✵𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓾𝓷𝓸 ✵

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Chuuya se encontraba en su habitación, la cuál, desgraciadamente, compartía con cierto desperdicio de vendajes.
Al parecer una buena forma de reforzar lazos de equipo era vivir juntos, o al menos eso les había dicho Mori.

A pesar de llevar relativamente poco tiempo en la Port Mafia, ya estaba harto de Dazai.
Le era un verdadero fastidio compartir habitación con él, pues éste no respetaba su espacio personal: dejaba sus cosas tiradas por toda la habitación (incluidas sus famosas vendas que podían estar usadas o no, era como una lotería, y más de una vez le había tocado el premio). También solía despertarle cuando se levantaba en la madrugada quien sabe a qué, aunque algunas veces era él quien debía levantarle, pues él no quería. Y como no, le gastaba todo tipo de bromas pesadas.

En ese momento Chuuya leía un libro bastante interesante, en su opinión, sentado su cama.

Esa mañana había sido un tanto extraña. Había podido despertar voluntariamente, sin ningún tipo de ayuda molesta, y cuando fue a la cocina para desayunar algo, se encontró un cartelito que decía que la cocina estaba en obras y que no se podía pasar.
Tampoco había visto a Dazai en toda la mañana, y se estaba empezando a preocupar.

-Chuu~ya~ -llamó juguetonamente Dazai.

Ni un instante después de escuchar aquello, el mencionado se quedó petrificado. Del susto incluso se le había resbalado el libro de entre sus manos y se había caído al suelo.
Retiró todo aquello sobre su preocupación. Esa voz solo significaba una cosa, quería jugar y nada le detendría.

Dazai le buscaba asomado desde la puerta de la habitación con su típica sonrisilla inocente.

-¡Te encontré! -Exclamó mientras mantenía su sonrisa.

«Estoy acabado».

Chuuya era muy espabilado en lo que se refería al castaño. Había aprendido que con él era escapar o morir, pero algunas veces le pillaba desprevenido y no tenía más remedio que aguantar lo que el otro le hiciera.

-Mira, te he preparado una deliciosa tarta como perdón por las tarántulas que traje y que, misteriosamente, salieron de su caja y se colaron en tu cama -dijo extendiendo sus brazos hacia el contrario. -Es pequeña pero la he hecho lo mejor que he podido, espero que te guste.

Por un instante confió en sus palabras. La tarta olía bien y tenía buena pinta, pero la amabilidad de Dazai se le hacía un bastante inquietante.
Algo no encajaba.

-¡Que te crees tú que me voy a comer eso! -Gruñó para después enseñarle la lengua a modo de burla.

-Pero Chuuya... -dijo con un tono infantil.

-He dicho que no la quiero.

-Bueno, supongo que tendré que tirarla a la basura...-pasó a un tono más melancólico.

Chuuya pensó que en vez de estar en la mafia, Dazai debería ganarse la vida como actor. Parecía que realmente le apenaba su respuesta negativa.

De repente se le iluminaron los ojos -¡Oh! ¿Y si se la doy a Q? Seguro que le gustará.

Ups, Dazai había tocado uno de sus puntos débiles. Por desgracia este se los sabía todos y no dudaba en usarlos cuando le fuese conveniente.

-¡De eso nada! -Le quitó el plato bruscamente junto con el tenedor que traía y empezó a comer. -Para que se le coma ese mocoso mejor me la como yo.

Mientras terminaba de masticar el último trozo de tarta que le quedaba se dio cuenta del terrible error que acababa de cometer.
Dazai tenía una sonrisa cada vez mayor, pero esta no era como la anterior. Esta era una sonrisa de entre satisfacción, por haber logrado que Chuuya cayera en su plan, y maldad, puesto que sabía que no tardaría en salir corriendo hacia el baño mientras le maldecía como nunca antes lo había hecho.

Y así fue.

Chuuya no tardó en salir corriendo hacia el baño más cercano mientras que el pelicastaño seguía sus torpes pasos.
Aunque solo estuviera a unos pocos metros, se le hizo verdaderamente eterno.

Una vez dentro, lo único que se podía escuchar eran insultos y sonidos muy desagradables que provenían del ojiazul.

Dazai, desde fuera, solo podía reírse por la ingenuidad de su compañero. Todavía no se creía que hubiera caído en una trampa tan simple.

Varios minutos más tarde se escucharon unos delicados tacones retumbar por el frío suelo.

Aprovechando que aquel baño hacía esquina en el pasillo, el niño que esperaba fuera al lado de la puerta corrió a esconderse para observar a aquel sujeto no identificado.

Por un momento pensó ver a un empleado cualquiera, ya que simplemente se dejaba ver una silueta que portaba un elegante traje negro, pero cuando se acercó un poco más pudo observar unos cabellos de un color rosado que se recogían en un moño del cual se escapaban algunos mechones rebeldes debido a su paso acelerado.

«¿¡Cómo se ha enterado tan rápido!? Bueno, da igual, será mejor correr».

-Chuuya, cariño, abre la puerta -dijo con un tono de voz que reflejaba una clara preocupación.- Y tú, -a Dazai se le heló la sangre, pues una furiosa y sombría mirada se dirigía hacia él -me voy un solo día a una misión al extranjero, y aprovechas para hacer de las tuyas.

-¿Kouyou-san? -Una débil voz que provenía de aquella puerta que se abría cuidadosamente les interrumpió -me encuentro muy mal, estoy mareado, me duele el estómago y creo que he vomitado algo de sangre -unas pequeñas lágrimas acompañaban sus entrecortadas palabras.

-Ven, vamos a la enfermería -dijo mientras le acariciaba suavemente el hombro y se acercaba a él para darle apoyo.

Lo siguiente que vio el pelicastaño fue a Chuuya alejarse por el largo y oscuro pasillo junto a Kouyou.
Normalmente se hubiera ido a preparar cualquier otra jugarreta o algo por el estilo, pero un sentimiento extraño no le dejaba apartar la mirada de aquella figura que cada vez se hacía más borrosa hasta desaparecer de su vista.

¿Miedo, tal vez? Por lo que aquella mujer pudiera hacerle más tarde.

O puede que... ¿Preocupación?
No, nunca, jamás se preocuparía por nadie que no fuese él, el gran Osamu Dazai, y mucho menos por aquel pelirrojo gruñón... ¿verdad?

El sombrero de Chuuya [Soukoku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora