Capítulo XXV

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El avión aterrizó cerca de las diez de la mañana y él la despertó con besos en la nariz para que bajaran a tierra. Ella odiaba la mañana, la había odiado toda su vida, pero desde hacía ya dos años amanecía al lado de aquel hombre que la había enamorado dos veces en su vida. 
Hacía tres meses, en la oficina del The New York Times, Lali había recibido la noticia que los puso a ambos, aquel día, en el avión rumbo a Argentina. Había sido convocada para recibir una distinción a mejor labor en medios gráficos extranjeros por la fundación que le había otorgado la beca diez años atrás. Y hacía tres meses, también, que Lali había empezado a sentirse más cansada de lo normal. El médico le recetó unos medicamentos naturales para reducir el estrés y Peter le había sugerido dejar el trabajo en la oficina y no trasladarlo hacia la casa.
Pero cuando salieron arrastrando el carro con las valijas dejando atrás migraciones, la madre y la hermana de Lali salieron corriendo a su encuentro para abrazarlos fuertemente después de algunos meses sin verse.

-¡Bienvenidos! ¿Cómo viajaron? ¿Tienen hambre? Papá nos espera con asadito

-¡Qué acelerada, Ana! -la frenó ella quien ligó un codazo en represalia- Viajamos bien, tenemos sueño, queremos asado -respondió a todas sus preguntas y se colgó del brazo de su novio quien besó su cabeza- ¿Pato?

-Con papá, salió anoche de joda y cuando nos fuimos aun no se había despertado -rodó los ojos. 

Subieron en la parte trasera del auto de Ana Laura y su madre subió como copiloto y cebadora oficial de mate. Se pusieron al día con las novedades neoyorquinas y porteñas del último tiempo y después de cuarenta y cinco minutos de viaje, llegaron a la casa familiar Espósito. Patricio salió a recibirlos y ayudó a su cuñado a bajar las valijas después de abrazar a su hermana menor a quien despegó del piso en el impulso del abrazo. Ella entró corriendo hasta el patio y lo encontró a su padre concentradísimo en la parrilla.

-¿No vas a saludar a tu hija preferida, Carlitos? -preguntó cruzada de brazos. Él giró sonriendo, largó los diarios con los que intentaba avivar el fuego y corrió a abrazarla. Ella rió cuando escuchó a su hermana detrás adjudicándose el título de hija preferida y carcajearon juntos cuando Carlos le retrucó que la hija preferida era Lali por no haberse cambiado de equipo de fútbol por un noviecito. Peter salió en ese momento al patio y  su suegro lo saludó afectuoso en un abrazo. 

-Con Pedrito está todo bien porque le gusta el rugby -y el susodicho rió sin entender bien por qué decía eso. Luego se acercó a su novia quien ya había ocupado uno de los sillones de jardín para charlar con sus hermanos y su padre y le avisó que se daría una ducha.

-¿Cómo estás, pa?

-Muy bien hija, feliz de tenerlos a todos juntos otra vez -sonrió- ¿Hace cuánto no comes un asadito argentino?

-Hace mucho, y más de los tuyos -sonrió.

-No tenes que chuparle las medias, vas a comer igual -le dice Pato mientras le devuelve el mate a su otra hermana. Lali esboza un qué hambre y le sonríe a su hermano que le guiña un ojo cómplice. 

-¿Cómo estás vos, La? ¿Ansiosa por mañana?

-Sí, re, ya les pedí que nos reservaran una mesa para todos nosotros -sonrió.

-Buenas -dijo saliendo con una tablita de fiambres- Majo manda esto -dijo colocándolo en el medio.

-Hola mi amor, ¿Estás renovado? 

-Ay sí, necesitaba una ducha -sonrió sentándose a su lado- ¿Cómo andas, Patito? 

-Listo para ganarte un partidito de Play, cómo siempre 

-¿Los hombres no crecen? -preguntó Ana Laura.

-No, hija, no crecen nunca -dijo Majo saliendo con unas papitas en un bowl- no se llenen con estas porquerías que después está el asado -dijo sentándose en una silla- Dame un mate, Anita -sonrió.

RECORDAR TU NOMBREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora