2. Visitas

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Aline estaba sentada en el sillón de terciopelo azul. Miraba hipnotizada el cielo nocturno, en su regazo se encontraba Charles Marin cerrado.

Tenía ese extraño sentimiento de no querer terminar el libro. Tenía miedo. ¿Qué tal si no le gustaba el final? ¿Y si un personaje moría? ¿Y si su libro no tenía  la última página?

Aline se apretujó las manos y miró el libro de reojo. Era de portada dura de color negro y letras doradas que  rezaban Sir Charles Marins. Parecían resplandecer en la oscuridad.

Soltó un suspiro exasperado y se levantó del sillón. Terminar de leer el libro no era su obligación, así que no lo terminaría de leer. Ese era el final de algunos libros de todos modos: el abandono.

Aline creía haber oído aquellos libros abandonados llorando por  la noche.

Sentía como  si el libro tuviera ojos y estuviera perforándola con la mirada. Solto una risotada al recordar que un libro con ojos y mirada propios era algo absurdo y luego se estampó la mano contra la frente por haber pensado eso.

Dejó el libro en el sillón y fue hacia su cama, cada paso más tembloroso que el anterior por el sueño.

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Se levantó aquella mañana por unos  golpes en la puerta principal. Aline se levantó de un salto y luego se quedo mirando a su alrededor, buscando el sonido que la había hecho despertar aún más temprano de lo que acostumbrado. Al encontrar todo en silencio Aline frunció el ceño y comenzó a dejarse caer en la cama cuando los golpes en la puerta volvieron y tuvo que obligarse a abrir la puerta. De nuevo. Aquellos golpes le parecieron realmente insoportables y con fastidio pensó que la persona que tocaba su puerta de aquella manera salvaje podía tomarse la molestia de tocar el timbre. Como lo haría una persona normal, pensó.

Pero  no se sorprendió al no ver a  una persona normal, sino a la señora Rogers, una mujer de mediana edad con cabello rubio teñido y con aspecto de millonaria, aunque lamentablemente no lo era. Si fuera millonaria no estaría en su puerta, a esa hora, con el único motivo de-

-¿Tiene sal, señorita Aline?

Sal. En muchos de los libros de fantasía las brujas odian  la sal, aunque Aline pensaba que la descripción de bruja iría mejor que ella. Frunció el ceño y se ruborizó. Solía ponerse de mal humor repentinamente. Le comenzaba a molestar cada cosa que se notara demasiado. Especialmente el ruido, eterno enemigo del silencio.

-Buenos días, señora Rogers -dijo Aline dando enfásis a las primeras palabras debido a la incortesía de la señora.- No estoy segura de tener sal. Pero si espera un momento le aseguro que ire a revisar.

-Se lo agradecería.

Aline cerró la puerta detrás de ella para ver si había sal. Por supuesto que iba a tener sal. Eso mantenía a las brujas lejos. No, pensó, la sal es para la comida. Hizo una mueca con la cara y tomó un poco de sal para darle a la  señora Rogers. Ella podía ser millonaria si quisiera, pero siempre había vivido en su departamento. Aline le entregó la sal a la mujer y no se sorprendió cuando la mujer se fue sin agradecerle. Aline la siguió con la mirada hasta que se perdió de vista.

 Cuando estaba a punto de regresar a su cama la alarma de las mañanas hizo su trabajo y Aline no tuvo más remedio que comenzar a hacer sus cosas. Esta vez se bañó, se arregló y desayuno. Lista para ir a la librería para regresar aquel libro. 

Podía escuchar cada paso que daba y cada respiración exhalada, Aline estaba tan acostumbrada a sí misma que casi no reconocía los sonidos de una pequeña ciudad al levantarse. Aquella mañana se encargó de recordar viejos sonidos que casi había olvidado y tratar de reconocer caras que nunca había visto. 
El gran abrigo azul le servía como calefacción contra el frío y escudo contra las miradas curiosas de la mañana.
Aline podía tomar un taxi, pero no se molestó. Después de pasar tiempo en su madriguera necesitaba sentir la luz del sol directamente en su cara.

Todo se sentía tan diferente a ella. Todos moviendose constantemente, tan vivos. Y ella ahí,  tan invisible. Y a veces eso lo hacía fruncir el ceño y entablar infinitas conversaciones con ella misma que no terminaban de una manera agradable.
Aline, tan muerta, con aquella enfermiza vida. ¿Cómo podía vivir de aquella manera?
Podía adivinar lo que las personas pensaban cuando la veían a los ojos.

Al final de aquella calle vio el gran letrero sobre la tienda. Librería. Las vidrieras estaban cubiertas de libros y de viejos papeles.

-Esta no es la librería.
Por supuesto que es la librería, hace dos meses viniste y estaba en este exacto lugar.
-Pero ahora está diferente.
Pero es la librería.

Empujó la puerta e inhalo pesadamente. Papel, tinta y polvo. No existía ningún otro olor mejor que ese en todo el mundo y eso era seguro.
-Hola, ¿Se le ofrece algo?
Aline se volvió para ver de quién provenía la voz. Sacó el viejo libro de su bolso y lo sostuvo en alto.
-Me enviaron un libro extra por error, he venido a devolverlo.
-Oh, ¿solo eso? -dijo la mujer que estaba detrás del mostrador.- Estoy segura de que traes algo más contigo.
-No, sólo es eso. -dijo y le dio el libro.

Era una mujer de unos cincuenta años y tenía puestos unos lentes oscuros. Su sonrisa, que pretendía lucir amable se torcía en una mueca algo grotesca.
-Hace tanto tiempo que no tengo visitas. -dijo la vieja, con una voz que denotaba lástima.

Aline miro a su alrededor y se revolvió donde estaba de pie.

-Humm, ¿Se le ofrece algo? -dijo de manera torpe.
-¡Ja, ja, ja! ¡Eso es justo lo que acabo de decir! -exclamó la vieja.- Dime niña, ¿Qué estás leyendo en este momento? -Salió del mostrador e hizo un ademán a Aline para que le mostrara qué estaba leyendo.-Vamos, se que lo llevas contigo en aquella bolsa. No soy tonta, ¿sabes?.
Aline apretujó la bolsa contra sí. Frunció eñ ceño y la boca, si no quería mostrarle el libro,  simplemente no lo haría.
-Estoy leyendo Charles Marins. -Contestó.
-Ahhh, ¿Te falta mucho para terminar?
-Unos cuantos capítulos.
-Me alegra saberlo. Que tengas un buen día.

Antes de abrir la puerta para salir Aline preguntó :
-¿Qué le pasó al propietario de esta librería?
Sabía perfectamente que el antiguo dueño siempre estaba en el mostrador.
-Enfermó y después de unos días murió. Con que facilidad desaparecemos, ¿verdad?

La chica no respondió, dio la vuelta y salió de aquella librería. Aún apretaba la bolsa, por supuesto que se había traído el libro. Quería ver si encontraba un lugar tranquilo para terminarlo. Tenía que terminarlo. Odiaba no poder terminar un libro. Charles Marins no era un mal libro para ella, era un libro maravilloso pero habían ciertas cosas que no le daban buena espina respecto al final. Cobarde, se reprendió ella misma.

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Votos y comentarios son muy agradecidos.

AJ

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