Capítulo 21 ( 2-2 )

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¿Roma vale la vida de un hombre? decía una vieja  película.

Ahora entiendo que no era Roma, era amoR.
El amor si vale la vida de un hombre, vale la vida de cada persona que pisa el planeta.

No soy Aristóteles, tampoco soy Ian o cualquiera de las otras personas que se han presentado.

Esta historia está lejos de terminar, por que aun cuando escriba su último capítulo la historia de amor que he escrito prevalecerá y vivirá como un eco en el paraíso inmaterial de tu memoria.

Algún día recordarán estas letras, recordarán esta época de su vida y dibujaran una sonrisa en su rostro porque al final esta historia les dio un mundo nuevo. Uno donde eres libre, donde entiendes que los opuestos son complementos.

Durante los 21 capítulos te preguntaste quien escribía, es momento de decirte quien esta detrás de esta historia. estás Tú, si tu el que sintió que tenía el estigma, ese que se ha sentido diferente toda su vida.

Si tu aquel que no encaja, ese que le molestan las etiquetas y que defiende su derecho a ser diferente. Y si tu el que conoció una historia de amor valiente.

Todo este tiempo has sido tu, y por eso tu sabes cual es el final. Lo sabes por qué siempre ha estado dentro de ti, en este momento tu cara se ve incrédula y cree que te he tomado el pelo, pero piénsalo. Despues de todo tu y yo tenemos el estigma de Caín.

La historia de Aristóteles aún no termina y no lo hará porque solo hay una cosa que el estigma o cualquier otro truco no puede controlar y es el amor...

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La sangre de Aristóteles seguía saliendo, la mancha de sangre invadía el suelo, Ian veía con dolor a ese chico moribundo.

La ayuda llegó,  no habían pasado muchos minutos y la ayuda de David y Caleb arrivó. Entre los tres cargaron el cuerpo desfallecido de Ari. Ian quitó la camisa a Ari, la bala había cruzado todo el cuerpo. La sangre corría a mares pero la bala esta fuera de su abdomen.

Aristóteles ya no respondía. Ian le daba una palmadas en la cara, su cabello rizado hiba de un lado a otro pero Ari ya no respondía.

Los poros de la piel de Ian se estremecían, una sensación fría lo invadía y de pronto parecía derrumbarse por dentro.

David lo tomó entre sus brazos, aquel llanto ligero se convertía en una tempestad, gritos, lamentos desgarraban el corazón de Ian.

Sus rodillas caían como anclas en el suelo, las venas de su cara se exaltaban y su rostro se volvía rojizo.

Lamentos y gritos profundos que silenciaron a toda la habitación. Golpes al piso dejaban la marca de su puño bañado en sangre.

El dolor que hacía en su corazón renacía en odio. David lo abrazaba pero Ian quería estar solo, lejos de todo, quería purgar su dolor.

La señora que había sido testigo que aquella infamia reía. Su risa la delataba, su risa casi diabólica revivía el fuego de los ojos de Ian.

Ian: Qué has hecho! Maldita vieja!

señora: Lo sabía! tu estas condenado, ese mal y todo lo del estigma no te hace diferente te hace maldito.

Creíste que todo sería sencillo, creíste que el precio de tu vida era menor. Tu lo entregaste, tu pusiste a Aristóteles ahí para que tomaran su vida en lugar de la tuya.

Yo te vi, vi como mirabas a la ventana, como orientaste el abrazo para que quedaran un frente al otro. La maldad vive en ti y mientras la mancha oscura este en tu ser, dejarás un camino escarlata a tu paso.

Ian: Cómo se atreve señora!

Señora: Soy Imelda Koch,  soy la abuela de Diego y si yo te salvé porque siempre supe que mi nieto estaba loco, pero NO! Tu maldad es enorme, tan grande que los que te siguen no la pueden ver.

Ian: Ridícula traidora! Nunca le haría daño a Ari, lo amaba, realmente lo amaba.

Señora: ¿Amar? cómo sabes que es amar, un hombre no puede amar a otro hombre. Por gente como tú el mundo pierde el equilibrio y el sentido lógico.

Al final David y Caleb saben la verdad, saben que tú lo mataste y que lo negarás para justificar la maldad que vive en ti.

Ian:Caleb deten a esa anciana, no merece vivir!

Caleb: ¿igual la vas a a asesinar? oh hermano, parece que te han descubierto, parece que eres una auténtica rata. Ofrecer la vida de alguien que te amó por la tuya.  Eres realmente desdichado!
¡Escúchame, YO NO SERVIRÉ A LA VOLUNTAD DE UN ASESINO!

Caleb e Imelda salieron de la casa de los Lopez, en su marcha decían cosas inaudibles, pero Ian sabía que eran reproches.

Al salir de la casa, un auto esperaba a Imelda, se abrió la puerta traerá y ahí estaba, un franco tirador sobre el sillón tracero y aun lado un sombrero blanco.

Ian se acercó al cuerpo de Aristóteles, lo tomó de la mano y la acariciaba, mientras intentaba limpiar las manchas de sangre que tenía.  Poco a poco se acercó a la boca de Aristóteles, entre lágrimas, se escuchaban sus lamentos. Ian puso su frente sobre la de Ari, lloraba su muerte, pero necesitaba algo, necesitaba un último beso, uno que le ayudara a recordar para toda la eternidad.

Ari parecía estar dormido, sus labios rosados aún tenían el color vivo. Ian acomodaba su cabello y quitaba la sangre de su rostro...
Ian abrió la boca y besó el labio inferior, ambos con los ojos cerrados, la escena no era diferente a las anteriores, era como un beso normal, solo que no había respuesta de Ari.

Ian se separó de golpe y puso presión sobre el cuello de Ari, giró a ver a David.

Ian: Ayúdame! Ayúdame! sentí su pulso...

Próximo capítulo el jueves

Aristóteles: La Extraña Vida De Un AdolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora