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Al día siguiente, me levanté con fuerzas renovadas. El estado de ansiedad de las jornadas anteriores había desaparecido por completo y, lo más importante, no tenía ningún remordimiento por lo que había hecho.

Consumar una infidelidad con un chico casi veinte años menor que yo, hijo de una amiga y, además, vecino, teniendo en cuenta mis circunstancias personales y el momento de mi vida en el que me encontraba, estaba segura de que se podría considerar como una consecuencia natural.

«Si pudiera contarlo, seguro que la mayoría de mis amigas se morirían de envidia», me decía a mí misma. «Sonia ya no sería la única heroína que se tira a un veinteañero macizo».

Sonia era una de mis mejores amigas, que había pasado por un duro trance a causa de su traumático divorcio. Sin embargo, en su recuperación anímica había influido notablemente un chico bastante más joven que ella, un ligue que se había echado en el trabajo. Desde que estaba liada con él, se había vuelto más suelta, y no dudaba en contarme morbosos detalles de cómo se lo habían montado en la oficina.

Cuando me contaba sus historias, despertaba mi imaginación e, incluso, algo de envidia, y tal vez eso hubiera sido otro granito de arena en la montaña que me había alzado a cometer la locura de acostarme con mi vecino.

«¡Una locura increíble y maravillosa!, ¡nunca me había sentido tan viva!»

Como ya era mi tónica habitual, fui al gimnasio a primera ahora, antes de que hiciera más calor, y así podría trabajar luego tranquilamente en casa. Además, para la tarde había quedado con Pilar para que viniera a casa a tomarse un café cuando ella llegase del trabajo y, conociéndola, estaba segura de que ese café ya se prolongaría por el resto de la tarde.

Después del calentamiento y algunos ejercicios con pesas, ocupé una de las bicicletas estáticas y, ¡qué casualidad!, en la de al lado me encontré con mi amiga Sonia.

— Pero, Sonia, ¿qué haces tú aquí a estas horas? —fue mi saludo dándole dos besos.

Mi amiga vivía cerca, e íbamos al mismo gimnasio, pero nunca habíamos coincidido por la diferencia de horarios.

— Mayca, guapísima —me saludó, correspondiendo mis besos—. Pues ya ves, que esta tarde tengo un viaje de trabajo, y como no volveré hasta mañana por la tarde, entrando en el fin de semana, he preferido madrugar un poco más hoy para no pasar tanto tiempo sin entrenar, que con lo que me ha costado ponerme en forma, como para perderlo ahora...

— ¡Venga ya! , ¡pero si estás estupenda! —dije, observándola de pies a cabeza.

— La que está estupenda eres tú —replicó, mirándome ella también de abajo arriba—. Y si ahora estoy más en forma, en parte es gracias a ti, que me animaste a apuntarme al gimnasio como vía de escape tras aquello.

— Bueno, yo solo te di un empujoncito...

— Y el ver los resultados tan divinos en ti, me sirvió de inspiración —afirmó, consiguiendo ponerme colorada.

Cada una tomó posesión de su bicicleta y, durante media hora, nos concentramos en el ejercicio sin mediar palabra. Yo me puse música inmediatamente, pues nada más sentarme sobre el sillín, sentí molestias en mis huesos pélvicos como recordatorio del "castigo" al que mi vecino los había sometido, por lo que preferí sufrir en silencio las consecuencias de mi lujuria y la potencia de mi amante.

Cuando terminamos, aún charlamos un rato antes de que ella se duchara en el propio gimnasio para luego irse a trabajar, yo ya me ducharía cómodamente en casa.

— ¿Y qué tal está Agustín? —me preguntó—. Hace mucho que no le veo.

— Bien —contesté con un suspiro—, de viaje, como casi siempre...

PAREDES DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora