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— Este sí ha sido el polvo del siglo —comentó Fer, echándome hacia un lado para desenvainar su ya decadente espada de mi cuerpo.

Semejante afirmación constataba todo un logro para mí. Era conocedora, a ciencia cierta, de la abundante experiencia sexual que tenía el joven con diferentes chicas y en multitud de ocasiones, pues, bravuconadas aparte, yo había sido testigo auditivo y presencial, a escondidas, de algunas de sus aventuras. De modo que, el que dijera eso, significaba que yo había superado sus expectativas, y las mías, convirtiéndome en la hembra que más le había hecho disfrutar.

— Umm, sí —corroboré, exhausta—. Nunca había estado tan satisfecha... Ha sido espectacular, y sentir cómo derramabas tu leche dentro de mí... Ummm...

— Sin duda, follar sin condón es mucho mejor. Sentía que me abrasabas la polla, mucho más intenso que con la goma, aparte de que follas como la reina de las putas...

— ¡Ja, ja, ja! —reí, tomándomelo como una alabanza.

— Y correrme dentro de ti ha sido el máximo. ¡Cómo me exprimías mientras te rellenaba!

Volví a reír. Me encantaba la naturalidad con la que se expresaba, resultándome adictiva y pegadiza la vulgar manera que tenía de decir las cosas.

— Me has dejado seco —prosiguió—. ¿No tendrás una cervecita bien fría?

— Sí, claro —contesté—. Yo también estoy seca, ¿vienes a la cocina? —propuse levantándome.

Le ofrecí una cerveza, cuyo primer trago paladeó con satisfacción mientras yo daba buena cuenta de un vaso de agua.

— Ahora sí que me he ganado el "cigarrito de después", ¿no? —le dije con una pícara sonrisa.

— Uno y los que quieras, viciosa —respondió, dándole un buen trago a su bebida—. Si no te importa, me quedaré aquí, que no creo que tarde en matar esta birra, y seguro que después me tomaré otra, así que no tengas prisa.

Dejándole apoyado en la encimera de la cocina, cerveza en mano, volví al dormitorio para coger el tabaco y salir a la terraza, no sin antes echarle un último vistazo furtivo.

«Parece que me he ligado al chulazo de la discoteca», bromeé para mis adentros.

Era la primera vez que salía a la terraza completamente desnuda, resultándome una experiencia eróticamente gratificante. Sentía el aire de la noche veraniega sobre mi piel, hipersensibilizada por cuanto había ocurrido en el interior, como una sensual caricia recorriendo todo mi cuerpo.

Encendí un cigarrillo, saboreando el cálido humo al introducirse en mi boca y la refrescante sensación del mentol en la garganta, para soplarlo suavemente con un cosquilleo en los labios.

«¡Dios, esto es la gloria!», exclamé internamente, disfrutando de las relajantes sensaciones.

Apoyada en la barandilla, satisfice mi vicio pausadamente, contemplando el estival cielo nocturno con algunas estrellas que conseguían imponerse a la contaminación lumínica de la urbe que quedaba a mis espaldas.

Me resultó tan agradable disfrutar de mi desnudez al aire libre, amparada en la ausencia de edificios y miradas indiscretas frente a la terraza, que decidí que esa experiencia podría convertirse en una tónica habitual.

«Pero le prometiste a Agustín que dejarías de fumar cuando volviera mañana», objeté para mí misma. «Sí, y también le prometí fidelidad eterna cuando nos casamos... Y aquí estoy, recién follada por el vecino», acallé a mi conciencia.

Nunca me había sentido tan relajada, tan realizada, tan viva. Era como si me hubiera despertado a un nuevo mundo, repleto de sensaciones por descubrir, en el que la más mínima chispa era capaz de hacer saltar todo por los aires, para lo bueno y para lo malo, y eso era tan emocionante... La conciencia solo era un lastre que me anclaba en mi matrimonio y una vida aburrida, impidiéndome desatar cuanto había descubierto que reprimía dentro de mí.

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⏰ Última actualización: Mar 20, 2019 ⏰

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