CAPITULO 5

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A cierta hora paso el repartidor a entregarle a Tyler su baúl de ropa. Después un coche se detuvo delante de la casa de Josh. Un hombre un poco alto y de cabello negro con un aire despreocupado entro sin llamar. Tyler lo observó un momento y luego se centró en su trabajo. Cuando volvió a mirar, habían pasado dos horas y el coche ya no estaba allí.
Estiró la espalda y leyó unos de sus párrafos.

—Buen trabajo maxwell —declaro. Pulso unas teclas y apagó el ordenador. Recordó a su hermana y decidió hacer la cama. Bajo por las escaleras, sintonizó una emisora de radio y lleno la casa con el último éxito de Ariana Grande.

Madison lo encontró en la sala, tumbado en el sofá con una revista y una copa de vino, tuvo que reprimir una punzada de impaciencia. Había pasado el día luchando para meter algo en la cabeza de ciento treinta adolescentes, la reunión de padres no había dado ningún fruto y su coche había empezado a hacer ruidos sospechosos en el trayecto a casa. Y allí estaba su hermano, con todo el tiempo del mundo y dinero en el banco.
Se acercó a la radio sin soltar la bolsa de la compra y la apagó. Tyler alzó la vista, la vio y sonrió

—Hola no te he oído entrar
—No me sorprende. Tenías la radio a todo volumen.
—Lo siento. —Tyler se acordó de poner la revista en la mesa en vez del suelo—. ¿Un día duro?

—A algunos no nos sonríe el destino. Y se dirigió a la cocina.

—Me adelanté y preparé la ensalada para esta noche. Sigue siendo mi plato estrella.
—Estupendo. —Maddy estaba forrando la parrilla con papel.

—¿Una copa de vino?
—No. Esta noche tengo que trabajar.
—¿Con el teléfono? —Coloco la carne en la parrilla.

—Eh, Madds, era una pregunta, no una crítica. —Como no obtuvo respuesta, cogió su copa y bebió un sorbo—. Se me ha ocurrido que podría utilizar lo que haces como argumento para un libro.

—¿No has cambiado, eh? —Madison se giró redondo. Sus ojos encendidos centelleantes—. Para ti no hay nada privado.
—Por Dios, Maddy, no pretendo dar tu nombre ni mencionar tú situación, solo la idea, nada más. Es una posibilidad.

—Todo sirve, al menos para ti. Talvez también quieras utilizar mi divorcio.
—Nunca te he utilizado —musitó Tyler.
—Lo utilizas todo: amigos, novios, familia. Oh, claro, te compadeces de su dolor y sus problemas, pero por dentro solo piensas en como aprovecharlos. ¿No puedes oír ni ver nada sin pensar en plasmarlo en un libro?
Tyler iba a protestar, pero se contuvo con un suspiro. Por muy desagradable que fuera la verdad, era mejor afrontarla.

—No, supongo que no. Lo siento.
—Dejémoslo, ¿De acuerdo? — Madison se calmó de repente—. No quiero discutir esta noche

—Ni yo. —inspiro hondo y cambio de tema.

—Bien. —¿Y ahora que?, Se preguntó Tyler mientras tomaba un sorbo de vino—. Oh, está mañana he conocido al vecino de al lado.

—No me extraña.—Su voz sonó tensa. Le sorprendía que a esas alturas Tyler no hubiera hecho amistad con todo el barrio.

—Me pareció muy agradable. Resulta que es policía. Vamos a cenar juntos mañana.
—Normal—Puso agua a hervir—. No pierdes el tiempo, Ty-Ty, como siempre.
—Creo que saldré a dar un paseo.
—Lo lamento.— Madison se apoyó en la encimera y cerro los ojos—. No quería ofenderte, no era mi intención hablarte en ese tono.

—De acuerdo. —Tyler no perdonaba con facilidad, pero solo tenía una hermana.

—La semana que viene es Pascua. ¿No tienes unos días libres?
—Cinco, contando el fin de semana.
—Podriamos hacer un viajecito a Los Ángeles y tomar el sol.
—No puedo permitirmelo.
—Invito yo, Maddy. Venga, lo pasaremos bien.







Que maravilloso era oír su voz de nuevo, escuchar sus promesas y su viz ligera y ronca. Vestía una prenda negra, fina y vaporosa.
El hombre con el que ella hablaba en ese momento apenas decía nada. Pero Jesse estaba contento y si cerraba los ojos, imaginaba que ella hablaba con el, solo con el. En algún lugar de la casa había un televisor encendido, pero él no lo oía. Solo oia a Kenya.

La deseaba con locura.

Aveces oía en su mente pronunciar su nombre. Jesse.
Lo decía con aquella especie de risita que amenudo asomaba a su voz. Cuando el fuese a verla, ella abriría sus brazos y lo repetiría lentamente: Jesse.

Harían el amor de todas las formas posibles que ella sugería durante las llamadas.

Jesse era el hombre destinado a satisfacerla, al que desearía más que a ningún otro. Ella repetiría su nombre una y otra vez en un gemido, en un grito. Jesse. Jesse, ¡Jesse!
Tenía 18 años y solo había hecho el amor con mujeres en sueños. Y estaba loco.
Esa noche sus sueños pertenecían a Kenya.

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⏰ Última actualización: Sep 11, 2019 ⏰

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