Capítulo 4: Ragnar

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Su ceja sufrió un leve tic nervioso. No estaba inconsciente, no desde hace buen rato.

No desde que sintió que algo le olfateaba con curiosidad.

Ratas, por favor que sean ratas. Aunque las mentadas ratas debieran ser grandes como un perro, llegando a la altura de la rodilla mas o menos, ¿cómo sabía ésto?, porque de ninguna manera una simple rata sería tan grande como para cubrir su rostro completamente con un aliento tibio. Esa respiración sobre su rostro pertenecía a un animal de considerable tamaño como para ser una rata como con las que Camicazi alimenta a su serpiente.

Había aguantado mucho el escrutinio, incluso uno que otro leve golpe con una nariz húmeda. Pero esa cosa al parecer creía que estaba muerto y tenía hambre, porque comenzaba a lamer la herida de su brazo que apenas había notado que tenía por el escozor repentino.

–¡Todavía no estoy muerto! –gritó de manera repentina, sentándose y agitando los brazos. Abrió los ojos tanto como le fue posible al ver a ESA COSA gruñir desde el otro lado de la cueva–. Por el Padre de Todo, ¿qué es eso?

La cosa rugió, mostrando dientes amenazadores cuando volvió a acercarse.

¿Era un lince? ¿UNA RATA? Miró una cola peluda ondear y orejas redondas.

Tragó en seco. Quizá debió de levantarse lentamente y guardar la distancia mansamente. Pero ahora eso no importaba. De manera abrupta se puso de pie, su boca se abrió en un quejido de dolor. Su espalda ardía, su abdomen le estaba matando y su cabeza palpitó como si tuviese el corazón allí dentro. La criatura gruñó con más fuerza, había dientes brillando por la luz natural que entraba por el agujero en el que había caído, dándole una idea al chico de la intención del animal al mostrarlos. El pelirrojo apretó los labios callando sus quejas. Ahora sí, de manera lenta, comenzó a retroceder ni bien el animal avanzó.

Oh, no. De ninguna manera.

–¡Eh! –gritó tomando por sorpresa a la criatura que se sobresaltó, sus redondas orejas en alto–. Atrás o... o... ¡atrás te digo! –miró rápidamente a la cosa y a los lados alternativamente con las manos al frente. Estaba en guardia, no iba a descuidarse.

La criatura avanzó a pasos cautelosos, debía ser un maldito lince, pensó Hiccup, hasta que la luz plateada le dio de lleno. Hiccup abrió ligeramente la boca. No se parecía en lo más mínimo a un lince, ni siquiera una rata gigante. Miro las patas del animal, cuatro extremidades de cinco dedos y parecían tener el mismo largo y una piedra grande, que podría llamarse roca, estaba a un lado de la derecha delantera. Sus ojos miraron inmediatamente el rostro peludo y un plan comenzó a gestarse en su cabeza.

Levantó una ceja ante el bufido que le dio por dar un paso hacia su derecha. El animal hizo, como se esperó, lo mismo. Después, el pelirrojo volvió a hacerlo para ver si tenía el mismo resultado.

Efectivamente la misma acción. Se relamió los labios resecos, llenándose el paladar del gusto de la sangre y dio más pasos. Estaban merodeándose. Ninguno bajaba la mirada, pero ese giro lo estaba mandando hacia la roca que había visto y a la criatura donde antes estaba inconsciente. La piedra era del tamaño adecuado para infligir un daño considerable de atinar en su pata o la cabeza.

Cuando llegó a su meta, tomó la piedra y la cosa comenzó a saltar entre gruñidos, mostrando los dientes y bastante enojado como un gato callejero al que le echan agua.

–N-no lo hagas.

¿Eh?

–¿Qué? –preguntó en voz alta. Sus ojos verdes se habían abierto de manera exagerada. Hasta miraba con insistencia al animal peludo a ver si de él emergía la voz–. ¿Hola?

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⏰ Última actualización: Nov 20, 2022 ⏰

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