Prólogo.

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Había perdido la cuenta de cuantas copas su esposo había tomado. El punto era que en ese momento, no lo encontraba por ningún lado. Intentó marcar a su celular pero le fue imposible localizarlo, ya que este lo traía apagado.

Estaba desesperado, ya eran pasadas las tres de la mañana y no podía irse a casa por dos razones; no encontraba a Aristóteles y no tenía las llaves del auto.

Pronto pudo divisar una cabellera rizada, cerca de un callejón. Suspiro de alivio, pensando que su esposo se había perdido y por eso se encontraba ahí. Pero lo que vió, lo hizo darse media vuelta y regresarse.

Su esposo se estaba besando con alguien más.

Prefirió regresar caminando. En el camino, recordaba las palabras que Diego le menciono hacía unos meses atrás.

—Deberías divorciarte. Tu sabes la infinidad de veces que te ha engañado, borracho y sobrio. ¿Te recuerdo a Yolotl? La pobre ni siquiera sabía que era casado por que él nunca se lo mencionó. ¡Hasta se quitaba el anillo que le regalaste! Eso no es amor, Temo.
»En mi opinión, él no te merece. Dice que te ama pero vuelve a hacer lo mismo una y otra vez. Aléjate, tienes que rehacer tu vida, tienes que pensar en ti y en tu hijo.

Elián. Su pequeño de tres años. Un pequeño que fue adoptado un año después de que se casaran. Cuando todo estaba bien.

Pasada media hora, llegó a su casa, todo estaba en silencio. En la sala estaba Diego, dormido sobre el sofá café, con una taza de café cerca de él. Prefirió traer una manta y acobijarlo. Posteriormente subió a revisar a su hijo. Este dormía plácidamente junto a su oso de peluche.

“Tienes que pensar en ti y en tu hijo” las palabras de Diego resuenan en su cabeza. Se recostó en su cama, como todas las noches, y se permitió llorar un poco.

Estaba decidido. Pensaría en él y en Elián.

En el alma ➳ AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora