UNO

1.7K 245 91
                                    

Ya reflejaban sobre las ventanillas del tren las primeras luces de lo que iba a ser un día celeste. Daichi viajaba de Tokio a una zona rural a las afueras de Sendai. Él era asistente social en la capital del este pero ahora le habían encomendado una labor en un orfanato que la administración llevaba tiempo tratando de clausurar.

Le habían dicho que el sitio era cochambroso y apenas recibía subvenciones. Allí vivían malamente siete niños con su tutor, quien se negaba a que cerraran el sitio por las buenas. Así que la tarea de Daichi era ir hasta allí, redactar las carencias del lugar en un informe y entregar este a los juzgados de lo social, para que se pudiera ordenar la clausura forzosa del sitio. Los críos serían enviados a otros orfanatos y el lugar derruido. Felices todos.

Pero eso no iba a ser una misión fácil, no, porque el encargado de ese orfanato, Sugawara Koushi, tenía fama de tener un carácter fuerte y tenía mil recursos e impugnaciones contra la administración; siempre en lucha continua con esta para que no le cerraran el orfanato. Daichi miró su foto en la ficha que tenía; era un chico jóven con un bonito lunar, el corte de cabello y esos hermosos ojos castaños le recordaban a alguien a quien ya conocía.

«Me mandará al demonio en cuanto le diga a qué vengo... Debería tener una estrategia... El jefe me dijo que finja y que le diga a Sugawara que el informe lo redacto para ayudarle, pero eso es un poco ruín. Solo lo usaré si veo que no hay otra opción», pensó Daichi. Luego cerró la carpetilla y se recostó en el asiento con la mirada perdida en la ventanilla; cada vez había más campo. Esa iba a ser una semana larga.

_________________

Sobre las diez de la mañana llegó al orfanato. El edificio era tal y como lo esperaba: viejo y con la fachada que daba pena mirarla. Tocó al timbre y se preparó, pero por más que esperó allí no acudió nadie. Volvió a tocar sin resultado e iba a quedarse allí hasta que escuchó unas voces. Eran risas y gritos de niños y parecía que venían de la parte trasera de la casa. Daichi rodeó el edificio siguiendo el sonido de las voces infantiles hasta que llegó al patio de atrás. Lo limitaba una valla de madera que llegaba a la altura de la cintura, era blanca pero estaba mal pintada; necesitaba una capa de pintura nueva, pero ese no era ni de lejos el único problema del jardín. La yerba estaba muy crecida y apenas había un árbol con cuatro flores y una caja de arena con toda la arena ya desparramada por fuera. Un par de balones desperdigados terminaban de darle el toque decadente al lugar.

—¡Hola! Con permiso —dijo pese a no tenerlo, mientras pasaba la valla.

Entonces tropezó de morros con un pequeño niño pecoso, este en cuanto le vió gritó y comenzó a llorar sin razón aparente. Entonces todos se percataron del recién llegado. Suga que había estado en el porche sentado con Hinata, se levantó y corrió hasta allí. Agarró al pequeño Yams en brazos y se alejó un paso de ese desconocido.

—¿¡Quién es usted y qué se cree que está haciendo!? ¡Niños meteos dentro! —les dijo—, Asahi llama a la policía.

Asahi era el mayor y aunque apenas tenía seis años se había aprendido el número de la policía y la ambulancia, era muy responsable y se sentía orgulloso de ello.

—¡No! Espera —dijo Daichi alterado—, no llame a la policía, no es lo que cree... Soy Daichi Sawamura, de Asistencia Social al Menor, vengo de Tokio para hablar con usted.

Suga le miró un segundo y luego bajó a Yams al suelo.

—Ve a jugar con los demás... Y no llores —le comentó al pequeño. Dejó un besito sobre su mejilla y este se marchó. Tsukki había estado esperándole a unos metros y regresaron con los demás, que no entraron en la casa sino que siguieron jugando al ver que no había peligro.

Guardián del nido [DAISUGA]🐣Donde viven las historias. Descúbrelo ahora