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 Mientras esperaba la invocación de Alan había llegado a la conclusión de que no importaba qué tanto me esforzara por hacer el bien, al final terminaría cometiendo un error. Estaba viviendo en un círculo del que no podía escapar. Hiciera lo que hiciese sería una deshonra para ese dios anónimo que había creado a los humanos y luego había escapado horrorizado ¿Han oído hablar de que la línea divisoria del mal y el bien es delgada? Puras patrañas, teorías. No es delgada, en la vida real, esa línea no existe.

—¿De verdad llamarán al Alan Turing? —inquirió Suni con la voz fluctuante cuando finalicé el pentagrama—. ¿Es tan apuesto como Benedict Cumberbatch?

—Mmmm —Pasé la tiza de una mano a otra—. Digamos que.... no.

Leviatán me arrebató la tiza y comenzó a escribir palabras en una lengua extraña, agitaba su cola puntiaguda como siempre que estaba concentrado. Luego se mordió con sus aguzados dientes y perforó la piel oscura y corácea de la palma de su mano, hasta que emanó un torrente de sangre que vertió alrededor de la circunferencia del pentagrama.

—Pero —agregué—, es muy simpático, te caerá de maravilla.

Suni se revolvió inquieta, como si tuviera hormigas en la piel, si le hubiera dicho que era tan apuesto como Benedict Cumberbatch tal vez no estaría tan nerviosa de llamar a otro muerto. No podía culparla, la última vez que había invocado a alguien terminó siendo poseída y llevada a otro país para arreglar mis asuntos pendientes de fantasma.

—Bueno —Leviatán admiró su obra—. Creo que es suficiente para invocar a Ennis del Mar.

Era el personaje de Secreto de la montaña, esa película donde dos hombres se follaban en una montaña y después guardaban el secreto, pensó Suni y le respondí mentalmente que estaba enterado.

—Sabes, a veces creo que fuiste suficientemente cruel pero luego te vuelves a lucir.

Él me sonrió con todas sus bocas y me guiñó una decena de ojos. Traté de no romperle la cara, odiaba ese gesto. Pero había colaborado en la invocación así que se lo perdonaba.

Unas nubes de tormenta comenzaban a arremolinarse sobre nosotros, el viento agitaba el cabello rosa de Suni y algunos relámpagos rugían con fuerza; esa tormenta se hallaba casi lista para pactar con niñas, adolescentes y elefantes.

Pinchamos nuestro dedo y vertimos la sangre sobre el pentagrama, tal como nos había indicado Leviatán. Solo derramamos una gota porque a Suni, todo lo que involucrara sangre, le revolvía el estómago.

Leviatán comenzó a musitar un cantico que sospechosamente sonaba similar a la canción You make my dreams come true de Daryl Hall & John Oates. Él dijo que era más fácil convocar un demonio que un muerto, pero me aseguró que Alan podría venir y nadie se enteraría porque era de Nivel de Pico, un lugar donde no había demonios.

El suelo comenzó a temblar imperceptiblemente, el contenedor metálico de basura vibró como una cama masajeadora, corrientes de aire caliente y húmedo arreciaron con fuerza. Una columna de fuego se erizó y crepitó ensordecedoramente, planteé mis pies sobre el suelo. Suni se cubrió la cara con las manos, pero yo abrí una rendija entre el dedo medio y el índice para observar lo que sucedía.

Millones de voces me susurraron en los oídos, todas estaban enojadas, ansiosas, suplicantes, reconocí a la mayoría, una de ellas era Joyce, Mercedes, Kyteler, su novio Robin e incluso la niña india a la que había golpeado hace tanto tiempo que casi ni lo recordaba, casi. Olía a basura, pero no provenía del callejón, era un hedor a azufre, fermentación y pestes que parecían volverte loco.

Era la fragancia de mi antiguo vecindario. Qué momentos.

De repente una figura resurgió del pentagrama, parecía cera negra derretida, inconsistente y pegajosa, se le caían chorros de brea que se evaporaban al tocar el suelo. No emergió soberanamente ni con elegancia, tropezó un poco, colocó sus manos sobre el sucio suelo y blasfemó porque había tocado goma de mascar.

La infernal suerte de Asher ColmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora