Prologo.

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Su mente asimiló la escena que tenía delante: era tan tranquila, calmada y... normal.

Esa era la vida que siempre había deseado tener. Era una reunión de amigos y familiares y, aunque la única persona a la que reconocía era su querida madre, sabía que eran precisamente eso.

Así era como se suponía que debían ser las cosas. Con esa calidez y ese amor, con las risas y los momentos de paz. Así era como siempre había soñado que sería, como siempre había rezado que fuera. Con esas sonrisas cálidas e invitadoras. Con esa agradable conversación (aunque no podía oír las palabras). Con las palmadas amables en el hombro.

Y por encima de todo ello destacaba la sonrisa de su querida madre, feliz, sin ser ya esclava. Ella le miró, y él se dio cuenta de todo eso y de mucho más, y vio lo orgullosa que estaba de él, lo gozosa que era ahora su vida.

Ella se le acercó con el rostro alegre, alargando la mano hacia él para acariciarle suavemente la cara. Su sonrisa se animó, se hizo más abierta.

Demasiado abierta.

Por un momento pensó que la exageración era consecuencia de un amor que iba más allá de lo normal, pero esa sonrisa continuó creciendo, deformando y estirando extrañamente el rostro de su madre.

Ella parecía moverse a cámara lenta. Como todos los demás, que se movían más despacio, como si sus extremidades se hubieran tornado más pesadas.

No, no más pesadas, se dio cuenta, y la sensación de paz se volvió de pronto ardiente. Era como si su madre, y esos amigos, se pusieran más rígidos, como si se convirtieran en algo inferior a los seres humanos que viven y respiran. Miró esa caricatura de sonrisa, ese rostro deformado, y reconoció el dolor que había tras él, su evidente agonía.

Intentó llamarla, preguntarle qué necesitaba que él hiciera, preguntarle cómo podía ayudarla.

El rostro de ella se deformó aún más, de sus ojos brotó sangre. Su piel se cristalizó, tomándose casi translúcida, casi como el cristal.

¡Cristal! ¡Era cristal! La luz corrió por sus bordes cristalinos, la sangre se deslizaba con rapidez por la lisa superficie. Y su expresión era una mirada de resignación y perdón, una mirada que decía que ella le había fallado y que él le había fallado a ella, que se clavó en el impotente corazón de quien miraba.

Intentó cogerla, intentó salvarla.

En el cristal aparecieron grietas. Oyó el ruido que hacían las grietas al prolongarse.

Gritó una y otra vez, y alargó desesperado la mano hacia ella. Pensó en la Fuerza, y envió sus pensamientos en la Fuerza con todo el poder de su voluntad, para poder envolverla en su energía.

Pero, entonces, ella se hizo pedazos.

***

El padawan de Jedi se incorporó sobresaltado en el lecho de la nave estelar, con los ojos muy abiertos, la frente perlada de sudor y el aliento brotando en jadeos.

Un sueño. Sólo había sido un sueño.

Se lo repitió una y otra vez mientras intentaba volver a tumbarse en el lecho. Sólo había sido un sueño.

¿O no?

Después de todo, podía ver cosas antes de que éstas sucedieran.

- ¡Llegamos a Ansion! -dijo alguien en la parte delantera de la nave, con la voz familiar de su Maestro.

Sabía que debía olvidar el sueño, concentrarse en el presente, en la misión que le esperaba junto a su Maestro, pero era más fácil decirlo que hacerlo.

Pues seguía viendo a su madre, a su cuerpo volviéndose rígido, cristalizándose, explotando en un millón de agrietadas partículas.

Miró hacia adelante para ver a su Maestro ante los controles, preguntándose si debía contárselo, preguntándose si podría ayudarlo. Pero ese pensamiento se desvaneció apenas pasó por su mente. Su Maestro, Obi-Wan Kenobi no podía ayudarlo. Los dos estaban demasiado concentrados en otras cosas, en su entrenamiento, en misiones menores como la disputa fronteriza que les alejaba tanto de Coruscant.

El padawan quería volver lo antes posible a Coruscant. Necesitaba una guía, pero no la que podía proporcionarle Obi-Wan.

Necesitaba volver a hablar con el Canciller Palpatine, oír sus reconfortantes palabras. A lo largo de los últimos diez años, Palpatine se había interesado mucho por él, arreglándoselas para que siempre pudiera hablar con él cuando estuviera en Coruscant.

El padawan encontró consuelo al pensar en ello, pese a estar el terrible sueño aún vívido en sus pensamientos. El Canciller, el sabio líder de la República, le había prometido que sus poderes crecerían hasta alcanzar cumbres desconocidas, que se convertiría en alguien poderoso incluso entre los poderosos Jedi.

Puede que ése fuera su destino. Puede que el más poderoso de los Jedi, el más poderoso de los poderosos pudiera fortalecer el frágil cristal.

-Llegamos a Ansion -volvió a llamar la voz de la proa-. ¡Ven aquí, Anakin!

Star Wars: El Ataque De Los ClonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora