Primera suplencia

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Nunca le gustó que lo consideraran una persona de pocos modales, por eso la puntualidad se había convertido en uno de sus mayores fuertes. Servía para quedar bien frente a los jefes en sus diferentes trabajos, a los profesores en cada clase que tomaba de la universidad de medicina y frente a las mujeres, que nunca aceptarían con buena cara una cita fuera de hora. No las culpaba, siempre creyó que la impuntualidad era un indicador de falta de interés, ¿y a qué clase de persona podría atraerle eso?

Llegó temprano a la dirección a pedir indicaciones —su clase sería la segunda—, corrió escaleras arriba y buscó el curso que la preceptora le había asignado para cubrir debido a que la profesora titular estaba muy avanzada en su embarazo, ingresó a esperar a que el alumnado regresara del alboroto del recreo para encontrarse, por fin, con sus confundidos rostros mientras que la tiza en sus manos grababa su nombre en el pizarrón.

—Buenos días, chicos. Yo soy el profesor Agustín Rosas y voy a acompañarlos dictando la materia de biología mientras que su profesora tenga licencia. Sé que deberían haber empezado con esta asignatura hace dos semanas y que seguramente estaban disfrutando las horas libres, pero ya es tiempo de empezar. Me quedaré con ustedes al menos por un trimestre, así que espero nos llevemos bien.

Algunos adolescentes comenzaron a anotar su nombre, otros preguntaron por la profesora, mientras que el resto se dedicaron a cuchichear cosas inentendibles. Una alumna sentada cerca a él le insinuó que no era hora de biología sino de literatura, pero estaba seguro de que la preceptora le había indicado que ese era el aula al que debía ir, por lo que la tomó como una clásica bromista y decidió ignorarla. No creía que la preceptora se fuera a equivocar.

—Como sea, venimos retrasados, por eso espero me perdonen si al principio voy muy rápido. Para no complicarles la materia vamos a empezar todas las clases con una introducción charlada sobre el tema donde puedan contarme lo que ya saben para luego trabajar sobre eso, ¿sí? Bien, empecemos: biología significa, literalmente, el estudio de la vida. Bio es vida y logía es estudio. —Anotó en la pizarra lo que acababa de decir—. Nosotros vamos a estudiar la vida, así que podríamos empezar por definir nuestro campo de estudio, ¿no? Bien: ¿qué es la vida?

Los chicos primero se quedaron quietos, como esperando que se contestara solo, pero al pasar los segundos notaron que esperaba algo de ellos y se comenzaron a inquietar cuchicheando sin parar hasta que por fin uno dijo en voz alta.

—La vida es estar vivo.

Lejos de ser la respuesta más inteligente, esta definición hizo reír a sus compañeros y Agustín no supo interpretar su intención.

—Bueno, es cierto, pero eso no nos ayuda a saber qué vamos a estudiar, ¿no...? ¿Cómo te llamás?

—¿Yo? Simón.

—Bueno, si me preguntaran afuera quién es Simón y yo les contestara que Simón es Simón, la persona que me lo preguntó no podría entrar al salón, verlos a todos y decir «Ah, ese es». Necesitamos decirle qué color de pelo tiene, cómo son sus ojos... definámoslo.

Los chicos comenzaron a definir a Simón según sus propios apelativos, entre los que destacaron «el duende perversillo», «La mano más rápida del oeste» y «El invasor de baños de mujeres», por lo cual Agustín, lejos de averiguar el origen de tales acusaciones, tuvo que intervenir.

—Lo mejor es definir qué tiene la vida que la hace ser vida. ¿Qué cosas tienen en común todos los seres vivos?

El joven maestro caminaba por entre los primeros pupitres mirando a sus alumnos directamente a los ojos gesticulando al hablar. Estar ahí se sentía cómodo desde el principio, sensación que rara vez lo abordaba al dar una suplencia. Le gustaba ese salón.

Entre amores e ideologíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora