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— ¿Y qué vas a hacer esta noche? —me preguntó Agustín por teléfono.

— No sé —contesté, consciente de que le diría una verdad a medias—, creo que me quedaré en casa viendo una peli, y me acostaré pronto para que se me haga más corta la espera hasta que llegues.

— No aterrizo hasta las diez, así que no creo que llegue a casa antes de las once —me informó—. Es viernes, y tienes tiempo más que de sobra para dormir y no madrugar, ¿por qué no quedas con alguien y te diviertes un rato? Así no me echarás de menos tanto como yo te echo a ti...

— Eres un cielo, cariño... No sé, ya veré si encuentro algo con lo que entretenerme... —le dejé caer, sin poder evitar que decirle medias verdades me resultara emocionante.

«Algo grande, duro y potente que me deje sin respiración», confesó mi diablillo, regodeándose en mi cerebro.

— Bueno, tú intenta divertirte, preciosa, que ya no queda nada para que vuelva a casa... Te dejo, que el tren para Atenas ya va a salir. Un beso.

— Lo intentaré... ¡Buen viaje! Un beso.

«¡Y tanto que lo intentaré!».

Aún quedaban casi cuatro horas para la hora señalada, pero tratándose de la primera vez que iba a quedar con mi joven amante con premeditación y alevosía, quería prepararlo todo con tranquilidad. Las inoportunas molestias del día anterior ya habían desaparecido, y quería deslumbrar a Fernando para que, en cuanto cruzase la puerta, no pudiera pensar más que en darme lo que yo deseaba de él.

Antes de darme una tranquila ducha, y a pesar de que por la hora que era Sonia ya habría entendido que rechazaba su invitación, preferí escribirle un mensaje a mi amiga para posponer una posible quedada para otra ocasión. Aunque, en última instancia, no pude reprimir mi entusiasmo para insinuarle la razón:

— Como me dijiste que era totalmente recomendable... ¡esta noche voy a bailar "La Macarena"!

— ¡Di que sí! —me contestó casi al instante— "Que tu cuerpo es pa' darle alegría y cosas buenas..." ¡Disfruta! Y ya me contarás.

Esa pequeña confesión, compartiendo el secreto con mi amiga, lo hacía aún más estimulante. Tenía su bendición para cometer el pecado, y luego reviviría éste contándoselo, ¡qué excitante era ser una pecadora!

Justo cuando volvía de la terraza de fumarme un cigarrito tras mi ritual de higiene, escuché el algarabío en el rellano de la escalera que indicaba que Antonio y Pilar ya se marchaban cargando con las maletas. Se me aceleró el corazón, a pesar de que aún faltaba mucho tiempo para la cita.

Gran parte de ese tiempo lo consumí eligiendo el vestido perfecto para la ocasión: sugerente, pero no descocado, pues no era ninguna cría deseosa de enseñar carnaza, y Fernando había elevado mi autoestima demostrándome que no lo necesitaba para que me deseara. Finalmente elegí un vestido de un color verde similar al de mis ojos que envolvería toda mi figura, ciñéndose a ella desde las rodillas hasta el escote palabra de honor, delineando mis femeninas formas sin mostrar más piel que la de mis hombros, clavículas, brazos y pantorrillas. Ese vestido había causado sensación en la boda de un sobrino de Agustín un par de meses atrás, en la que, incluso el novio me había dedicado alguna mirada más prolongada de lo política y familiarmente correcto.

Apenas pude cenar. «¿Y si al final no viene?», me preguntaba. «¿Y si se ha olvidado de que hemos quedado?, ¿y si le ha salido un plan con alguna de sus amigas y prefiere carne más joven...?»

Aún quedaba casi una hora para el encuentro, pero con estas dudas rondando mi cabeza, consumí con ansiedad el último cigarrillo antes de volver a entrar al dormitorio para quitarme la cómoda ropa de estar en casa, enfundarme en el divino vestido, y darme un retoque de maquillaje.

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