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 No puede llamarse nado a lo que hice, fue más un chapoteo, me ahogué en más de una ocasión. Moverme era una tortura peor que la muerte, pero cada vez que quería aflojar me exigía unos segundos más.

 No supe en qué momento salí del agua, una parte de mí sabía que eso había sido todo. Mi último esfuerzo.

 Ni siquiera estaba consciente. Ya no corría, rengueaba a tumbos por el bosque, sosteniéndome de árboles. La mancha de mi suéter se había extendido a un chorro de sangre que no se detenía, se derramaba hasta las botamangas de mis pantalones. Caí de rodillas mirando el camino que nunca recorrería.

 Me recosté en el suelo, sobre las hojas húmedas y las ramas mohosas, para no levantarme nunca más. Me faltaba el aire ¿Era porque me desangraba?

 Una sombra se cernió sobre mí.

 Era tío Jordán, pero para mí se veía como una silueta desconocida. Él alzó su hacha y apuntó a mi cabeza, un golpe certero hubiera terminado con todo, pero coloqué mis brazos entre el camino del filo a mi cráneo. La hoja quedó clavada en mis antebrazos. Los huesos crujieron, los sentí moverse como bisagras, aplastarme los músculos y romperme las muñecas. Aullé de dolor.

 Él no dijo nada, me hubiese gustado verlo llorar.

 Como si estuviera cortando leña colocó una pierna en mi pecho y me pisó para lograr una mejor posición y agarre. Con todas sus fuerzas jaló del mango del hacha y la arrancó de mis brazos. No podía parar de gritar. Él tiró el arma desechando la idea de matarme con ella, la escuché caer a mi izquierda.

 Agárrala Asher, agárrala.

 Pero no podía levantar los brazos mucho menos las piernas. Se inclinó de cuclillas, rodeó mi cuello con sus enormes manos y forcejeé con él. Vanamente traté de impedírselo, pero ya no me quedaban energías ni esperanzas, no era una cascara vacía, era una cascara rota.

No pensé en Dios en ese momento, en ninguno, ni le rogué que me ayudara, una parte de mí sabía que no escucharía, solo tenía súplicas para tío Jordán, pero él tampoco estaba escuchando.

 —Por... favor —Mi voz salió como un hilo, le agarré la manga del abrigo y traté de desviarla para otro lado, pero mis dedos estaban como mantequilla—. Por favor... tío... no le diré a nadie lo ju-r...

 Esta vez era él que no tenía nada para decir.

 Comenzó a presionar con fuerza cortándome el aire. Todos mis sentidos se encendieron alertas, por última vez, para poder otorgarme un recuerdo vívido de lo que estaba sucediendo. La piel de mi cuello quemaba, pero eso no era nada comparado a mis pulmones que se quedaban sin oxígeno; se resecaban y marchitaban como todo el bosque.

 Los ruidos que emitía eran parecidos a los de un animal, pero yo no eran un animal era Asher Colm el niño milagro.

 Mis piernas se sacudieron como si quisieran correr o si fueran electrocutadas.

 Cuando creí que no terminaría nunca apareció una luz intensa. Pensé que era el final del túnel, el cielo, pero solo era un banal relámpago que iluminaba todo para verme por última vez.

 Repentinamente apareció Gorgo, montado en su bicicleta, esperando por mí en la esquina, liando un cigarrillo y sonriendo al verme. Yo ya no estaba en ese bosque, caminaba hacia él en el barrio que era mi hogar.

 Gorgo se incorporó y dijo:

 —Que alguien me pellizque, Asher Colm llega temprano a una cita.

 No, lo siento Gorgo, creo que me adelanté un par de años.































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Para fantasmas en este libro ya está Asher :D

La infernal suerte de Asher ColmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora