3. Encuentros

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Luego de andar un rato, Aline encontró un pequeño parque. Era amplio y estaba rodeado de edificios y casas y tenía una gran fuente en el medio.

Alrededor de la fuente habían sillas lo suficientemente lejos para que los ocupantes no fueran mojados por el agua.

Era un lugar agradable, pero le hubiera gustado si hubiera estado mucho más lejos de aquellos edificios. Le hubiera agradado más si no hubiera un hombre borracho en algún punto del parque y  hubiera sido un lugar perfecto para terminar su libro si no hubiera sido porque un hombre alto la miraba sin parar.

Su ropa estaba sucia y hecha jirones en algunas partes. Tenía una barba que era aproximadamente de una semana y tenía la pose de un rey poderoso al que le habían quitado todo, pero de la clase que era demasiado listo como para preocuparse por ello. Los buenos reyes saben que lo perdido vuelve.

A pesar de la mirada del hombre Aline tomó asiento en una de las bancas, sosteniendole la mirada. Un reto. Y Aline era perfecta para los retos, nunca dejaba el reto para después, y si perdía se recordaba que aún quedaban mil batallas por luchar, pero claro, con la vida pacífica que ella llevaba raramente se encontraba con retos.

Aline y el hombre siguieron mirándose, hasta que esté dejó que una de las comisuras de sus labios se curvara hacia arriba. Era la sonrisa de una persona que conocía todas las cosas y Aline la conocía. El hombre se había dado cuenta de algo que ella no había notado.

El hombre dio un paso al frente, hacia Aline, y luego otro, y otro. Justo cuando ella pensó que él estaba decidido a ir hacia donde ella estaba el hombre cambió de dirección y Aline lo perdió de vista.

Ella sólo soltó un perezoso suspiro y abrió su bolsa para sacar su libro. Abrió la página donde había quedado la última vez. Ella no utilizaba separadores de página. ¿Para qué los necesitaba si era mucho más fácil memorizarse un número y evitar problemas?

De pronto alguien apoyó las manos en el respaldo de la banca y Aline se volteó para ver quién era. Le molestaba que la interrumpieran en un momento como ese, por eso le gustaba leer en lugares no públicos.

Oh, se dijo Aline, el rey esta de vuelta.

Era el hombre de la barba, y está vez su sonrisa era mucho más amplia. Se sostuvieron la mirada nuevamente, él sonriente y ella con una expresión en blanco. Al final el hombre, muy entusiasmado, le dijo:

-Estaba completamente seguro de que eras la correcta. Y eso, querida dama, demuestra lo listo que soy.

Aline lo miró nuevamente. Frunció el ceño ligeramente y volvió su atención al libro.

-¿En serio? ¿Me vas a ignorar?

Aline miró la fuente.

-Porque tengo que admitir que esperaba que dijeras algo. Oh no, ¿Eres muda? Dios, di algo, me matarán si se enteran de eso. No se supone que seas muda, ¿sabes? A nadie se le ocurrió eso-

-¿Por qué sería problema suyo si hablo o no? ¿No se da cuenta de que estoy haciendo algo importante?

-Gracias -dijo con un suspiro y luego miró el libro- ¿Qué me dices que es importante? ¿Leer? Por supuesto que leer es importante. Eso lo sabe cualquiera.

Entonces se sentó al lado de ella.

-Soy el primero en conocerte, apuesto a que estas tan emocionada como yo, en el fondo, por supuesto, porque tu fría mirada no muestra emoción alguna.

Personas. Siempre tan conversativas y alegres y tan necesitadas de saber sobre las vidas de los desconocidos que apenas conocían en un parque.

-Disculpa, ¿Te conozco? -preguntó Aline. Tal vez era algún familiar lejano que la había reconocido por alguna foto familar o algún viejo compañero de la escuela.

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