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—Oficina del señor Hudson... ¿En que se le puede ayudar?— Había acabado de entrar a la oficina del señor Hudson para dejarle un papeleo que necesitaba y al apenas  escuchar el tintineo del teléfono contesté la llamada adelantándome como era debido a mi jefe.

«—Soy Jack Humes, quisiera contactarme con el señor Hudson, por favor... ¿Señorita...?»— Pude reconocer sin ningún problema aquel inglés burdo y el acento alemán.

—Señorita Anderson, la asistente del señor Hudson... Descuide señor Humes en seguida le comunico con el— Contesté en alemán a sabiendas de que este me lo agradecería— Es el señor Humes...— Dije pasándole el teléfono a mi jefe, a lo que el agradeció con un gesto de cabeza y supe así que debía retirarme.

                                           Salí de la oficina de mi jefe para meterme en la mía, con la junta estipulada para el viernes parecía que lo que querían era enterrar me viva bajo un montón de papeleo, no mas con mirar hacia mi escritorio me preguntaba el porque tuve que estudiar una carrera universitaria y me quejaba vehemente de la existencia del empoderamiento femenino ya que era obviamente lo peor que le había sucedido a la sociedad, era mucho mejor cuando las mujeres no trabajábamos; al menos me consolaba que ese día no iba a tener que sacrificar mi horario de almuerzo, así que con toda la profesionalidad del mundo me senté en mi escritorio y empecé con mi trabajo.

—Amo mi trabajo, amo mi trabajo, amo mi trabajo...— Me obligué a repetirme lo al mismo tiempo que me acariciaba la sien por la maldita jaqueca, debí de haberme reído de mí misma pues no había mayor mentira que esa desgraciadamente.

                                      Ya llegada las una había conseguido terminar con gran parte del papeleo por lo decidí usar la hora y media que tenía para el almuerzo; tomé mi bolso y algunos papeles que le iba a dejar a una de las secretarias de turno para que está los dejará en la oficina del jefe, pero por obvia razones deseaba que Ashley o Camelia fueran las que se encontrarán de turno.

—Señorita Anderson ¿Se le ofrece algo?— Y allí estaba Rose para mí total desgracia, mantenía en el rostro plasmada aquella expresión amable y tierna de todos los días, me puse helada al verla, pero traté de que no lo notará— ¿Está usted bien, señorita Anderson?

—Por supuesto... Solo estoy cansada ¿Dejarías esta carpeta en la oficina del señor Hudson, por favor?— La muchacha asintió y tomó la carpeta.

—Por supuesto...

                                 Rose era una chica muy tierna, siempre me había parecido demasiado recatada y decorosa, usaba ropa bastante recatada que la hacía lucir como una especie de mormona— faldas con pliegues que le llegaban a los tobillos, camisas sosas bajo sueteres aún más sosos— nunca hubiera imaginado que podría llegar a tener sexo salvaje sobre un coche en el estacionamiento de la empresa justo con el galán a domicilio de nuestra área.

—Vaya con las mormonas...— Me dije para mis adentros para luego sonreír.

                                        Pensé seguramente en que yo también solía ser cómo Rose, una chica que daba la clara impresión de ser asexuada, antes de los 16 parecía que en cualquier momento iba a tomar los hábitos, no vestía mucho mejor que mi secretaria, confinada casi a lo que aparentaba una vida de total celibato ante la vista de los demás y al final resulté mas descarrilada de lo que todos hubieran imaginado; incluso me había empezado ha parecer un tanto graciosa la imagen de aquellos dos fornicando sobre un auto, realmente había sido una imagen demasiado fuerte que en el momento fue capaz de ponerme la piel de gallina.

Juegos de sumisión y placer «¿Quien es Jack Humes?»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora