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Me levanté la mañana siguiente a la hora de siempre. Era lunes, día de iniciar una nueva semana. Suspiré pasándome ambas manos por la cara, no quería volver a atender en clase, pero recién había comenzado el curso, pensamiento por el cual suspiré todavía más fuerte. Me dirigí hacia el baño, cerrando los ojos mientras caminaba. ¿Por qué no podía dormir más? Me vestí a mi ritmo, por lo que bajé a desayunar bastante tarde. Mi hermano ya había acabado de tomar su desayuno, por lo que me vi obligada a apurar. Y fue lo que hice. Salí prácticamente corriendo hasta el coche de mi padre donde ya me estaban esperando él y mi hermano. Me subí al coche y mi hermano me empezó a recriminar mi tardanza:

-¿Te peleaste con el despertador?- Me preguntó riendo, mirando su móvil.

-Cállate- Le respondí evitando reír. Realmente no tenía ni idea de por qué había tardado tanto, si según yo me había levantado a la hora de siempre. Seguramente me habría equivocado al programar la hora a la que debía despertarme. Pero, ¿por qué?

Nuestro padre nos dejó en la entrada, viendo cómo mi hermano y yo corríamos para llegar a la clase que compartíamos junto a tres de mis amigas, Haru, Lucía y Marta. Llegamos justo a tiempo, cuando el profesor estaba por comenzar la clase. Mis tres amigas me miraron negando con la cabeza mientras sonreían. Yo les saqué la lengua, dejando mi mochila y mis cosas en la mesa. Me dispuse a atender la explicación del profesor, pero me resigné al no comprender nada. Siempre se me había dado mal su asignatura. Y el profesor no estaba a favor de ponerse de mi lado:

-El miércoles tendremos una prueba de esto que os acabo de explicar- Dijo mirando a toda la clase. Suspiré dejando que mi cabeza chocara contra la mesa. ¿Y ahora qué hacía? Iba a suspender.

Lucía, Haru, Marta y yo nos fuimos hasta las otras clases, las cuales tampoco se me daban tan mal en comparación a lengua castellana. Sonó el timbre y juntas nos dirigimos hasta las taquillas. Dejé mi mochila dentro de la mía ya que antes no me había dado tiempo a pasar por ella. Cuando ya había dejado mis cosas dentro de la taquilla, alguien me asustó tocándome el hombro. Me giré rápidamente con el corazón en la garganta y me alivié al ver a Mayra. De verdad, ¿Qué tenía con asustarme?

Mayra me miró riendo. -Juro que esta vez no tenía intención de asustarte- Me dijo elevando las manos en señal de inocencia.

Sonreí negando. La miré más relajada y sentí un algo extraño en el corazón. Aparté mi mirada de la de ella e intenté irme con las demás, esperando que ella me siguiera. Pero sin embargo me agarró del brazo y me hizo volver a la misma posición de antes.

-¿Pasa algo?- Pregunté extrañada que no me dejara ir.

De pronto su sonrisa se volvió en una mueca seria y yo le miré confundida. Le pregunté si se encontraba bien a lo que ella me respondió con un sí.

-Solo... No sé cómo van las cosas con Blanca- Añadió mirándome.

Me mordí la mejilla derecha. ¿Por qué me lo tenía que recordar? Suspiré diciéndole que solamente debía seguir siendo ella, seguir cuidándola, seguir pendiente de ella. Ella sonrió dándome las gracias. Yo asentí con la cabeza, queriendo dejar ese tema de lado de una vez por todas. Juntas nos encaminamos a buscar a las demás. Cuando las encontramos, nos dirigimos a la misma esquina de siempre, donde Mayra y Blanca se sentaron juntas a hablar sobre cualquier tema. Sabía que la mayor buscaba enamorarla a toda costa. Yo me senté al lado de mi mejor amiga y de Lucía, sintendo una enorme molestia al verlas juntas. Ariadna y Marta se sentaron en paralelo a nosotras.

-¿Cómo lleváis lengua?- Preguntó Lucía hacia las de su clase.

-Como el culo- Dije yo sinceramente. De verdad pensaba que suspendería.

A veces no tan imposible Donde viven las historias. Descúbrelo ahora