Ese sábado dormí hasta tarde. Las emociones del día anterior y el agotamiento mental por mis debates internos, me habían propiciado una noche de inconsciencia que prolongué hasta las diez de la mañana.
Me sorprendió no encontrar a Agustín en la cama, siendo bastante dormilón, y teniendo en cuenta que, al final, pasamos toda la tarde anterior fuera de casa para acabar en el cine viendo una película romántica.
El sentimiento de culpa por el incidente con el vecino, finalmente, había vencido al morbo, así que, como forma de evasión, le propuse a mi marido ver esa película para pasarme las dos horas abrazada a él, sintiendo cuánto le quería, y dejando mi mente en blanco.
En realidad, no me arrepentía de lo ocurrido, había sido una experiencia increíble, el cumplimiento de una fantasía en el momento justo de mi vida. Tampoco es que me enorgulleciera de ello, pero había sido muy placentero, y guardaría para siempre la satisfacción de saber que, a mis cuarenta y dos, era capaz de despertar los deseos de un veinteañero.
«Una fantasía realizada y ya está, no habrá nada más», era la decisión que había tomado.
— ¿Dónde vas? —le pregunté a mi marido al encontrarle en el salón, preparado para salir.
— Buenos días, preciosa —dijo, dándome un beso—. Había pensado que podría apetecerte desayunar chocolate con churros. Pensaba traerlo antes de que te despertaras...
— Eres un cielo —contesté, halagada por la iniciativa. «¿Cómo no voy a quererte y dejarme de aventuras?», añadí mentalmente.
— Dúchate tranquila, aunque no creo que tarde. Ya que salgo, ¿necesitas que te traiga algo más?
— Bueno, ya que estás, podrías comprarme un paquete de tabaco mentolado —se me ocurrió.
— Nena, deberías dejarlo —me reprochó—. Sabes que me parece muy sexy tu forma de fumar, pero lo primero es la salud.
— Lo sé, cariño, pero es que paso mucho tiempo sola —traté de excusarme—, y cuando estoy trabajando, me sirve para tomarme un descanso y relajarme...
— Está bien, te lo compraré, pero, por favor, inténtalo...
— Te lo prometo —puse cara de niña buena—. Cuando vuelvas del viaje de la semana que viene, lo dejo. «Y así evito, también, tentaciones de espiar lo que no debo...»
— ¡Esa es mi chica! —exclamó, dándome otro cariñoso beso—. Esta noche te daré algún aliciente para animarte a dejarlo cuando vuelva del viaje, algo que te relajará mucho más que un cigarrillo...
En su rostro se dibujó una sonrisa de picardía.
— ¿Ah, sí? ¿Y qué aliciente será ese? —pregunté, juguetona.
— Te debo una desde ayer a medio día... Una espectacular... Te la devolveré con creces.
Estallé en una carcajada, encantándome la idea. Al final, iba a resultar que el desliz iba a servir para darle nuevos bríos a las relaciones con mi marido.
— Te tomo la palabra —le amenacé, poniéndome en jarras de modo que se me transparentó un poco más el ligero camisón.
— Joder, no solo eres guapa, ¡es que mira que estás buena! Me voy, que si no, no desayunamos...
— Anda, vete, adulador —contesté, riendo y despidiéndole mientras se marchaba por el pasillo. ¡Y también compra pan para la comida!
— Lo compro para la cena —me corrigió, ya desde la puerta—. Recuerda que hoy vamos a comer a casa de José Antonio y Pilar... ¡Hasta ahora!
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PAREDES DE PAPEL
RomanceUna mujer madura descubre la intensa vida sexual de su joven vecino a través de unas paredes mal insonorizadas. Ese descubrimiento despertará en ella reprimidos deseos que le llevarán a ser la coprotagonista de esa placentera vida.