✵𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓽𝓻𝓮𝓼 ✵

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Varias semanas más tarde Chuuya se encontraba totalmente recuperado.
No tenía indicios de casi ser ingresado en el hospital de no haber sido por la rápida intervención del doctor y jefe de la mafia, y de los cuidados exhaustivos de Kouyou.

Aunque cabe destacar que el que cierta momia con tendencias suicidas no hubiera estado atosigandole, e incluso hubiera cuidado de él, había sido de gran ayuda.

Chuuya reflexionaba sobre todo esto en lo que se dirigía al despacho de Mori, quien le había llamado recientemente por la megafonía de la cafetería común.

Una vez dentro se encontró con el mencionado y con Dazai.

-Ahora que ya estás recuperado podéis comenzar con unas cuantas misiones que os he reservado -soltó en cuanto vio a Chuuya asomarse por la puerta. -Podéis iros ya, no hay tiempo que perder.

-Si, Boss -dijeron ambos al unísono, hicieron una reverencia y se marcharon.

Habiendo terminado la última de aquellas dichosas misiones, ambos adolescentes descansaban en una amplia explanada de la que a pocos metros comenzaba un bosque bastante denso.

Chuuya permanecía tumbado en el suelo debido al esfuerzo físico que acababa de realizar. Llevaba su chaqueta en la mano por el calor que tenía a pesar del frío que se empezaba a producir. No se había quedado dormido, pero mantenía los ojos cerrados. Por ello, no pudo ver como el castaño le observaba minuciosamente.

En ese momento, Dazai recordó el extraño fenómeno sucedido semanas antes.

-Oye, Chuuya.

-Dime -cansado, levantó un poco la cabeza y abrió los ojos para devolverle la mirada.

-Me acaba de llegar un mensaje del jefe, dice que debes ir al centro de ese bosque -señaló hacia la parte más espesa- y allí encontrarás a un tipo que te dará un maletín plateado.

-¿A que viene todo eso ahora? Estoy hecho polvo.

Volvió a apoyar la cabeza en el suelo, pero esta vez no cerró sus azulados ojos, sino que contempló el estrellado cielo que se cernía sobre sus seres. Habían pasado todo el día de misión en misión hasta que el sol finalmente se había ocultado por el horizonte.

-Las órdenes son órdenes -le soltó despreocupado.

Chuuya suspiró cansado y se levantó del suelo. Se sacudió un poco el polvo que se había quedado en sus prendas y se dirigió al bosque.

-Espérame aquí, bastardo.

-Claro, claro~- sacudió su mano con la misma despreocupación a modo de despedida.

Después de haber estado caminando por varios minutos se dio la vuelta al escuchar un ruido justo detrás de él.

-¿Quién anda ahí?

Lo único que quedó después fue un profundo silencio. A pesar de ello, Chuuya no apartaba la mirada de ese punto concreto. Aprovechó el silencio de la noche para intentar identificar al causante, pero al no poder hacerlo, desistió y prosiguió su búsqueda.

«Creo que me he perdido» -pensó al darse cuenta de que había estado caminando en círculos pues había pasado por el lado del mismo árbol, con un extraño parecido a la momia, varías veces.

Un fuerte escalofrío le recorrió. Instintivamente se abrazó a si mismo y se dio cuenta de que había perdido su chaqueta.

«Genial, me he perdido y tengo frío, ¿que más me podría pasar?»

Escuchó unos gruñidos que provenían de su estómago.

-¡¡No sé para qué abro la boca!! -se reprendió a sí mismo.

Ahora su lista había aumentado. No solo estaba perdido y tenía frío, sino que también estaba muerto de hambre.

Cansado, se sentó cerca de un árbol apoyando su espalda en él. Sin darse cuenta fue cabeceando hasta quedarse totalmente dormido.

Se despertó pesadamente, pues se había tumbado en el duro y frío suelo mientras dormía. Probablemente había dormido por varias horas, pero eso no le quitó la fatiga acumulada, y sus malas condiciones no hacían sino aumentar.

«Dazai».

Ese nombre pasó repentinamente por su cabeza como una de aquellas estrellas fugaces que de vez en cuando pasaban por el cielo.

Seguramente se habría ido de vuelta a la mafia justo en el momento en el que le dio la espalda para adentrarse en el bosque. Iluso de él, que incluso le había dicho que le esperara.

Con un fuerte sentimiento de traición y angustia, e incluso un poco de autocompasión, se levantó para proseguir la búsqueda de una salida. Tuvo tan mala suerte que al comenzar a caminar no se dio cuenta de que el árbol que le había estado dando cobijo ahora enredaba una de sus raíces en su tobillo. Cayó de frente al suelo con un golpe seco.

Derrotado, yacía en el suelo de nuevo. Sintió un ligero hormigueo en su cabeza y algo recorrer su frente. Cuando llevó la mano a su cabeza pudo observar que lo que sentía era un líquido rojizo que provenía de él.

«Si tan solo no le hubiera hecho caso, esto no estaría pasando» -pensó para, instantes después, perder el conocimiento.

Cuando empezó a recuperar la consciencia no sintió frío ni dolor como anteriormente. Era el caso opuesto. Estaba medio incorporado, tumbado cómodamente sobre algo, o alguien, que le brindaba calidez. Abrió los ojos levemente y vio como le recubría la chaqueta que tiempo antes había perdido. Sobre ella, unos brazos le rodeaban. Podía sentir la aridez del entorno fuera de esa burbuja de comodidad en la que estaba, por lo que debía seguir en el bosque.

Una vez recuperados los sentidos, aunque seguían adormecidos, que perdió por el golpe se llevó nuevamente la mano a la cabeza preocupado. Notó como, donde antes solo había sangre, ahora había una suave venda que pasaba alrededor de su cabeza y se volvió a tranquilizar.

Alguien posó su mano sobre la suya. Lejos de asustarse, se relajó aún más. No sentía que debiera huir o temer, al menos no en ese momento. Aquella mano era cálida y le rozaba provocando discretas caricias sobre su cabeza.

-Veo que ya estás despierto.

La voz se le hacía demasiado familiar, pero el trance en el que se encontraba no le dejaba identificar al hablante.

Algo hizo clic dentro de él y se despegó lo más rápido posible, cosa de lo que se arrepintió momentos después, pues el frío de la noche volvió a atacarle.

-Pensaba que te habías ido -se sinceró decepcionado con la otra persona.

Extrañamente provocativo. Esas eran las palabras que Dazai buscaba en su mente para describir lo que sus ojos veían:
Chuuya estaba sentado frente a él con los puños apoyados en sus rodillas. Podía ver como su piel se erizaba por la brisa nocturna, acompañándolo con un tiriteo que no se molestaba en ocultar. Estaba cabizbajo para intentar ocultar su rostro con ayuda de algún mechón que rozaba sus mejillas, pero aun así podía ver como su cara reflejaba un profundo dolor por miedo a haber sido abandonado. Tenía el ceño fruncido, pero no por rabia, sino por la lucha contra el arsenal de lágrimas que amenazaban con salir de sus hermosos ojos color zafiro. Esa misma lucha producía que sus mejillas se tiñeran de un tono rosado. Y, para colmo, todo ello era acompañado por la blanquecina luz de la luna, lo que daba un toque hechizante para el suicida.

Dazai extendió su brazo derecho, sin apartar la mirada, para comenzar a acariciar sus suaves cabellos anaranjados y poder corroborar su teoría.

En el momento en el que unos dedos le rozaron levantó la mirada. Dejó fluir aquellas cataratas que trataba de contener al ver como el otro le miraba con ternura y le mostraba una sincera sonrisa que creía no existía en él.

Casi como si hubiera sido empujado por un ente superior, Dazai se lanzó para abrazar a Chuuya.

-No me vuelvas a abandonar -sollozó susurrando en su pecho.

-No te volveré a abandonar -le respondió susurrando igualmente.

Chuuya creyó plenamente en sus palabras, cosa que fue un enorme error, pero no se daría cuenta de ello hasta unos años más tarde.

El sombrero de Chuuya [Soukoku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora