IX: Perdidos

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Anabella

En la bruma de mis sueños, siento unos labios sobre los míos que me hacen soltar un suspiro, trayéndome poco a poco a la realidad.

— ¿Mi amor?

Esos labios, suaves y cálidos corren hacia mi cuello. Gimo ante la humedad y la caricia de unas manos grandes, ásperas y tibias sobre mis mejillas. Me remuevo en la cama, abriendo unos segundos después mis ojos para encontrarme con dos hermosos cielos azules mirándome, acompañados de unos labios carnosos que me obsequian una deliciosa sonrisa.

Sin lugar a dudas es la imagen que toda mujer quiere ver al abrir sus ojos al amanecer, y más aún, si es al hombre que ama.

—Buenos días mi bella durmiente —me dice, dándome un besito en la punta de la nariz que me saca una tonta sonrisa. Mis manos se ajustan tras su nuca y pego mi frente contra la suya, tomando una inspiración profunda.

Está mañana me siento la mujer más feliz del mundo, es un sentimiento que me recorre toda la piel y no puedo desprender de mis labios una sonrisa.

—Buenos días, mi dios de ojos azules.

Él sonríe.

—Nunca tuve un amanecer tan hermoso como el de este día, Bella. Quisiera despertarme así todas las mañanas de mi vida, contigo —me dice, regalándole pequeños besitos a mis labios, haciéndome suspirar en el proceso.

—Ya somos dos —le digo, tocando su mejilla donde puedo sentir una incipiente barba arañar la yema de mis dedos—. Nada se siente más bello que despertar en los brazos del hombre de tu vida.

—¿Soy el hombre de tu vida? —inquiere mirándome con sus lindos ojos azules.

¿Lo duda acaso?

—¿Lo dudas?

Meneo su cabeza en negación.

—No, porque tú también eres la mujer de mi vida. —Toma entre sus dedos mi mano, llevándola a su boca para besar mis nudillos—. Hoy ya no eres virgen, ¿sientes aunque sea un poquito de arrepentimiento o culpa?

Tomo su cara entre mis manos, regalándole varios besos mariposa.

—Eres un tontito —le digo, mirándolo a los ojos—. Me podría arrepentir de muchas cosas en esta vida, Eros, pero nunca de haberme entregado en cuerpo y alma a ti. Nunca me arrepentiría de todo lo que ha significado conocerte, así ello significara perder mi vida moría feliz porque jamás ninguna muerte fue tan gloriosa.

Traga duro, arrugando la frente en el acto como si alguna de mis palabras le hubiera ocasionado dolor.

—No hables de morirte. Tú no mi bonita —su voz suena dulce y tierna para mí—. Si mueres moría contigo sin lugar a dudas, mi vida no significa nada sin ti, Bella. Es por ello que quiero que te cuides siempre porque si tú estás bien, entonces yo estaré bien, ¿sí?

Es tan bueno para mí, lo abrazo muy fuerte, llevando mi boca a sus labios y lo beso.

—Tú también debes prometerme que te vas a cuidar. Si tú no vives, yo tampoco, Eros.

Nos besamos por lo que parecen siglos, nos tocamos, nos regalamos caricias dulces, suspiros y susurros. Nuestras bocas se separan la una de la otra, sus manos quedan alrededor de mis mejillas y nuestros ojos unidos, mirándonos con intensidad. Sin motivo alguno, o tal vez por lo feliz que nos hacemos el uno al otro, nos sonreímos. Acaricio mi nariz con la suya.

—Me imagino que tienes hambre, yo también, por lo que voy a la cocina a preparar un rico desayuno para los dos —me dice, después me mira con una dulce sonrisa—. Tienes suerte, un hombre que te ama como un loco y además, dispuesto a cocinarte.

Hasta que llegaste tú (Inevitables #2.5)✓✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora