Capitulo 7

225 5 0
                                    

El cazador de recompensas estaba cómodamente parado en la cornisa, a un centenar de pisos de altura de las calles de Coruscant, vistiendo una armadura gris algo pasada de moda, con quemaduras de incontables disparos láser, pero todavía innegablemente efectiva. También su casco era gris, exceptuando un reborde azul que le cru­zaba los ojos y que le bajaba desde el ceño a la barbilla. Su posición parecía algo precaria dada la tuerza del viento a esa altura, pero eso no preocupaba a alguien tan ágil y hábil como Jango, propenso a entrar y salir de lugares difíciles.

A la hora justa, un speeder frenó junto a la cornisa y se quedó allí flotando. Zam Wesell, socia de Jango, asintió con la cabeza y salió del vehículo, saltando con gracia y ligereza a la cornisa, justo delante de unas luminosas ventanas anuncio. Llevaba tapada la parte inferior del rostro con un velo rojo, pero no por modestia o por algún estilo de la moda. Al igual que todo lo demás con lo que iba vestida, desde la pis­tola láser a la armadura y las demás armas escondidas e igualmente letales que llevaba, el velo de Zam era algo práctico que ocultaba sus rasgos de clawdita.

Los clawditas eran una especie de la que se desconfiaba por motivos obvios.

— ¿Sabes ya, que fallamos? —preguntó Jango, yendo directo al asunto.

—Me dijiste que matase a los de la nave de Naboo —dijo Zam—. Y yo fui a por la nave, pero ellos usaron un señuelo. Todos los que iban a bordo han muerto.

Jango la miró haciendo una mueca, y no se molestó en decir que estaba esquivando la cuestión.

—Esta vez habrá que probar con algo más sutil. Mi cliente se impa­cienta. No puede haber más errores.

Tras decir esto, entregó a Zam un tubo hueco y transparente, de unos veinticinco centímetros de largo, que contenía dos criaturas multípodas y blancuzcas que abarcaban toda la extensión del contenedor.

—Kouhun —explicó—. Son muy venenosos.

Zam Wesell alzó el tubo para examinar más de cerca a esos mara­villosos asesinos, y sus ojos brillaron excitados y sus mejillas se hin­charon cuando su boca se ensanchó bajo el velo. Volvió a mirar a Jango y asintió.

Seguro de que ella le había comprendido. Jango asintió y empezó a caminar por la cornisa en dirección a su propio speeder. Se detuvo antes de subir a él, y miró hacia la asesina que había contratado.

—Esta vez no puede haber errores —dijo.

La clawdita saludó, dándose un golpecito en la frente con el tubo que contenía los letales kouhun.

—Apáñate —le ordenó Jango, y se marchó.

Zam Wesell se volvió en dirección a su propio speeder y se quitó el velo. Sus rasgos empezaron a cambiar apenas lo hizo, estirándose la boca, hundiéndose los ojos negros hasta cuencas más delicadas y ali­sándose las arrugas de la frente. Para cuando se guardó el velo en un bolsillo, ya había asumido una forma de hembra humana atractiva y bien proporcionada, de rasgos oscuros y sensuales. Hasta sus ropas parecían diferentes y le caían con gracia bajo el rostro.

A poca distancia de allí. Jango asintió aprobador y se alejó. Debía admitir que Zam Wesell tenía ciertas ventajas en su trabajo por ser una clawdita, una metamorfa.

***

El vasto Templo Jedi se alzaba en una lisa llanura. A diferencia de muchos de los edificios de Coruscant, monumentos a la eficiencia y al diseño práctico, este edificio era una obra de arte, con muchas colum­nas adornadas y suaves, y redondeadas líneas que atraían la vista y la recreaban. En muchas zonas había bajorrelieves y estatuas, y las luces estaban dispuestas en diferentes ángulos para distorsionar las sombras y formar dibujos misteriosos.

El interior del Templo no era diferente. Era un lugar de meditación, un lugar cuyo diseño invitaba a la mente a vagar y explorar, un lugar cuyas líneas pedían ser interpretadas. El arte era tan importante para un Caballero Jedi como su entrenamiento de guerrero. Muchos de los Jedi, pasados y presentes, consideraban el arte como un lazo consciente con los misterios de la Fuerza, por lo que las esculturas y retratos que se alineaban en los salones eran mucho más que simples réplicas, eran inter­pretaciones artísticas de los grandes Jedi allí representados, y que decían por sus formas lo que los Maestros retratados podrían haber dicho con palabras.

Mace Windu y Yoda caminaban lentamente por un pulimentado y decorado pasillo de escasa luz, en dirección a una sala brillantemente iluminada.

— ¿Cómo es que no pudimos adelantarnos a este ataque a la senadora? —preguntaba Mace, negando con la cabeza—. No debería haber sido una sorpresa para los prudentes de espíritu, y fácil de predecir por nosotros.

—Esta perturbación en la Fuerza el futuro nubla —replicó su acompañante. El diminuto Jedi parecía cansado.

Mace comprendía bien el origen de su fatiga.

—La profecía se está cumpliendo. El Lado Oscuro crece.

—Y sólo quienes en el Lado Oscuro están, sentir lo que depara el futuro pueden —dijo Yoda—. Sólo mirando en el Lado Oscuro podremos ver.

Mace empleó un momento para aceptar ese comentario, pues lo que había dicho no era una cuestión de escasa relevancia. En absoluto. El viaje a los confines del Lado Oscuro era algo que no debía tomarse a la ligera. Más preocupante aún era el hecho de que el Maestro Yoda creyera que la perturbación de la Fuerza sentida por todos los Jedi estuviera tan arraigada en el Lado Oscuro como para ser un presagio en sí misma.

—Han pasado diez años y los Sith siguen sin mostrarse —comen­tó Mace, atreviéndose a decirlo en voz alta.

A los Jedi no les gustaba ni mencionar a sus mayores enemigos, los Sith. En el pasado se habían atrevido a creer muchas veces que habían conseguido erradicarlos, que su vil hedor había desaparecido de la galaxia, y a todos les habría gustado poder negar la existencia de los misteriosos moradores de la Fuerza Oscura. Pero era algo que no podían hacer. No habría ninguna duda, ni se podía negar que quien había matado a Qui-Gon Jinn diez años atrás en Naboo había sido un Lord Sith.

— ¿Crees que los Sith están detrás de la actual perturbación? —se atrevió a preguntar Mace.

—Al acecho están —dijo Yoda con resignación—. Una certeza eso es.

Por supuesto. Yoda se refería a la profecía de que el Lado Oscuro se alzaría y que nacería alguien que traería el equilibrio a la Fuerza y a la galaxia. Ese individuo potencial ya era conocido entre ellos, y eso también producía cierta trepidación en esos salones.

— ¿Crees que el aprendiz de Obi-Wan podrá llevar el equilibrio a la Fuerza? —preguntó Mace.

Yoda dejó de caminar y se volvió lentamente para mirar al otro Maestro, su expresión revelaba tal gama de emociones que recordó a Mace que en realidad no sabían qué podía significar lo de traer equili­brio a la Fuerza.

—Sólo si él seguir su destino elige —respondió Yoda y. al igual que sucedió con la pregunta de Mace, la respuesta pendió en el aire entre ellos: un credo hecho palabras que sólo podía conllevar más incerti­dumbre.

Los dos comprendían cuáles eran los lugares a los que, al menos unos cuantos Jedi, deberían viajar para encontrar la verdadera respues­ta, y que esos lugares, lugares emocionales que no físicos, muy bien podían ponerlos a prueba a todos hasta el límite de su habilidad y sen­sibilidad.

Reanudaron su camino y el único sonido que se oyó fue el de sus pasos. Pero tanto uno como otro sentían todavía en sus oídos el eco de las terribles palabras del diminuto Maestro Jedi.

—Sólo mirando en el Lado Oscuro podremos ver.

Star Wars: El Ataque De Los ClonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora