Pasaron varios días sin saber nada de mi vecino. La última vez que le vi, fue espiándole como una colegiala, admirando su imponente planta física mientras sodomizaba vigorosamente a una amiguita que, según mi marido, se parecía mucho a mí.
Mi nivel de excitación, casi a cualquier hora del día, condicionaba mi vida. Estaba completamente obsesionada con las actividades nocturnas de fin de semana de Fer, con la imagen en mi cabeza de sus conquistas disfrutando de sacarle brillo a su potente verga con la boca, con los gemidos y gritos de profundo placer que les provocaba, con su magnífico cuerpo desnudo en pleno esfuerzo sexual, con sus descaradas insinuaciones y contacto en mi propio dormitorio...
Me pasaba el día aguzando el oído por si le oía en alguna de sus aventuras, aunque no fuera fin de semana, corriendo hacia la mirilla de la entrada cuando sentía abrirse la puerta de su casa, por si era él... y masturbándome. Masturbándome tres o cuatro veces al día, cuando estaba sola, con su imagen en mi mente.
Mi fijación con él, idealizándolo como a un dios, era tal que, a pesar de estar en semejante estado de celo, no buscaba el alivio con mi marido, como había hecho anteriormente. Agustín no me parecía suficiente en aquellos momentos, no era rival para mi fantasía. Prefería autocomplacerme con mis manos, pensando en la polla de Fer, a follar con aquel cincuentón de abdomen blando, cuyos mejores años ya habían quedado atrás mientras los míos se encontraban en la cresta de la ola y los del vecino estaban en plena ascensión.
Cuando Pilar, su madre, me dijo que el siguiente fin de semana no se marcharían al pueblo, y que nos invitaban a comer en su casa el sábado, por un lado sentí una gran decepción: no tendría la oportunidad de escuchar una nueva sinfonía sexual del otro lado de la pared, ni la loca suerte de encontrarme con un espectáculo pornográfico, en vivo, en la terraza. Pero, por otro lado, también me ilusioné y excité: si íbamos a comer a su casa, lo más probable es que él estuviera allí, y podría recrearme en contemplar, discretamente, ese joven objeto de deseo por el que todo mi maduro cuerpo clamaba en silencio.
Volvía a ser viernes, y había decidido madrugar un poco más de lo normal para ir temprano al gimnasio. Últimamente, prefería ir a primera hora para coincidir con el menor número de usuarios posible, ya que, en mi situación de mente calenturienta, prefería no tentar a la suerte encontrándome con algún que otro chulo, de muy buen ver, que ya se me había insinuado en alguna ocasión. Tal vez, sintiéndome tan vulnerable y propensa a "olvidarme" de mi marido, cayese en un juego del que no sabía si podría salir a tiempo.
Al volver a casa, Agustín ya se había marchado a trabajar, por lo que, ya relajada tras el consumo de adrenalina, me enfrasqué en la traducción que me había propuesto terminar y enviar a la editorial antes del fin de semana.
A media mañana, cuando estaba preparándome un café para retomar el trabajo con energías renovadas, sonó el timbre.
«Seguro que es algún certificado para Agustín», me dije, dejando la taza en la cocina y comprobando en el espejo del pasillo que mi aspecto era presentable. No estaba preparada para visitas, me había quedado con la cómoda ropa con la que me había vestido tras la refrescante ducha en el gimnasio: unos shorts y una camiseta de tirantes que hacían más llevadero el calor que ya comenzaba a arreciar esa mañana.
«Para abrir al cartero, suficientemente decoroso», le dije mentalmente al reflejo que estudiaba mi indumentaria.
— Buenos días, Mayca —dijo Fernando al abrirle la puerta, sonriendo ampliamente ante mi sorpresa.
— Hola, Fer —contesté, visiblemente turbada—. No te esperaba...
— Ya... —dijo, entrando directamente en casa, sin darme tiempo a preguntarle o a invitarle a pasar—. Estaba aburrido en casa, y me he acordado de que tenía algo pendiente contigo —añadió, cerrando la puerta tras de sí.
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PAREDES DE PAPEL
RomanceUna mujer madura descubre la intensa vida sexual de su joven vecino a través de unas paredes mal insonorizadas. Ese descubrimiento despertará en ella reprimidos deseos que le llevarán a ser la coprotagonista de esa placentera vida.