Leithin

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The adventures of Leithin

Después de la Gran Purga, todo el pueblo de Leithin se sumergió en un espeso silencio cargado de vergüenza, pesar y dolor. Muchos de los vecinos que llevaban años allí viviendo decidieron dejar sus vidas de campo para buscar una nueva vida en una ciudad o en un pueblo que estuviera en otro estado; otros vieron como la huida de los primeros provocaron que sus negocios cayeran en bancarrota y no les quedó otra opción que tomar el mismo camino que el resto de los habitantes de aquel pueblo tan idílico rodeado de aquel precioso paraje que había quedado manchado con la sangre de tantas mujeres, muchas de ellas, inocentes de los cargos que los vecinos se inventaron.

Poco a poco los pueblerinos que no morían por edad, se marchaban por qué los productos que llegaban de las ciudades cercanas cada vez estaban más caras o escaseaban, y las pensiones que manejaban los que vivían en aquel pueblo eran de todos menos altas.

Así fue como la maleza empezó a devorar una a una las casas abandonadas, como las ramas de los árboles comenzaron a tapar los tejados de las casas, como las gruesas de los mismos comenzaban a engullir las empedradas calles de la principal avenida del pueblo, los osos comenzaron a campar por sus anchas y la fauna comenzó a entender que ese lugar había sido conquistado (otra vez) por la madre naturaleza. Los años y los siglos pasaron, haciendo desaparecer cada vez más los restos de humanidad que quedaban en Leithin.

Hasta que un día, el sonido de un motor quebró la paz que se respiraba en el abandonado pueblo. El 4X4 estaba ocupado por una familia de cinco miembros: dos padres y tres hijos, la familia Douglas. Aquel fin de semana habían decidido ir a visitar algunos lugares que quedaban cerca de la ciudad a la cual se acababan de mudar. Más por instinto que por gusto habían cogido una carretera secundaria para conocer qué pueblos había a los alrededores.

-Nos hemos vuelto a confundir, Ryan, ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?-Pregunto exasperada Fiona que daba vueltas al mapa, para saber dónde se habían metido.

-Que no, que por aquí cerca hay un pueblo, no tiene que estar muy lejos.-

-Papá, ya llevamos una hora bosque a través, no puede ser que hayas leído una noticia falsa- dijo Chris intentando hacer razonar a su padre.

-No, los periódicos no mienten- zanjó el patriarca escudriñando entre los árboles que se encontraban a un lado y al otro de la maltrecha carretera. Todos los ocupantes del coche soltaron un suspiro de agotamiento.

Tras media hora de ardua camino por una carretera que llevaba siglos sin ser cuidada, en un lateral de la misma apareció un cartel carcomido por el musgo y las plantas enredaderas:

"Bienvenidos a Leithin"

La familia Douglas dio un salto de alegría que les duró muy poco, porque el cartel que anunciaba la entrada al pueblo no ponía cuánto quedaba, y eso solo podía significar una cosa.

-Creo que hemos encontrado un pueblo perdido- dijo el menor de los hermanos mirando incrédulo por la ventana

-Abandonado, Cris, es pueblo abandonado- replicó la hermana mayor que estaba sentada en la ventana contraria a la de él.

Poco a poco la familia fue adentrándose en las profundidades del pueblo, admirando las diferentes construcciones de madera que se veían ahora conquistadas por los altos árboles y las espesas copas de ellos. Al cabo de tramo de carretera que era apto para conducir, Ryan y su familia salieron del coche, la brisa fría dejó sin aliento a los niños, el más pequeño del trío se escondió entre las piernas de su madre. Ella le acarició la parte de atrás de la cabeza, tranquilizándole.

-No pasa nada, es simplemente unas construcciones abandonadas, enseguida nos vamos- murmuró la madre con ternura.

La familia formó un grupo, delante iban los padres que se daban mutuamente la mano, compartiendo aquel extraño sentimiento que les recorría todo el espinazo, se dieron cuenta de que no sonaban el piar de los pájaros tanto como para estar en medio de un bosque tan frondoso, que mientras que algunas casas parecían completamente cerradas, con las puertas tapiadas, en otras parecía que simplemente la vida se había detenido para siempre.

Charlotte, la hija mediana de los Douglas sintió atracción hacia una de las casas que se encontraba al lado izquierdo del sendero, se alejó de sus familiares sin avisar, al fin y al cabo solo quería echar un vistazo a aquella casa que parecía ser muy diferente a las demás. Era una casa de color blanco, algunos árboles habían comenzado a acechar a ese hogar, pero sin embargo, parecía la casa más entera del pueblo. La niña entró por la puerta que se encontraba abierta, sus ojos se encontraron con un espacio que dónde parecía haber ocurrido una enorme pelea, había cristales por el suelo acompañando a ramas y arena del exterior. Charlotte siguió inspeccionando la zona adentrándose en lo que parecía un enorme salón, las ventanas de este cuarto estaban tapadas con cortinajes de color negro y los espejos tapados con sábanas, lo que hacía que esta pareciera más oscura y tétrica de lo que asemejaba el exterior de la casa.

Siguió adentrándose en el salón, y se colocó delante de la chimenea, dentro de ella había un caldero muy antiguo, en ese momento tuvo un impulso de salir a decírselo a sus padres, pero algo dentro de ella le frenó, quedándose dentro de la casa. Dejando atrás la chimenea y el caldero, la joven niña se dirigió hasta el cuarto que estaba en el lado opuesto al salón, que era en comparación aún mucho más oscuro que el otro, fue entonces cuando notó que tiraba con el pie algo que se encontraba en el suelo. Charlotte se detuvo un momento.

"Lo siento" pensó la niña.

"No lo sientas" la respondió una voz de ultratumba desde la profundidad de casa.

Charlotte salió de aquella casa corriendo, gritando, esperando que sus padres la oyeran y a poder ser la ayudaran, pero en aquel lugar no aparecía nadie, parecía que los cuatro miembros restantes de la familia habían desaparecido de la faz de la tierra. Charlotte siguió corriendo hacia el noroeste, dónde se encontró con un rio. La niña lo cruzó, calándose las zapatillas y los calcetines, notando como el frió la helaba la planta de los pies. Ella corrió con todas sus fuerzas hasta que llegó a lo que parecía ser una ciudad cercana, los vecinos se dieron cuenta en seguida de que algo terrible le había pasado aquella niña de vestido azul y zapatos mojados.

La policía de Morgan intentaron sacar información de la niña, pero esta solo era capaz de sollozar estas palabras:

"Están todas vivas" 

Challenge de escrituraWhere stories live. Discover now