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En la mañana siguiente, se levantó con frío. Miró la habitación un momento, antes de mirar el lado vacío de la cama. Se sentía tan sólo. Como si nadie viviera ahí.

El timbre fue tocado, y con pereza, se levantó de la cama para abrir la puerta.

—Buenos días, soy Ernesto, el abogado de Cuauhtémoc. Vengo a que firme los papeles del divorcio. —habló aquel hombre -no era muy joven pero tampoco era un señor muy grande- mostrando una carpeta color negra.

Aristóteles lo dejó pasar. Cometió un error y el lo sabe. Engañó a la persona que juró amar.

—¿Puede firmar aquí?

Miró la hoja de papel, dudó en firmar. Su mano temblaba un poco. No quería firmar.

No quería.
No podía.

Pasaron unos minutos. Y entonces, pensó por un momento, en cuanto daño le había ocasionado a su pareja.

Y firmó.

En el alma ➳ AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora