Capitulo 8

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El pitido de la entrada no era inesperado, de algún modo, Padmé sabia que Anakin acudiría a hablar con ella en cuanto se presentase la oportunidad. Se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo y en vez de eso cogió el salto de cama, consciente de pronto de que su camisón era algo provocador.

Nuevamente, ese gesto le pareció extraño, pues nunca antes había tenido Padmé Amidala sentimiento alguno de modestia.

Aun así, se ajustó el salto de cama mientras abría la puerta, encon­trándose con que, tal y como suponía, Anakin Skywalker estaba parado ante ella.

—Hola —dijo él, y parecía que apenas podía respirar.

— ¿Va todo bien?

El joven balbuceó una respuesta.

—Oh, sí —consiguió decir por fin—. Sí, mi Maestro ha bajado a los pisos inferiores a comprobar las medidas de seguridad del capitán Typho, pero todo parece tranquilo.

—Pareces decepcionado.

Anakin soltó una risa avergonzada.

—No disfrutas con esto —notó ella.

—No hay otro sitio de la galaxia en el que preferiría estar —barbotó él, y fue el turno de Padmé de lanzar una risita avergonzada.

—Pero esta... inercia —razonó ella, y Anakin asintió al com­prenderla.

—Deberíamos ser más agresivos en nuestra búsqueda del asesino —insistió—. Quedarse sentados a esperar es invitar al desastre.

—El Maestro Kenobi no está de acuerdo.

—El Maestro Kenobi se ve atado por las órdenes —explicó Anakin—. No aprovechará la oportunidad para hacer algo que el Consejo Jedi no le ha pedido explícitamente.

Padmé inclinó la cabeza y examinó con más cuidado a ese impetuoso joven. ¿No era la disciplina la principal norma de los Caballeros Jedi? ¿No se veían sujetos por ella, de forma estricta, a la estructura de la Orden y a su Código?

—El Maestro Kenobi no es como su Maestro —dijo Anakin—. El Maestro Qui-Gon comprendía la necesidad de tener iniciativa y de pensar de forma independiente. Si no fuera así, me habría dejado en Tatooine.

— ¿Y tú eres más como el Maestro Qui-Gon?

—Acepto los deberes que se me encomiendan, pero exijo la liber­tad necesaria para poder llevarlos a su adecuada conclusión.

— ¿Exiges?

Anakin sonrió y se encogió de hombros.

—Bueno, como mínimo la pido.

—Y cuando no puedes obtener las respuestas que buscas, las improvisas —repuso Padmé con una sonrisa reveladora, como si en el fondo sólo se burlara a medias de él.

—Hago todo lo que puedo con cada problema que me encuentro —fue lo más que llegaría a admitir Anakin.

—Y quedarte aquí vigilándome no es tu forma de actuar.

—Podríamos estar haciendo cosas mejores y más directas —dijo Anakin, y en su voz había un doble sentido que intrigó a Padmé y le hizo taparse aún más con el salto de cama—. Si cogiésemos al asesino, podríamos descubrir el origen de estos atentados —explicó con rapidez el padawan, desviando rápidamente la conversación a un nivel profe­sional—. En cualquier caso, usted estaría más a salvo, y nuestro deber se simplificaría.

La mente le daba vueltas a Padmé mientras intentaba adivinar los pensamientos y las motivaciones de Anakin. Él la sorprendía con cada palabra, sobre todo porque era un padawan de Jedi, pero al mismo tiempo no la sorprendía, dado el fuego que veía con toda claridad en sus ojos azules. Veía que en esos ojos ardientes y demasiado apasionados bullían los problemas y lo que era más, veía excitación y la promesa de emociones.

Star Wars: El Ataque De Los ClonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora