Era alto, no demasiado delgado y de piel morena a pesar de no tomar el sol. Pelo negro y unos ojos henchidos de un dolor oculto. Eso fue lo que más le llamó la atención, además de su actitud, la cual no se correspondía con lo que veía. Caterina veía un muro, ancho y hermético, que no dejaba pasar a nadie conocido; una careta que endulzaba su rostro aunque la mayoría de las sonrisas no alegraban la tristeza de sus ojos. La curiosidad que le creaba aquel chico, hacía que crecieran sus ganas de conocerle sin embargo la petulancia y la arrogancia que destilaban cada una de sus palabras, le frenaba hasta el límite de no querer dirigirle la palabra y de contentarse con observarle en la distancia. Ciertas imágenes no hacen tanto daño como las palabras.
Al ver que pasaban los minutos y que Eva, la profesora de lengua no llegaba, se levantó sintiendo el trasero frío y se asomó por las escaleras por si la vislumbraba. Allí estaba y no se encontraba sola, Miguel estaba con ella discutiendo sobre algo. Caterina bajo unos escalones para ver si podría escuchar algo de la conversación a pesar del ajetreo de las clases pero sólo bajó un escalón y la profesora señaló a Miguel la puerta del aula, a lo que seguidamente éste, derrotado, siguió su dedo con la mirada. Caterina se había quitado de la trayectoria en ese mismo instante pero no estaba segura de si la habría visto o no. Corrió hacia su asiento, lo más rápido que pudo y se sentó en su sitio, junto con su compañero de mesa, Eduardo. Sacó sus cosas y disimuló como pudo cuando Miguel entro un minuto después que ella. La miraba enfadado.
Mierda, pensó Caterina, me ha visto. Mierda. Mierda. Mierda y más mierda.
Miguel pasó de largo hasta su sitio en la misma fila que la de Caterina. Ésta podía notar como la fulminaba con la mirada.
- ¿Y ahora qué hago?-. Se dijo a sí misma. Actúa con normalidad, surgió la idea en su cabeza.
- Sí, pero ¿y si el saca a relucir el tema? No sabría que decirle. La mejor mentira radica en su semejanza con la realidad, cuánta más verdad digas, mejor será la mentira, le contestó su mente.
- Oh, dios mío, tengo un soliloquio en mi cabeza-. Susurró Caterina.
- ¿Dijiste algo?-. Se giró Eduardo con cara interrogante.
- No... es-es-esto que... Nada, estoy loca-. Acabó por decir, lo que provocó una risa discreta en Eduardo.
- Creo que de eso tenía constancia-. Acabó por decir sonriente.
Caterina suspiró y se concentró en atender a la profesora aunque de vez en cuando se le venía a la cabeza el encuentro que habían tenido en las escaleras. No era muy común ver a un alumno enfadado con una profesora y que esta no reaccionara peor. Caterina no es una chica muy intuitiva, ni preceptiva, al menos en lo que a ella se refería, sin embargo ella se considera muy observadora y atenta. Rememoro algunos momentos con Miguel en los que estaban implicados en algún trabajo en conjunto buscando algún indicio de algo personal pero había muy pocos o casi ninguno, ya que era un chico muy reservado, en cambio ella le había contado miles de cosas, le consideraba su amigo en privado, ya que en público no era más que lo que dejaba a relucir, un imbécil. Había sido un trato tácito. Hablaban como mejores amigos cuando estaban solos pero de cara a los demás eran indiferentes el uno para el otro. O al menos eso creían.
Parecía que la clase no tenía fin. La primera vez en la vida de Caterina en la que una clase de lengua se le hacia eterna. Para todo hay una primera vez.
- Y para terminar: Deberes.- Dijo la profesora creando un suspiro general en la clase. Lo peor de lengua eran sus interminables ejercicios de mil apartados.- Venga, venga que no mandaré muchos por ser principio de curso.
Pero mandó bastantes a pesar de que era principio de curso. Todo es importante. Repetía cuando marcaba uno más.
Caterina, por una parte quería que acabase la clase y por otra parte quería que durase eternamente; pero dado que la segunda opción es inaudita, sonó el timbre y la profesora apuro los últimos segundos de clase y se marchó. Aún seguía notando que alguien le miraba, tenía miedo de girarse pero tenía la motivación de hacerlo.
Con el bullicio de la clase y todo el mundo de pie y hablando no se tomará como algo anormal que me gire un poco para ver sí de verdad me esta mirando o me lo estoy inventando todo, pensó Caterina. Y con este pensamiento se movió de tal forma que dejó que su espalda diera contra la pared pero antes de mirar le entraron dudas y en ese momento llegó Rebeca quejándose de los deberes.
Venga sólo un vistacito, se animó. Caterina movió la cabeza imperceptiblemente y confirmó que su gran cabezón piensa de más.
- No disimules, Cat. No te ha quitado ojo en toda la clase. - Comenta Rebeca ante su pequeño desliz.
- No va en serio.- Ríe Caterina.
- Un poco de fe, Cat. Y de confianza ya de paso.- Estrecha los ojos. - No te ha quitado ojo.- Ataca de nuevo.
Rebeca es de todo menos pesada, piensa Caterina.
- Confío en ti pero no en mi como para atraer o como sucede en este caso que "no me quite ojo".- Masculla Caterina acompañado de dos signos de comillas con sus manos.
- Mira ahora. - Le reta. Caterina en un acto reflejo se gira y durante tres segundos enteros que parecen tres años, sus ojos conectan. Caterina siente como Miguel parece atrapar su mente y manejarla como una pelota de aluminio. El primero en romper el enlace es él; ella aún se queda lo suficiente como para que alguien más se de cuenta de la mirada.
ESTÁS LEYENDO
Caminando por la Oscuridad
RandomUna chica común, sin nada que envidiar, con gustos mundanos y vivencias de una adolescente típica, ve que su mundo da un giro de 180° tras un misterioso sueño que lo cambia todo ¿O no era un sueño?