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—Entonces, señor Montreal, ¿Podría decirme donde estuvo la noche del veinte de enero del dos mil quince?— el inspector se acercó a mi posición, demandando mi respuesta, como si pudiera provocar alguna especie de miedo en mí solo por el hecho de es...

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—Entonces, señor Montreal, ¿Podría decirme donde estuvo la noche del veinte de enero del dos mil quince?— el inspector se acercó a mi posición, demandando mi respuesta, como si pudiera provocar alguna especie de miedo en mí solo por el hecho de estar interrogándome.

Le miré atentamente, fingiendo pensarlo, como si me costara desentrañar aquella información que supuestamente tenía guardada en mi memoria pese a que se encontraba muy bien guardado en mis recuerdos, casi tanto como el día en que aprendí a andar en bici.

Esa noche fue el momento en que cometí mi primer asesinato en solitario, el día en que comencé mi transformación, mi cambio, aquella progresión que me había transformado en un verdadero mafioso.

Una sonrisa torcida y ligeramente sádica se extendió por mi rostro, sin quitarme aquel aspecto tan hermoso que tenía habitualmente, más bien, acentuándolo.

Pude sentir como algunas de las presentes en el interrogatorio se sonrojaban ligeramente ante mi mirada confiada, pude sentir a la inspectora Clarke mirarme confundida y al inspector Hannigam esperando una respuesta.

Sabía que tenía el interrogatorio en el bolsillo, pero no debía ser extremadamente confiado, debía mostrarme cauteloso, dar aspecto angelical, y mi rostro de aquello tenía algo, mi rostro tenía la belleza de un ángel pero mi interior era tan oscuro como un demonio.

No podemos olvidar que Lucifer era el ángel predilecto del señor, antes de caer al mismo infierno. Y en realidad él y yo no eramos tan distintos, ambos teníamos ese algo que fascinaba a la gente, el don de la palabra, de la tentación y la confusión.

— Conteste la pregunta —me urgió el hombre al observar mi mudismo.

—Lo siento, inspector, me encontraba vagando en los recuerdos del pasado, hace mucho tiempo de aquello, pero creo recordar que me hallaba con mis amigos, es lo más probable, no lo se con certeza, pues la mente engaña y altera recuerdos, ¿No cree?

Empleé el lenguaje más recargado del que disponía, lenguaje que me daba sobriedad y que resultaba confuso para los allí presentes, pues escuchar a alguien como yo y más hablando como un señor resultaba algo bastante alucinante. Sentí como las luces se intensificaban sobre mi rostro ante el estrés de aquel hombre que tantas horas llevaba interrogándome.

Dressed In Black © [PAUSADA TEMPORALMENTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora