Capítulo 3: Dragón.

1K 116 62
                                    

Se sostuvo con uñas y dientes a las enormes patas que lo sostenían. Su respiración iba y venía, se le iba el aire y al mismo tiempo hiperventilaba. Su corazón estaba en su garganta y el estomago se había agrupado en una masa apretada de músculos que se negaban a estirarse por la sensación de no sentir el suelo bajo sus pies.

Una fiera tormenta le azotaba el rostro en su forzado viaje hacia un paradero desconocido.

Voy a morir. Ay dioses. ¡Voy a morir! Gritó ante el pensamiento. Las gotas de agua se le metían en los ojos como insectos, picaban y eran heladas. La falda del vestido le azotaba las piernas y se enredaba en sus botas, haciendo que se sintiera atado.    

Agachó la cabeza para que el agua no le obstruyera la vista. Apretó los dientes cuando sintió el apretón de esas peligrosas garras sobre su cintura. Eran rojas, cual sangre, letales.

Dicen que cuando vas a morir vez tu vida pasar frente a tus ojos. Lastimosamente no ocurrió así, lo único que llenó la mente de Hiccup en esos tortuosos momentos fue el rostro desfigurado de Camicazi, mirando hacia el bote donde estaba su hermana recostada y después... después escuchó gritos, él levantaba vuelo y se alejaba con rapidez.

.

Los tambores resonaron, las cuerdas se tensaron y dejaron salir su melodía anunciando el comienzo de la boda.

Una mujer cuyo rostro ignoraba comenzó a cantar, animando a todos a prestar atención con el antiguo cántico que relataba una araña por amor en tiempos oscuros.

Sintió a su padre tomar su mano. Encaminándola por un sendero en la nieve. El pequeño camino era formado por frutillos rojos, redondos y brillantes. Las mujeres de la aldea le esperaban al final del camino. Allí le recibiría un bote lleno de joyas, acolchonado y que sería tirado por el novio.

–Hoy dejas la infancia atrás. Camicazi, hija mía. Las aldeas estarán unidas de ahora en adelante y podremos luchar sin miedo contra nuestros enemigos. Entiendo que no es lo que quieres, pero sí lo que necesitas. –él quiso elevar su rostro pero ella se negó. El rey suspiró ante el enojo obvio de su hija menor y se resignó a mirar la corona de flores que portaba–. Necesitas a un hombre que te entienda a tu lado. Necesitas a Hiccup, y lo amarás con el tiempo. Y él te amará a ti. Confía en tu padre. Si hay amor, todo estará bien. –aseguró él. Tragó un duro nudo en su garganta cuando sintió el collar ceremonial sobre su cuello.

Ella se apresuró a acabar con esto lo más pronto posible.

–Con cuidado, Alteza. –murmuró el guardia que la ayudó a sentarse en el bote. Ella se negó mirarle. Concentrada en las velas y joyas que adornaban la madera de su lecho.

Más vale que esto funcione... o si no yo misma los casaré a punta de espada. Pensó Astrid. Temblaba ligeramente por lo que estaba a punto de hacer, ¡por lo que estaba haciendo, Odin! Respiró hondo un par de veces. No tenía fallo. Los guerreros que la llevarían al lago estaban bien sobornados, al igual que las mujeres que le dieron sus buenos deseos cuando se recostó, obstruyendo convenientemente la vista a su padre. Estaba en el vestido de Camicazi, estaba tomando su lugar como la novia. Ella era la que se casaría con Hiccup por el bien de su hermana. Sintió los ojos llenarsele de lagrimas. Todo es por Camicazi.

.

–TE VES BIEN, MUCHACHO. –alagó Gobber.

–Sí. Bien. Muy bien. Ugh, quiero vomitar... –comentó su primo Snotlout–. Mi princesa será atada de por vida con este enclenque.

–¡Ya deja de torturarlo! Estas celoso por él es quien se casa con Camicazi y no tu. –contestó Fishlegs. Casi podía jurar que su amigo apretaba con fuerza la lanza en sus manos.

La Novia del Dragón [Toothcup]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora