Capitulo 1

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Shmi Skywalker Lars estaba parada en la berma de arena que marcaba el perímetro de la granja de humedad, con una pierna doblada y apoyada en lo alto del reborde y la otra arrodillada. La mujer de edad mediana, cabellos oscuros ligeramente grises y rostro cansado, apoyaba una mano en la rodilla y contemplaba los muchos puntos de luz estelar que se veían esa tonificante noche de Tatooine. Ningún borde cortante interrumpía el paisaje que la rodeaba, sólo las formas suaves y redondeadas de las dunas azotadas por el viento de este planeta de arenas aparentemente interminables. Una criatura rugió en alguna parte, en la distancia, con un sonido lastimero que esa noche tuvo un profundo eco en ella.

Esa noche especial.

Su hijo Anakin, su querido y pequeño Annie, cumplía esa noche veinte años. Era un cumpleaños que ella celebraba cada año aunque ya hacía una década que no veía a su amado hijo. ¡Cómo debía haber cambiado! ¡Qué alto, fuerte y sabio en los caminos de los Jedi debía haberse vuelto! Shmi, que siempre había vivido en una pequeña zona del parduzco Tatooine, sabía que no podía ni imaginar las maravillas que habría podido encontrar su niño en las estrellas, en planetas tan diferentes al suyo, de colores más brillantes, de aguas que llenaban valles enteros.

Una sonrisa de nostalgia ensanchó el aún hermoso rostro de la mujer cuando recordó los días en que su hijo y ella eran esclavos del sinvergüenza de Watto. Annie, con sus travesuras y sus sueños, con su actitud independiente y su valor sin igual, no paraba de enfurecer al chatarrero toydariano. Habían pasado buenos momentos en aquel entonces, pese a las penurias de la vida de esclavo, pese a los escasos alimentos y las escasas posesiones, pese a las constantes quejas y órdenes de Watto, aun así siempre había estado con su querido hijo Annie.

-Deberías volver ya -le dijo una voz suave detrás de ella.

La sonrisa de Shmi se ensanchó aún más y se volvió para ver a su hijastro, Owen Lars, caminando en su dirección. Era un muchacho fuerte y robusto, de la misma edad que Anakin, de cortos cabellos castaños, algunos de ellos en punta, y un rostro ancho que no podía ocultar nada de lo que había en su corazón.

Ella le revolvió el pelo cuando él llegó a su lado, y éste respondió rodeándola los hombros con un brazo y besándola en la mejilla.

- ¿Esta noche no hay naves espaciales, mamá? -preguntó de buen humor, pues sabía por qué estaba allí, por qué iba tan a menudo en la paz de la noche.

Shmi giró la mano, sonriente, y acarició con suavidad la cara de Owen. Quería a ese joven como había querido a su propio hijo, y él había sido bueno con ella, comprensivo con el vacío que permanecía en su corazón. Había aceptado su dolor sin juzgarlo, sin sentir celos, y siempre le había ofrecido un hombro en el que apoyarse.

-Esta noche no hay nave espacial -replicó ella, mirando a la bóveda llena de estrellas-. Anakin debe estar muy ocupado salvando la galaxia, o persiguiendo traficantes o a cualquier otro fuera de la ley. Ahora tiene que hacer esas cosas, ¿sabes?

-Entonces, dormiré mucho más tranquilo a partir de hoy -repuso él con una sonrisa.

Aunque, por supuesto, Shmi estaba bromeando, también se daba cuenta de que algo de verdad había en su presunción sobre Anakin. Había sido un niño especial, que se salía de la norma, incluso para un Jedi, pensaba ella. Siempre destacó entre los demás. Aunque no físicamente, pues lo recordaba como a un niño pequeño y sonriente, con ojos curiosos y cabello del color de la arena. Pero Annie podía hacer muchas cosas, y hacerlas muy bien. Pese a ser sólo un niño, había participado en carreras de vainas, derrotando a algunos de los mejores corredores de todo Tatooine, y siendo el primer humano que ganaba, ¡y lo había hecho cuando sólo contaba con nueve años de edad! Y en una vaina que él mismo había construido con piezas cogidas de la chatarrería de Watto recordó con una sonrisa más amplia aún.

Pero es que Anakin era especial, ya que no era como los demás niños, ni siquiera como los demás adultos. Podía "ver" las cosas antes de que sucedieran, como si estuviera tan en sintonía con el mundo que lo rodeaba que podía comprender de forma innata cuál sería la consecuencia de cualquier cadena de acontecimientos. Por ejemplo, a veces podía sentir los problemas que tendría con su vaina de carreras mucho antes de que esos problemas se manifestasen de manera catastrófica. Y una vez hasta le confesó que podía sentir los obstáculos de la pista antes de llegar a verlos. Ese era su don especial, y lo que hizo que los dos Jedi que llegaron a Tatooine reconocieran la especial naturaleza del muchacho, liberándolo de Watto para ponerlo bajo su cuidado e instrucción.

-Tuve que dejarle marchar -dijo Shmi con voz queda-. No podía retenerle a mi lado, si de ese modo tenía la vida de un esclavo.

-Lo sé -le aseguró Owen.

-No habría podido retenerle ni aunque no fuéramos esclavos -siguió diciendo ella, y miró a su hijastro como si se sorprendiera ante sus propias palabras-. Annie tenía mucho que dar a la galaxia. Su don no podía verse confinado a Tatooine. Debía estar ahí fuera, volando entre las estrellas, salvando mundos. Nació para ser un Jedi, nació para dar mucho a muchos.

-Por eso duermo mejor por las noches -reiteró Owen, y Shmi, al mirarle, se dio cuenta de que la sonrisa del muchacho era más amplia que nunca.

- ¡Oh, te estás burlando de mí! -dijo ella, golpeando en el hombro a su hijastro. Este se limitó a encogerse de hombros.

El rostro de Shmi recuperó su expresión seria.

-Annie quería irse -continuó diciendo, repitiendo lo mismo que ya le había contado antes a Owen, lo mismo que se había repetido a sí misma cada noche de los últimos diez años-. Tenía el sueño de volar a las estrellas, de ver todos los mundos de la galaxia, de hacer grandes cosas. Nació siendo un esclavo, pero no nació para ser un esclavo. No, mi Annie, no. Mi Annie, no.

Owen le apretó los hombros.

-Hiciste lo que debías. Si yo hubiera sido Anakin, me sentiría agradecido. Comprendería que hiciste lo mejor para mí. No hay amor más grande que ése, mamá.

Ella volvió a acariciarle el rostro y hasta consiguió forzar una sonrisa nostálgica.

-Vamos, mamá -dijo el muchacho, cogiéndola de la mano-. Es peligroso estar aquí fuera.

Shmi asintió y no se resistió cuando él tiró de ella. Pero se detuvo bruscamente, y miró con dureza a su hijastro cuando éste se volvió para mirarla.

-Estar allí fuera es más peligroso aún -dijo ella, respirando entre dientes, con la voz rota. La alarma se pintó en su rostro, volvió a mirar hacia atrás, al vasto cielo abierto-. ¿Y si está herido, Owen? ¿O ha muerto?

-Es preferible morir mientras se lucha por tus sueños a llevar una vida sin esperanza -dijo Owen con poca convicción.

Shmi le devolvió la mirada, sonriendo nuevamente. El joven era igual que su padre, con los pies tan plantados en el pragmatismo como no podía estarlo más un hombre. Comprendía que había dicho eso sólo para tranquilizarla, y eso le hacía más especial aún.

Dejó de resistirse mientras Owen volvía a tirar de ella en dirección a la humilde morada de Cliegg Lars, su marido y padre de Owen.

Había hecho lo que debía con su hijo, se decía a cada paso que daba. Eran esclavos sin posibilidad alguna de conseguir su libertad de otro modo que no fuera la oferta de los Jedi. ¿Cómo iba a retener a Anakin en Tatooine, cuando los Caballeros Jedi prometían hacer realidad todos sus sueños?

Por supuesto, por aquel entonces, Shmi no sabía que un día conocería a Cliegg Lars en Mos Espa, y que el granjero de humedad se enamoraría de ella y la compraría a Watto para liberarla, y que sólo entonces, cuando ya era una mujer libre, él la pediría en matrimonio. ¿Habría dejado ir a Anakin de saber lo mucho que cambiaría su vida tan poco tiempo después de su partida?

¿No sería ahora su vida mucho mejor, más completa, de tener a Anakin a su lado?

Shmi sonrió al pensar en ello. Se dio cuenta de que no, de que aun así habría querido que se fuera, aunque hubiera previsto los dramáticos cambios que tendrían lugar en su vida No por sí misma, sino por Anakin. Pues su sitio estaba allí fuera. Y lo sabía.

Meneó la cabeza, abrumada por la enormidad de la situación, por los muchos desvíos que tomaba el camino de su vida o de la vida de Anakin. Ni siquiera ahora podía estar segura de que la presente situación era la mejor posible para los dos.

Aun así, en su corazón seguía habiendo un profundo vacío.

Star Wars: El Ataque De Los ClonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora