Había sobrevivido. Las horas habían pasado condenadamente lentas. En los intercambios de clase y en el recreo se había escabullido de clase tan rápido que ni a Rebeca le había dado tiempo a alcanzarla. Y es que sí se quedaba con ella, le costaría mucho pasar desapercibida.
No solía correr pero lo hizo para llegar a su casa. Abrió la puerta y la cerró como sí alguien la estuviera persiguiendo. Quería... Necesitaba contarselo a alguien.
- ¡Mamá ya estoy en casa!-. El silencio le contesto. - No está, como siempre ¡Maldita sea! -. Maldijo mientras daba un puñetazo a la pared, a lo que vinieron Paco y Rolling, encontrandola tirada en la entrada de la casa, llorando solitaria.
- ¿Me podéis decir porque nunca está en casa, eh? ¿Tantas cosas tiene que hacer que no puede venir ni a comer con su hija una vez a la semana?.- Pregunto a sus mascotas. - No hace falta que contesteis, es más, no lo hagáis. No necesito estar más desquiciada.- Mascullo sola, como todas las tardes que llegaba a casa ¿Sí no hablaba sola, entonces con quién lo haría?
Se levanto y dejó la mochila en su cuarto. No tenía ganar de hacerse de comer pero la barriga le rugia.
- Shhh... Silencio, ahora haré algo de comer.- Dijo mientras se dirigía a la cocina. Abrió el frigorífico y vio las cuatro cosas y media de siempre: yogures, leche, zumo, huevos y salchichas. Otra vez lo mismo no, pensó. Con un suspiro miro el papel del frigorífico en el que especificaba la dieta que tenía que seguir y no tenía nada de lo que pedía.
- Genial, simplemente genial.- Caterina enfadada abrió su hucha, cogió algo del dinero que tanto le costaba ahorrar y volvió a salir de casa hacia algún supermercado abierto.
Cuando volvió no tenía ganas ni de comer ni de preparar la comida, así que cogió el sandwitch precocinado que había comprado y se lo comió lentamente en su escritorio, viendo una serie.
Caterina no era una chica pequeña ni grande. No era delgada, de ahí la dieta. Tampoco estaba muy gorda sino que no le gustaba su cuerpo debido a que las formas curvilíneas que caracterizan a las mujeres las tenía más pronunciadas y aunque era natural porque su familia era así, ella en comparación con sus compañeras pequeñas y finisimas, se sentía en discordia. Sabía que por mucho que hiciera dieta o adelgazara no sería como ellas pero se contentaba con pensarlo. Caterina tenía el pelo marrón normal y corriente pero se lo teñía de rojo oscuro. Sus ojos eran color miel negruzca, pero en invierno se ponían más claros.
Así era feliz. No conocía otra forma de vida. Su madre venía a las ocho, la mayoría de las veces. Y a su padre prácticamente sólo le veía los fines de semana, debido a su horario; se levantaba muy temprano y venía muy tarde. Estaba mucho tiempo sola, por eso se aficionó a la lectura y a hablar sola. A pesar de ello, Caterina lo último que quiere es que se sienta pena por ella, porque dentro de todo eso, ella es feliz.
ESTÁS LEYENDO
Caminando por la Oscuridad
Ngẫu nhiênUna chica común, sin nada que envidiar, con gustos mundanos y vivencias de una adolescente típica, ve que su mundo da un giro de 180° tras un misterioso sueño que lo cambia todo ¿O no era un sueño?