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Lucía, Haru y yo no tardamos en hacernos amigas. Los primeros días del curso nos los habíamos pasado dando vueltas por el colegio, estudiando, haciendo las tareas... Estábamos únicamente Lucía, Haru y yo. Y estábamos realmente bien las tres juntas. La pequeña era como un tercer apoyo que siempre habíamos necesitado mi mejor amiga y yo. Le habíamos cogido tanta confianza, que le conté mis problemas pasados y ella me escuchó con atención. Entendió mi odio hacia Elisa.

Elisa había sido mi mejor amiga desde tercero de primaria. Tuvimos problemas como todas las amistades, pero conseguimos superarlos, porque siempre era yo la que tomaba la iniciativa para solucionarlos. Una vez, decidí no ser yo quien tratara de iniciar una reconciliación. Y, ¿qué pasó? Nada. Literalmente. Nada. En un mes, sí, un mes, no se me acercó, no me habló, ni cara a cara ni por escrito. Acabé cansándome de su silencio y le hablé yo, preguntándole por qué no mostraba interés en nuestra amistad, a lo que ella respondió con que había encontrado a otra chica que le apoyaba en todo y se comportaba como una verdadera mejor amiga. Según ella, fui una falsa y una pésima amiga. Acabó cambiándome y eso me mató. Ella era la única que me entendía mínimamente, pero estaba claro que no debería haber esperado tanto de una persona que no supo valorar todo mi esfuerzo durante tantos años. Siempre la había defendido. Siempre le había dado un hombro en el que llorar. Pero no, eso parecía que se lo hubieran borrado de la memoria. Pasé tanto tiempo sufriendo, llorando, callando, sola, únicamente por ella, que me sorprendió a mí misma la influencia que puede llegar a tener alguien en tu vida.

Lucía me abrazó fuerte cuando se lo conté y me dijo que ella estaría ahí para mí, como Haru. Agradecí al cielo haberme puesto a tal pequeño ángel delante, aún sin haber querido en un principio darle a nadie la oportunidad de entrar a mi vida. De todas formas, conocerla fue una gran decisión.

Afortunadamente, a Elisa la cambiaron de sitio nada más comenzar las clases con nuestro tutor. Nunca supe el motivo, pero la cambiaron. Quizás le había dicho al tutor que no quería estar conmigo por problemas pasados y la cambiaron. Sonreía mirando el sitio libre que quedaba a mi lado. El curso había comenzado verdaderamente bien.

Un día, estábamos Haru, Lucía y yo sentadas en unos bancos apartadas de toda la multitud del recreo. Era agobiante estar entre esa gente, todos chillando, corriendo y empujando. Estábamos hablando tranquilamente, hasta que Lucía en un momento giró la cabeza hacia dos chicas que estaban entrando en el edificio de la escuela.

-¡Blanca!- Chilló sacudiendo su mano.

Miré extrañada a Lucía. No sabía que conociera a más gente dentro de aquel colegio. Miré hacia la chica que tenía de nombre Blanca y no reconocí su rostro, por lo que supuse que también era nueva.

Lucía se levantó y caminó hasta la chica. La otra le saludó seriamente elevando la mano, abriendo la puerta de la escuela. La acompañante de Blanca miraba impaciente a su amiga, esperando a entrar. Saludó a Lucía con una gran sonrisa y chocaron ambas manos. Miré a Haru con desconfianza y ella se encogió de hombros, con la misma expresión que yo en el rostro.

Lucía se giró hacia nosotras y nos llamó para que fuéramos allí. Haru y yo nos levantamos lentamente y caminamos de la misma forma hasta donde estaba nuestra amiga.

-Estas son Blanca y Ariadna. Son también nuevas- Nos dijo Lucía mirando a ambas chicas.

La que tenía por nombre Ariadna nos saludó alegremente, a lo que nosotras correspondimos con una gran sonrisa. Luego Blanca nos saludó normal, sin mucha alegría. Parecía que le incomodábamos, pero de todas maneras, Lucía no dejaba de hablar para presentarnos. Nos dijo que Ariadna venía de Ecuador y que también se había mudado a España hacía un tiempo, porque era su país natal. Blanca era de España, pero de una parte lejana, muy al norte. Me hacía gracia la mezcla de acentos que tenían todas, por lo que no pude evitar sonreír viendo cómo Blanca hablaba con Ariadna y Lucía seriamente. La chica me miró y frunció el ceño. Yo cambié mi expresión a una normal. Era bastante extraña esa chica. Me recordaba a una amiga mía de la infancia. Siempre siempre estaba tocándome las narices, tirándome las cosas, buscando hacerme enfadar. No sabía qué había sido de ella, pues un día desapareció y no la volví a ver. De eso hacía como cinco o seis años.

A veces no tan imposible Donde viven las historias. Descúbrelo ahora