía en sus manos- ...pues, él y mi padre eran fanáticos de éste mito.

- Aún así, no creo que un niño debería de escuchar algo tan espeluznante...

- En eso tienes razón, pero yo no me enfocaba en el terror, sino en lo creativo y prodigioso que era. ¿Te imaginas obtener inmortalidad gracias a una antigua máscara enigmática? Sería increíble -miró iluminado al mayor y río con energía al ver como el contrario contaba con una cara de que no adoraba mucho la idea-. Perdona, ¿podría saber tu nombre?

- Mi nombre es Bruno, Bruno Bucciarati... -dijo extendiendo su mano animado, pero a la vez armado de valor para no salir corriendo debido a los nervios.

- Giorno Giovanna, pero puedes llamarme GioGio, encantado.

Giorno dejó el libro en su lugar, luego se dirigió hacía Bucciarati, a quién le besó la mano con delicadeza. Bruno no podía tener la cara más roja.

- Fué un gusto charlar contigo, espero que nos logremos encontrar en otra ocasión, Bruno. Ci vediamo dopo -el rubio sonrió y giró en la dirección contraria para dirigirse a la salida, en silencio.

Giorno Giovanna... era un nombre extraño, pero atrayente y hasta misterioso a la vez, cualidades que también encontraba en el chico, su deslumbrante belleza y su potente mirada azul, dos cosas tomadas de la mano que lograban hacer que el mayor se fijara perdidamente en él, es como si el universo hubiese dejado un tesoro dorado para que Bruno lo encontrara.

Y dada la oportunidad, no podía perder aquel tesoro.

- ¡Espera, Giorno!

- Shhh... -se logró oír a una encargada callar a Bruno debido a su incumplimiento de la norma principal, permanecer en silencio o al menos hablar bajo. Bruno apretó ojos y dientes tras escuchar el siseo, Giorno sólo trató de aguantar su carcajada al ver al pelinegro tan avergonzado.

Bruno depués de disculparse repetidas veces con la señorita, se dirigió lentamente hacía Giovanna.

- Sabes Gio...Gio -se ruborizó al menciornarlo por su apodo-, te gustaría... uh... ¿salir a tomar un helado o comer en algún restaurante? ¡Yo...! Yo invito...

Bruno invitó la comida de inmediato para asegurarse de que el de azul no le rechazara. Procuró ser un poco más discreto para no escuchar ese molesto "shhh" otra vez.

Giorno lo pensó un momento, él normalmente era reservado, no muy sociable y lo más importante, no estaba en su naturaleza salir con desconocidos, en especial si lo conoció hacía apenas cinco minutos, pero la agradable personalidad de Bucciarati le hacía sentir seguro.

De alguna manera le hizo pensar que no tenía en mente malas intenciones, en otras palabras, le generaba confianza.

- Un helado está bien, dónde.

El de vestimentas blancas se posó sobre el estante y pensó un momento la ubicación, tenía muchas opciones, pero no se manejaba del todo en la ciudad, apenas conocía su calle y la dirección de la biblioteca. ¿Y si...?

- ¿Te parece... en la heladería de aquí al lado? No se como és pero me gustaría averiguarlo... con algo de compañía... -al haber dicho lo último sus mejillas estaban tintadas de rojo otra vez.

- Los helados de ahí son deliciosos, no te arrepentirás. Veeme ahí el domingo, a las siete P.M. Es una cita~

Dicho eso, el dorado guiñó su ojo derecho con coquetería y reincorporó su camino hacía la salida, se veía divino incluso al caminar.

Bruno solo se quedó estático, no tuvo tiempo para reaccionar ni para decir "adiós, ¡nos vemos el domingo!" o un gesto coqueto de vuelta.

- ¿Una cita...?

Tragó grueso de solo pensarlo.

Caro ragazzo d'oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora