Capitulo 5

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El edificio del Senado en Coruscant no se encontraba entre los edificios más altos de la ciudad. Con forma de cúpula y relativamente bajo, no se elevaba en las nubes recogiendo el sol de la tarde como hacían los demás en un brillante despliegue de resplandeciente ámbar. A pesar de ello, la magnífica construcción no se veía empequeñecida por los elevados rascacielos que la rodeaban, entre los que se encontra­ban los diferentes complejos de apartamentos senatoriales. Situado en el centro de ese complejo, su diseño era tan diferente al del típico ras­cacielos cuadrado, que su lisa y azulada cúpula resultaba un alivio para quien lo contemplaba, una obra de arte en el centro de tina comunidad de simple eficiencia.

El interior del edificio no era menos vasto e impresionante, y en su gigantesco anfiteatro del que sobresalían, fila tras fila, las plataformas flotantes de los muchos senadores de la República, estaban representados la gran mayoría de los mundos habitables de la galaxia. En esos momentos, había una cantidad significativa de esas plataformas vacías, debido al movimiento separatista, ya que varios miles de sistemas se habían unido en los últimos años al Conde Dooku, abandonando a una República que, a sus ojos, se había hecho demasiado grande para ser efectiva, una afirmación que ni los defensores más radicales de la República podían negar del todo.

Aun así, y al estar programada una importante votación, las paredes de la sala circular se hacían eco de los centenares y centenares de voces que hablaban a la vez, expresando emociones que oscilaban entre la ira, el pesar y la determinación.

En el centro de la sala, parado en el estrado, única plataforma inmóvil de todo el edificio, el Canciller Supremo Palpatine observaba y escuchaba, atento al tumulto y mostrando una expresión de profunda preocupación. Había superado la edad mediana, tenía el cabello plateado y un rostro surcado por las profundas amigas de la experiencia. Su mandato debía haber concluido varios años antes, pero una serie de crisis le habían hecho permanecer en el cargo mucho más allá del lími­te legal. Desde lejos, daba la impresión de ser una persona frágil, pero de cerca no cabía ninguna duda de la fortaleza de este hombre notable.

—Tienen miedo, Canciller Supremo —le dijo su ayudante Uv Gizen. Muchos se han enterado de las manifestaciones y los actos violentos que han tenido lugar cerca de este mismo edificio. Los separatistas...

Palpatine alzó una mano para acallar a su nervioso ayudante.

—Son un grupo conflictivo —replicó, tras reflexionar un poco—. Parece ser que el Conde Dooku les ha calentado los ánimos. O puede que sus frustraciones vayan en aumento pese a los esfuerzos que haga para calmarlos ese antiguo Jedi. Sea cual sea el caso, debemos tomarnos en serio a esos separatistas.

Uv Gizen se dispuso a responderle, pero Palpatine se llevó un dedo a los fruncidos labios para silenciarlo, haciendo luego una seña al podio principal, donde Mas Amedda, su consejero, intentaba llamar al orden.

— ¡Orden! ¡Tengamos orden! —gritaba el consejero, cuya piel azu­lada brillaba por la agitación. Los tentáculos de su cabeza de lethorn, que partían de su nuca para envolverle el cuello y enmarcarle la cabeza como si fueran una capucha, se agitaban impacientes con los apéndices de sus puntas marrones balanceándose a la altura del pecho. Al volverse de lado a lado, sus apéndices principales, que se elevaban verticalmente hasta medio metro de altura, rotaron como antenas recabando información de la multitud. Pese a ser una figura imponente dentro del Senado, el murmullo de un millar de conversaciones privadas no se acalló.

— ¡Senadores, por favor! —exclamó alzando la voz—. Tenemos mucho que debatir. Hay muchas cuestiones importantes hoy, pero la moción que tenemos ahora ante nosotros para crear un ejército que proteja a la República tiene precedencia sobre todas ellas. ¡Y será eso lo que votaremos ahora, y solamente eso! Cualquier otra cuestión queda pospuesta para otra asamblea.

Star Wars: El Ataque De Los ClonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora