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Pasaron varios días y debo admitir que junto a Marta, todos eran maravillosos. Ella me hizo olvidar completamente mis supuestos sentimientos hacia Mayra. Venía prácticamente todos los fines de semana a mi casa a pasar el rato, a ver películas, a jugar, a estudiar, a cualquier cosa. Pero todo era divertido con ella, todo era bonito. Ella me sacó de mis confusiones hacia una chica, pero me metió en otras. ¿Por qué todos los días deseaba verla? ¿Por qué siempre la esperaba con una cosa preparada? ¿Por qué siempre que me decían que pensara en algo, pensaba en ella? Suspiré de camino a casa, pensando en esas cosas. Esa tarde tendría tranquilidad, Marta no vendría a mi casa y no había tarea. ¿Tiempo para pensar? Quizás. No quería, porque llegaría a una conclusión que no estaba dispuesta a aceptar. No me podía fijar en las chicas. No me podían gustar. A mí me gustaban los chicos.

Caminé cada vez más rápido sin darme cuenta y sin haberlo esperado, estaba ya enfrente de la puerta de mi casa. Me rasqué la nuca tomando mis llaves y entré. Saludé a mi madre sin ningún ánimo y me dirigí a mi habitación. Dejé mi mochila sobre mi cama para luego tirarme sobre la misma. Me quedé así un rato hasta que escuché mi móvil vibrar dentro de la mochila. Me quejé sabiendo que todo lo que mirara en mi teléfono me haría mal, pues eso me llevaba sucediendo varios días. Lo tomé sin ninguna gana y miré la pantalla. Me acosté aún con el uniforme puesto y, sin haber mirado todas las notificaciones, lo abrí. Entré al WhatsApp y entré primero al de mi amiga, Mayra, que tenía cuatro mensajes.

Mayra: LEAAAAAAAAAAAAA

Miré la pantalla un poco sobresaltada. Ese primer mensaje estaba cargado de... ¿Euforia?

Mayra: No me lo puedo creer... ¡Me he declarado a Blanca!

Abrí la boca en señal de sorpresa. No me esperaba aquello... Para nada.

Mayra: Y... ¡Ha aceptado!

Mi sorpresa aumentó. Y lo que habría creído que me dolería hasta el fondo de mi alma, acabó causándome una sonrisa. Me alegraba por ellas. Sinceramente.

Mayra: Muchas gracias por haberme ayudado en todo, Lea :)

Sonreí ligeramente leyendo el último mensaje. Le respondí diciéndole todo lo que me alegraba y que no había por qué agradecer. No me apeteció mirar ningún mensaje más por lo que dejé mi móvil encima de mi cama y comencé a mirar la pantalla del televisor. No me di cuenta de que estaban echando mi película favorita. ¿Cuál película? Pues sí, la que habíamos visto Marta y yo juntas. Se había vuelto mi preferida ya que me recordaba al primer momento que pasamos las dos solas. Me di un leve golpe en la cabeza ya que no debía hacer eso. No debía ser mi película favorita por ello. 

Resoplé resignada. Me había adentrado de nuevo en mis pensamientos y no, no quería. Me levanté y me cambié de ropa a una más cómoda. Mientras lo hacía, vi cómo entraba una llamada en mi teléfono. Di un leve golpe a la cama. ¿No me podían dejar ni una hora en paz? Solamente deseaba tranquilidad. Aclararme. Aunque sabía que cuanta más tranquilidad tuviera, peor sería la situación. Miré de reojo el nombre de la persona que me estaba llamando, dispuesta a no responder. Pero algo en mí cambió cuando lo vi. "Llamada entrante: Martita". Sin esperármelo siquiera yo, me lancé al teléfono y respondí a la llamada. Una vez escuché la voz de la contraria saludándome y una sonrisa formándoseme en los labios, golpeé mi cabeza contra el colchón de mi cama sin que Marta lo llegara a escuchar. De verdad, ¿qué comportamiento ridículo era ese? 

-Ven abajo y ábreme- Me dijo en la llamada.

Fruncí el ceño confundida. ¿Estaba abajo? Pero si hoy me había dicho que no vendría, que no podía. Le colgué la llamada y de un momento a otro me vi corriendo escaleras abajo para abrirle. Cuando me encontré enfrente de la puerta, recuperé el aliento y le abrí la puerta. Me aparté el pelo de la cara y le dejé pasar.

A veces no tan imposible Donde viven las historias. Descúbrelo ahora