Unas horas después Sakura y Sasuke estaban sentados en la iglesia tomados de la mano. A su lado, Sakura se sentía como nunca se había sentido con nadie, le hacía sentir que era capaz de hacer cualquier cosa que se propusiera. Con él se sentía fuerte y segura de sí misma.
Después de la misa, salieron de la iglesia sin soltarse las manos, lo que atrajo las miradas de la mayoría de los asistentes, que no estaban acostumbrados a ver a Sasuke Uchiha en tal actitud. Y lo cierto era que él no parecía estar nada avergonzado por mostrarse tan cariñoso en público, porque no era solo que fueran dados de la mano, en todo momento, Sasuke buscaba la mirada de Sakura para comprobar que estaba bien. La presentó a algunos conocidos y, al hacerlo, dijo que era enfermera e incluso contó orgulloso cómo le había salvado la vida a Kenji Nakamura.
—¿Has visto? Ya eres toda una celebridad — bromeó cuando se quedaron solos —. Y eso que no les he contado lo de la serpiente.
—Deberíamos olvidarnos de eso.
—Claro que no — respondió riéndose —. Yo gano puntos si tengo una... Cocinera que no teme a las serpientes venenosas.
Sakura se dio cuenta de que había titubeado antes de decir «cocinera», como si hubiera estado a punto de decir otra cosa, y eso hizo que en su rostro se dibujara una sonrisa de felicidad que no desapareció hasta llegar a Houston. Estaba tan contenta que ni siquiera recordaba el propósito de aquel viaje.
Pero en muy poco tiempo llegaron al centro de desintoxicación, un impresionante edificio de ladrillos con un diminuto cartel en el que se explicaba la actividad del lugar. Sasuke la agarró de la mano y no se la soltó hasta que estuvieron frente a su padre y su psicoterapeuta. La espera fue tensa y Sakura no podía ocultar lo nerviosa que estaba.
—Hola, Saku — la saludó su padre, avergonzado al ver las marcas de su cara —. Lo siento muchísimo, cariño — dijo con la voz entrecortada.
Sakura soltó la mano de Sasuke y fue a darle un fuerte abrazo a su padre. El señor Haruno cerró los ojos y la apretó con cariño y con los ojos llenos de lágrimas.
—Lo siento tanto — repitió en un sollozo.
—No te preocupes, papá — ella también estaba llorando.
Intentó consolarlo como él lo había hecho cientos de veces cuando Satori o ella se caían y se hacían daño.
—Mi hijo... ¡Mi pequeño! — Exclamó estremecido por los recuerdos —. Fui yo el que le pidió que fuera al banco con su madre... Debería haber ido yo... ¡Así él estaría vivo!
—Señor Haruno — intervino la terapeuta —, esto ya lo hemos hablado un montón de veces. Usted no se puede responsabilizar de los actos criminales de otras personas.
—¡Pues no consigo vivir con ese sentimiento de culpa! — Insistió con rabia.
—A mí también me está costando mucho, papá — confesó Sakura intentando hacer que se sintiera mejor —. Debería haber ido yo a acompañar a mamá.
—Y entonces te habrían matado a ti y yo sentiría el mismo dolor.
—Creo que los dos os olvidáis de algo — intervino Sasuke de pronto —. La vida no está bajo nuestro control.
Todos se volvieron a mirarlo.
—Einstein dijo que Dios no juega a los dados con el universo, y tenía razón — continuó explicando con calma —. Incluso cuando parece que el caos reina en el mundo, hay un cierto orden, hay una cadena de acontecimientos que desembocan en algo inevitablemente. Las personas no somos más que un pequeño elemento de esa cadena y no podemos controlar los acontecimientos. Aunque nosotros no lo veamos, hay una razón para todo.